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Alfa Peligroso – Sara Toledano

Era el vigésimo día del séptimo mes del año. La luna llena, encendió el cielo con un brillo intenso y rojizo. Los habitantes de la villa se encerraron en sus casas. Las puertas y cualquier abertura, quedó bloqueada para que ningún intruso se le ocurriera aparecerse. La neblina descendió de las montañas y se coló entre las callejuelas. Era tan espesa, que los animales se arrinconaron entre sí para protegerse. Los perros ladraban y ningún insecto se atrevió a emitir sonido. El ambiente era denso. La oscuridad casi absoluta. Aunque todos tomaron medidas para protegerse del peligro sobrenatural, un joven hizo caso omiso a las advertencias. Salió de su hogar cálido para caminar por ahí, por mera rebeldía. Quería demostrarle a la gente que los cuentos de vampiros y hombres lobo eran eso, cuentos. Se extrañó por el frío a pesar que era uno verano caluroso. Se extrañó del silencio cerrado y del latido de su corazón. El lado animal de su cuerpo le manifestó a través de la piel erizada, que algo malo estaba a punto de suceder. Sin embargo, sus pies continuaron una ruta dispersa y vaga, la terquedad de la mente humana insistió en desafiar lo que la gente sabía. Luego de un rato, el joven quedó satisfecho. Se sintió feliz de que había probado un punto importante. La gente del pueblo era simplemente una masa de ignorantes que se doblegaban ante las habladurías. Justo en el momento en que recogía un par de fresas a orillas del camino, el fulgor de un par de ojos rojos le llamó la atención. Bajó la mirada como para convencerse a sí mismo que se trataba de un animal del bosque. -Seguro está perdido –Se dijo sintiendo el hilillo del miedo que le atravesó la espina. Se levantó y los ojos quedaron al descubierto poco a poco. El cuerpo emergió entre los arbustos y árboles, de entre la oscuridad espesa. Era un lobo enorme.


Más grande de lo que había visto jamás. Se echó para atrás e inconscientemente, dejó caer las dulces fresas que esperaba probar. El joven, como el buen cazador que era, retrocedió y cada tanto echaba una mirada para encontrar un espacio lo suficientemente amplio para enfrentarse a la bestia. Mientras, el animal, avanzaba en su dirección mostrando los colmillos blancos y relucientes, la baba caía al suelo, los gruñidos eran lentos y amenazantes. Sacó una pequeña navaja que tenía guardada en la pierna. Se sintió confiado pero su instinto le dijo lo que temía: aquello no sería suficiente. Al desenfundar el arma, casi no pudo creer lo que vio. El lobo le hizo un gesto casi de burla. Trató de frotarse los ojos para asegurarse que había visto bien pero obviamente pasó lo que él sabía que sucedería. El lobo se le vino encima con una fuerza y velocidad que lo tumbó al suelo como si fuera una muñeca de trapo. El aliento lo sintió en el cuello, las garras de sus patas en el pecho y el torso. El peso le hizo sentir que perdería la respiración en cualquier momento. Retozaron por unos minutos. El joven notó que su ropa rasgada también tenía un poco de sangre. Le había dado al animal. Cobró seguridad en la técnica y fue hacia él con decisión. Sin embargo, el adversario lo recibió con una mordida directo al cuello. Apretó tan fuerte que perdió el conocimiento por unos segundos. Al abrir los ojos, todavía lo tenía sobre su cuerpo. El dolor agudo le recordaba que moriría si no se defendía prontamente. El olor metálico de su sangre era señal de que la muerte lo observaba entre los árboles. Esperando por él. -NO. Gritó y volvieron a rodar por la tierra y la maleza. Lucharon por un largo tiempo.

