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Aldea De Luna. El Comienzo – Noelia Senas Polo

Si alguien me hubiese anticipado hace tres años que publicaría un libro me habría parecido un pensamiento demasiado atrevido, pero no imposible, porque creo en los sueños, en que pueden cumplirse, aunque puede que no todos, y esta tercera novela es un ejemplo de ello. He llegado aquí gracias a todos vosotros, a vuestro apoyo incondicional, a vuestras muestras de cariño, a las alas que habéis cosido a mi espalda y que, ni el viento más increíble que pueda intentar parar mi vuelo, lo conseguirá. Gracias a todos vosotros, lectores míos, que me paráis por la calle (increíble e impensable, pero cierto) para decirme que os han encantado mis novelas, que cuándo la próxima, por vuestros comentarios sobre mis personajes, que ya son vuestros. Por hacerme sentir viva y darle vida también a ellos. Gracias a mi familia, que, como siempre, vive este sueño mío como si fuera suyo, y eso es lo más bonito que te puede pasar en la vida. Gracias a ti, papá, de nuevo, por formar parte del alma de todos mis libros, por los valores que me diste, y a ti, mamá, por lo mismo, y por seguir de mi mano ahora que me falta la de papá. Gracias a mi hermana Carol y a Ascen que son parte de todos mis libros, casi mis representantes. Gracias a todos los que habláis tan bien de mis libros, los que los prestáis, los que movéis a mis personajes de un lado a otro, visitando casas nuevas, mentes nuevas, lectores nuevos. Gracias a todos los lectores fuera de España, increíble haber llegado hasta vosotros. Y Gracias a Marta, por esa portada increíble, por esa magia que transmite siempre en sus dibujos. (Podéis encontrarla en Instagram, en su cuenta @martagonhen) y a Jared, que con la edición digital hicieron un equipo increíble, con el resultado de una portada espectacular. Me llamo Shara y creía ser una chica normal hasta que todo mi mundo se sacudió. Mi hermana Minerva y yo nos llevamos apenas un año. Siempre hemos sido unas hermanas poco habituales, casi inseparables, como siamesas. Alguna vez hemos discutido y, hasta nos hemos golpeado, revolcándonos en la cama, acabando casi siempre agotadas y partiéndonos de risa, pero, pese a todo eso, se podría decir que hemos sido, más que hermanas, “mejores amigas” Nos habíamos defendido siempre y nos contábamos todas nuestras cosas, o eso creía yo. Compartíamos casi todas nuestras aficiones, excepto la del dibujo, en la que yo era tremendamente inútil, mientras que Minerva era una verdadera artista, así como yo disfrutaba de la virtud de la intuición, que me salvaba de muchos problemas y, a la vez, me frenaba para lanzarme a la aventura a la primera de cambio. Yo acababa de cumplir los 18 y mis padres me habían permitido hacer una fiesta en el jardín de casa. Había invitado a todos mis amigos. Estaba realmente emocionada, sobre todo porque cumplir los 18 era algo que yo tenía completamente idealizado. Me hacía mayor, me sentía más importante y un poco más sabia. Bendita inocencia. Todo está previsto. Mi hermana sale de la academia de inglés a las 18h y por eso hemos decidido comenzar la fiesta a las 19h, pero, ante mi desconcierto, el gran evento ha empezado sin ella. Al cabo de unos minutos me olvido de su impuntualidad, la misma que, en un primer momento, consigue sacarme de mis casillas. Mi madre la defiende a medias y mi padre, que ha cambiado su turno de trabajo para hacer acto de presencia, manifiesta su incredulidad ante el hecho de que mi hermana del alma se retrase una hora, cuando somos uña y carne y sabiendo de la importancia que tiene esa fiesta para mí, preparada por ambas durante más de un mes, escogiendo la música que pondremos, la tarta y toda la decoración del jardín.


Se muestra bastante nervioso, e incluso, preocupado porque algo le haya pasado. Cuando, por fin, consigo integrarme en mi fiesta, la veo llegar de la mano de ese chico. Me sorprende, tanto verla llegar acompañada como el no conocer quién es ese chico tan guapo, con esa sonrisa espléndida, que consigue volver la cabeza de todas las invitadas. Yo me quedo de pie, observándolos, con mi vaso en la mano, mientras mi hermana, desde la puerta, cruza su mirada con la mía y me suplica con un gesto que la perdone. En aquella mirada comprendo lo colgada que está de aquel chico y la perdono a medias por el retraso, a pesar de que aún me cuesta entender por qué no sé yo aún de su existencia. Me fijo en él. Tiene el pelo castaño, muy liso, ni corto ni largo, la medida perfecta. Su mirada engatusa, y también su sonrisa, mientras se mueve con elegancia entre la gente, sin soltar la mano de Minerva, y en dirección hacia donde estoy yo, que continuo en shock, observándoles mientras se acercan. – Así que tú eres la cumpleañera… – dice él, como si me conociera, con una voz que invita a entablar una conversación. Y entonces miro a Minerva, que no deja de observarle, hipnotizada, sonriente, y que vuelve la cabeza hacia mí, y me besa en la mejilla. – Vamos a tomar algo – dice, cogiéndome de un brazo, sin soltar del otro al chico, arrastrándonos entre la gente hasta la barra libre. Así descubro que se han conocido en la academia, hace casi un año, pero que, hasta esa misma tarde, no han formalizado la relación. Él habla con seguridad mientras me mira, dejando en un segundo plano a Minerva que bebe mientras, apoyada en la barra de espaldas, divisando a los invitados, enorgulleciéndose de las miradas de envidia que provoca. Miguel me cuenta que toca en un grupo de música, -tenéis que venir a vernos-, dice. – Claro – digo yo, dudando si hacerlo, y a la vez, con un deseo incontrolable de hacerlo. – Mañana domingo tocamos a las cinco en la asociación. ¿Por qué no venís? Minerva vuelve de su ensimismamiento. – ¡Genial! – dice. Y yo la miro. Sorprendida. Preguntándome por qué tengo yo tantas ganas de ir a verlos tocar, si no le conozco de nada. Quizás la idea de conocer a los componentes de un grupo musical me hace ilusión, pienso mientras me despido de ellos, fingiendo que alguien me llama al otro lado del jardín para dejarles solos. Sí, eso es, decido de repente, mientras me dirijo a la cocina por la puerta de cristal. – ¡Shara! Madre mía, que difícil encontrarte… Mi amiga Patri se acerca a mí, dándome un empujoncito en el brazo mientras me guiña un ojo. – Oye… ¿y quién es él? Seguramente será la pregunta de todas mis amigas.

¿Y yo que sé?, pienso, no tengo ni idea, mi hermana no me ha hablado de él, lo acabo de conocer, se ha presentado en mi fiesta de cumpleaños con él de la mano, eclipsando a la cumpleañera, ósea yo, pero en cambio, contesto – un amigo de mi hermana, tiene un grupo de música -. Ella abre los ojos con asombro, interesándose aún más si cabe por él, para poder contárselo al resto, en cuanto vuelva al grupo. Mi madre irrumpe en la cocina para coger la tarta. – Venga, ves saliendo al jardín que vamos a soplar las velas – dice con entusiasmo, como si yo aún tuviera siete años. Salgo al jardín. Ya en ese momento estoy como en otro lugar, no parece que esté en el mismo cumpleaños que llevo meses preparando. No sé por qué, pero algo ha cambiado en mi interior cuando la he visto entrar con él de la mano. Ya no sé si son celos, si me siento traicionada, o que ha conseguido empequeñecer mi cumpleaños con esa entrada triunfal y todo lo que ha traído consigo. Soplo las velas, pidiendo un deseo que ya ni me complico en pensar y que, seguramente, ni se cumplirá. Finalmente, a base de alguna que otra copa, consigo dejar a un lado todo aquello y disfruto del resto de la fiesta. Bailamos hasta la madrugada, hasta que mi padre sale al jardín pidiendo que bajemos la música y los invitados se van dispersando para seguir la fiesta en otro lugar. Le pido a mi padre que me deje acompañarles, pero mi estado tampoco es el más indicado para seguir tomando copas. Vomito dos veces antes de llegar, a duras penas, a la cama. Me tumbo boca arriba, evitando cerrar los ojos, porque todo me da vueltas. Finalmente caigo rendida en algún momento de la madrugada y me despierta el sol deslumbrante al que mi madre deja irrumpir en el dormitorio y que a mí me parece más una bomba nuclear, despertando todos los músculos doloridos de mi cuerpo y horriblemente sedienta. Me dirijo a la cocina y me cruzo con mi hermana que, lejos de reflejar culpabilidad en su rostro, muestra una sonrisa extraordinariamente radiante y una mirada que brilla más que nunca. Todo lo contrario a mi aspecto resacoso y lamentable, mientras me tomo un zumo de naranja y un paracetamol. Y así empieza mi entrada al misterioso cambio en mi vida, sin previo aviso, sin carteles de bienvenida, ni libro de instrucciones. Cuando consigo recuperarme, a duras penas, de mi deplorable estado, me atrevo a preguntar a mi hermana por el chico misterioso. – Me sorprende que no me hayas hablado de él – digo, aparentando normalidad, en un penoso intento fallido. Estamos en mi dormitorio, yo tumbada en la cama, boca arriba y Minerva parada frente al armario, con las puertas abiertas de par en par y los brazos en jarra. – No tiene ninguna importancia Shara… solo éramos compañeros de clase hasta ayer – dice sin mirarme. – No es verdad. Estabas embobada con él. Estoy segura de que te gustaba desde hace tiempo… – digo, y dejo un espacio por si ella quiere intervenir, pero no lo hace – sin embargo, no me lo comentaste… y no entiendo muy bien por qué.