Estaban exhaustos. El joven no se explicó la fuerza del animal pero ahí estaba. Dispuesto a pelear a morir como él. El instinto de supervivencia del cazador, le hizo mirar una herida profunda del lobo. De ella brotaba grandes cantidades de sangre. El animal respiraba con dificultad. Entornó los ojos y dio un gran salto hacia él. El brillo del filo de la navaja fue a parar al cuello de la bestia, haciéndole chillar. Cayó al suelo cansado y si fuerzas. El cuerpo del lobo quedó frente a él. Antes de morir, sus miradas se encontraron. El joven sintió algo particularmente extraño. Aunque quiso buscar más explicaciones a lo sucedido. Se desmayó. El trinar de los pájaros, le advirtieron la llegada de la mañana. Él abrió los ojos para darse cuenta que el lobo ya no estaba. Se levantó con cuidado y examinó su cuerpo. Estaba herido, muy malherido. Miró hacia el frente y notó que la villa estaba más lejos de lo que esperaba. La lucha fue tan intensa que perdió el sentido del espacio y el tiempo. Recordó que estaba cerca de una quebrada, por lo que fue allí para lavarse las heridas antes de regresar. Al encontrarse con su reflejo en la superficie cristalina del agua, algo lo perturbó. Sí, era él pero al mismo tiempo no. Volvió el frío en la espina, el presentimiento de que algo no iba bien. Espantó los pensamientos y se lavó.

Estaba ansioso por ir a casa y retomar la vida de siempre. Al caminar hacia la entrada de la villa, un grupo de hombres y mujeres lo esperaban con rostros severos y amenazantes. -¿Qué ha pasado? -Sabemos que peleaste con el lobo. Ya no eres bienvenido aquí. -Te lo advertimos y no nos escuchaste. -MIREN, TIENE LA MORDIDA DEL HOMBRE LOBO. DEBEMOS MATARLO. Se echó para atrás. Su propia gente iba hacia él como si fuera una presa. -¿PERO QUÉ OS PASA? Un hombre de vientre prominente y barba espesa, hizo un gesto para callar a quienes estaban tras él. Luego, se dirigió al muchacho con seriedad. -Cedric, es mejor que te vayas y no regreses. Ahora eres una amenaza para todos nosotros. -Pero si he matado a ese animal. La amenaza no soy yo. -Vete, Cedric. No pudo. Sus pies estaban pegados al suelo. La incredulidad no lo dejaba moverse. De repente, divisó una piedra que recorrió los aires hacia él. Le dio en el pecho. Después de esa, hubo muchas más. Hubo palos, bosta de caballo y blasfemias de todo tipo. Cedric comenzó a correr en dirección contraria tan rápido como pudo. Mientras lo hacía, comprendió que ciertamente algo en él cambió… Para siempre.

II El sonido de las olas lo despertó. Cedric abrió los ojos y miró al techo como de costumbre. Giró hacia un lado. El despertador marcaba las 7:00 a.m. Se incorporó y se estiró. Tenía hambre pero primero revisó el móvil. Unos cuantos correos de los clientes solicitando una reunión de junta de emergencia, una promoción de una tienda de caballeros y un mensaje de su mayordomo. En algún punto debía regresar a la ciudad. Evadió el mensaje y se concentró en el resto. De seguro una videollamada sería suficiente para ponerse al día y hacer lo que se tenía que hacer. Finalmente se levantó y fue hacia el baño. La barba estaba demasiado larga y la piel seguía viéndose opaca. Las bolsas de los ojos y la mirada cansada, también seguían allí a pesar que se obligaba a dormir todas las noches. Se encontraba aprehensivo porque faltaban algunos días para la luna llena. Uno de los castigos de la inmortalidad, era ese, el tener que lidiar con esos momentos en donde salía a relucir lo peor de sí mismo. Fue a la ducha y abrió la llave de agua caliente. El vapor ayudaría a dilatar los poros y así facilitar el rasurado. Llenó parte de su rostro con una crema espesa para afeitar, revisó el filo de la navaja y luego de hallarse satisfecho, deslizó la hoja sobre la piel. Con movimientos suaves y cargados de paciencia, los vellos rojos intensos cayeron sobre el lavabo color marfil. Se aplicó un poco más de agua, se limpió y se encontró conforme con el reflejo. Ahora sí, sus ojos verdes se veían con más intensidad sin esas capas de vello en la cara. Fue hacia la ducha y se quitó la ropa por completo. Echó un último vistazo en el espejo, percatándose de las batallas que quedaron reflejadas en la piel. Cuchillos, espadas, balazos, golpes.

Todo tipo de heridas imaginables las tenía él. Por suerte, con el paso del tiempo, se volvió más fuerte y más resistente al dolor. Incluso sanaba mucho más rápido. Entró y disfrutó de una larga ducha. Como el silencio era abrumador, salió rápido para encender la radio. A pesar que agradecía el espacio y la soledad, aún era difícil tener que lidiar con las largas horas en donde sólo podía escucharse a sí mismo. A veces pensaba que enloquecería. Secó su cuerpo ejercitado y macizo y fue hacia el clóset para buscar un poco de ropa. Como vivía en una isla, optó por unos jeans, unas zapatillas deportivas y una camiseta blanca. El día estaba espléndido y tenía ganas de caminar un poco. Bajó a la cocina y abrió el refrigerador. Mientras decidía qué desayunar, la playa que se encontraba a pocos metros, lucía más hermosa que nunca. Sonrió y volvió hacia los víveres. Era un buen día para disfrutar de unos panqueques. Encendió la radio y colocó la única estación que captaba el aparato, por suerte, sólo transmitía canciones de rock clásico. En ese momento, sonaba Time de Pink Floyd. Mientras batía los huevos con la leche, pensó que la letra de la canción le hablaba directamente. El tiempo, eso que tenía de sobra desde hacía años. No sabía cuántos. Perdió la cuenta. Parece que fue ayer cuando corría por su vida luego que sus vecinos de la villa quisieran matarlo. Pasó días y noches muriéndose de frío, hambre y rabia. Por más que lo pensara, no se le pasaba por la mente la verdadera razón por la que se había convertido en un paria. Así fue hasta que hubo luna llena. Sentado en una colina, esperando a que unos cazadores olvidaran al venado que habían matado, un repentino dolor en el pecho lo sacudió.

Colocó sus manos en el corazón y trató de buscar ayuda. Sin embargo, ese mismo dolor lo sintió en la espalda, piernas, cuello y en sus extremidades. Incluso los dedos de los pies parecían fracturarse, descomponerse, volverse otra cosa. Su piel se oscureció. El color rojo de su cabello y el verde brillante de sus ojos se transformaron por completo. Una capa de vello negro y espeso rodeó su cuerpo. Sus manos y pies ya no lo eran, más bien lucían como un híbrido de patas de lobo. Sus dientes rectos, se volvieron filosos y muy blancos. Los colmillos sobresalían de su boca y cualquier rastro de humanidad se esfumó para dar paso al puro instinto animal. Cedric aulló a la luna y corrió por los bosques en busca de una presa. Estaba hambriento. A su paso, destruyó todo lo que se le atravesó. No tuvo compasión alguna. No había cabida en él. La noche pasó rápidamente y Cedric despertó cerca de una quebrada sucio, con raspones y sangre en la boca. Al levantarse, encontró una pata de venado a medio comer. Horrorizado, fue a lavarse y a tratar de recordar lo que había sucedido. Poco a poco entendió el miedo de la gente de la villa. Ciertamente él era un hombre lobo. Se sentó en el césped completamente compungido. No sabía qué hacer. Era un tipo joven, con aspiraciones de tener esposa, familia y una casa. Deseos de un hombre sencillo. Lo que había sido un plan de vida, ahora pasó a una fantasía imposible de cumplir. Luego de un tiempo, Cedric trató de entender mejor su naturaleza.