– Qué tontería… – dice, obviando mi comentario – Dejémonos de bobadas y elijamos ropa para el concierto de esta tarde. Suspiro. – ¡Vamos! ¡Levanta y ayúdame a decidir! Yo elijo camisa blanca, vaqueros y unas converse. Me gusta ir cómoda a los conciertos. Minerva prefiere un vestido discreto y vaporoso con el que pretende impresionar a Miguel. Minerva es menuda, pero posee unas curvas que ambas hemos heredado de mi madre. No destacamos por tener gran belleza, pero tampoco nos podemos quejar, y procuramos sacar partido a nuestras virtudes. Mi hermana tiene el pelo lacio y rubio, bastante largo y, muy frecuentemente, recogido con una coleta. Yo, sin embargo, tengo el pelo muy rizado, casi hasta la cintura y siempre suelo llevarlo suelto. Tengo unos grandes ojos verdes y mis pestañas son rizadas y largas. Al parecer, soy una copia exacta de mi abuela, a la que nunca conocí porque nunca aceptó a mi madre. Muchas veces he interrogado a mi padre sobre ella, tal vez mi madre no pero… y ¿nosotras? Pero algo triste y doloroso hace ensombrecer el rostro de mi padre y temo que su corazón se rompa en mil pedazos de pronto, y que sea yo la culpable del destrozo. Mientras termino de repasar mi maquillaje, sin saber por qué, me atacan unos nervios desmedidos al estómago. – No sé qué me pasa. Seguramente será la resaca – digo, sabiendo a ciencia cierta que nada tienen que ver esos síntomas con aquello, pero sin reconocer el motivo. – Ya se te pasará – me anima Minerva, sin poder deshacerse de esa sonrisa estúpida que la acompaña desde el día anterior – nos lo vamos a pasar genial, ya verás. Cogemos el bus para llegar hasta la asociación. El lugar está bastante alejado, a las afueras de la ciudad, pero el autobús nos deja muy cerca. Hemos quedado allí directamente porque Miguel tiene que ensayar antes del concierto. Cuando llegamos al principio de la calle me doy cuenta de la dimensión de la asociación. Lejos de ser un pequeño local, como yo había imaginado, es un terreno extraordinariamente grande que no llego a ver del todo desde ahí. Nos acercamos a la entrada, que está aproximadamente a la altura de la mitad de la calle. Todo el terreno está rodeado por una valla. La puerta de la verja está abierta y ya se intuye bullicio en el interior desde afuera. Al entrar me fijo en lo enorme del sitio.

Es impresionante, y Minerva no hace más que mostrar su nerviosismo. – Y ¿de qué es la asociación? – pregunto curiosa a Minerva, sorprendida por tanto despliegue. Minerva no sabe de qué se trata, Miguel tampoco le ha dado explicaciones a ella, ni ella se las ha pedido. A lo que mi vista llega a distinguir, pueden apreciarse varios edificios bajos, repartidos por todo el terreno, rodeados de vegetación de todo tipo. Árboles, flores, setos y caminos de tierra bien cuidados. En la entrada del primer edificio hay una pancarta enorme presidiendo la puerta en la que pone: CONCIERTO DELGRUPO “AURA AZUL” Nos colocamos al final de la eterna fila, sorprendidas de que haya tanto público, como si se tratase de un grupo popular. Los asistentes al concierto son aproximadamente de nuestra edad. Después de llevar unos minutos allí, viene a nuestro encuentro un chico, con un intercomunicador en la oreja, engominado y uniformado como si se dedicara a la seguridad. – ¿Minerva? – pregunta, acercándose al oído de mi hermana. – Si – contesta ella, alzando un poco la voz para que nos escuche ante tanto bullicio. – Acompañarme – dice mientras se da la vuelta y se dirige hacia la puerta. La gente que hay en la fila nos observa, cuchicheando entre sí. Nos adentramos en el local por uno de los laterales, esquivando a todo el público, que aún no se ha introducido dentro todavía no han abierto oficialmente la puerta. – Podéis colocaros aquí – dice muy serio, como si le hubieran prohibido sonreír – cualquier cosa que necesitéis yo estaré por aquí. Desaparece por donde ha venido y un cosquilleo de superioridad me recorre el cuerpo. A escasos metros de distancia, el escenario. Detrás de nosotros las vallas de seguridad. No podemos contener la sonrisa nerviosa que se ha apoderado de nosotras, mientras observábamos como colocan los instrumentos del grupo sobre el escenario. Había pensado que sería algo de menos envergadura y me sorprende tener ventaja sobre el resto. La puerta de entrada se abre y entra en manada la gente, agolpándose, sobre todo, en las primeras filas. De repente se apagan las luces y el murmullo de la gente se silencia. Un foco alumbra el escenario, dando más intensidad a Miguel, que sonríe con el micrófono en la mano mientras guiña un ojo a Minerva y dirige su mirada, un segundo después, al resto de público. Todos sus gestos enamoran, pese a ser el novio de alguien. Da igual, es como un amor platónico, un personaje famoso, alguien con un poder absoluto que te seduce, sin poner demasiado entusiasmo en ello. Es como algo innato, que le nace de dentro y que se nota que no hace el menor esfuerzo por conseguir.

Su mirada se posa de forma seductora en el resto de público y se escuchan gritos de entusiasmo. El concierto empieza y me sorprende que todos, excepto nosotras, sepan seguir las letras. Su música es estilo Pop-Rock y las letras bastante pegadizas. Se mueven con soltura en el escenario, como si llevasen toda la vida en ello.

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