Supo que se transformaba sólo en las noches de luna llena, que la plata lo mantenía al margen, que debía encerrarse como pudiera y que morder a otro, le haría también hombre lobo. Asimismo, comprendió otras cosas. Se volvió más fuerte, viril, ágil, inteligente y rápido. Las heridas no tardaban en sanar y, tanto el olfato como la vista, se agudizaron increíblemente. Una bendición, o maldición, de su nueva condición era el de ser inmortal. El tiempo transcurriría para los demás pero no para él. Esto, por supuesto, trajo consigo episodios amargos de pérdidas de todo tipo. Amigos, amantes. Cedric tuvo que hacerse una coraza para soportar el costo de sus poderes. Fue por ello que se concentró en hacer dinero. Si viviría por tiempo indefinido, al menos lo haría bien. Así que construyó un imperio que le hizo ganar millones y millones de dólares. La revista Times lo catalogó como uno de los hombres más influyentes en el mundo de los negocios. Sus empresas fueron comparadas con grandes como Google y Apple. Se rodeó de éxito. En el pico más alto como millonario y hombre de negocios, Cedric era el objeto de deseo de la prensa del corazón y de las mujeres atractivas. Cada tanto se le veía con alguna actriz o modelo. Incluso estuvo a punto de casarse con una princesa de un país remoto de Europa. Sólo era una treta de él para hacer caer a la gente. Salía en las portadas de las revistas y periódicos de economía y farándula. Le decían “el hombre más deseado por las mujeres” y así era. Vivió feliz y conforme hasta que las cosas cambiaron drásticamente. En una de las tantas veces que se transformó, Cedric perdió el control y casi mata a una chica que estaba con él. Tuvo que convencerla que se trata de una mascota exótica que tenía. Ella accedió a duras penas.

Como no quiso repetir el episodio, construyó una habitación aparte y colocó un conjunto de cámaras de video para monitorearse. Su mayordomo se encargaría de observarlo y de anotar los comportamientos y cualquier incidencia que encontrara interesante. Luego de unos meses, Cedric se enfrentó con el hecho de que su ser licántropo se volvía cada vez más peligroso. Con el deseo de encontrar la mejor solución al respecto, se topó con el BDSM. Le atrajo la idea de dominar y controlar, ya que pensó que eso le ayudaría a apaciguar su hambre descontrolada. Las cadenas, látigos y amarres funcionaron temporalmente. En ese lapso, aprendió todo tipo de trucos e incluso fue capaz de tener intimidad con las mujeres. Con ello mató dos pájaros de un solo tiro. Por cosas del destino, el lobo dentro de él se volvió indomable. Al llegar a ese punto, él tomó la decisión de aislarse por completo. Así evitaría hacer y hacerse daño. Gracias a las riquezas acumuladas, fue capaz de comprar una isla, residenciarse allí y administrar sus negocios con tranquilidad. La casa que tenía la isla estaba equipada con lo necesario para que cualquiera se sintiera seguro ante cualquier catástrofe. Los controles y accesos cambiaban prácticamente cada semana. Las paredes estaban revestidas de un material resistente, había vidrios antibalas y como era de esperar, libre de plata. La ubicación de la isla también era un punto fuerte. Estaba cerca de los límites con el país de origen de Cedric, pero lo suficientemente alejada para alejar a los curiosos. Los metros cuadrados de palmeras, árboles y selva, eran perfectos para él se sintiera libre por esas tierras, en especial los noches de luna llena. Cuando presentía que se volvería incontrolable, se encerraba en una mazmorra en las profundidades de la casa. Allí contaba con cadenas de plata y con sistemas de máxima seguridad. El día que empacó para mudarse allí, pensó que quizás lo mejor era suicidarse. ¿Qué sentido tenía la vida si debía estar solo? Esa pregunta resonó en su cerebro y trató de distraerse con otra cosa. Quizás habría esperanzas para él. La rutina era casi siempre la misma. Levantarse temprano, desayunar, sentarse en la computadora, revisar constantemente el estado de las acciones, hacer inversiones, responder preguntas de las mesas directivas, esquivar entrevistas de los tabloides, ejercitarse, comer y dormir.

Era tan rígido que era seguro sentir que todos los días eran iguales. Y de cierta manera así era. Sin embargo, a pesar del hastío, Cedric aprendió a vivir de esa manera.

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