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Al sur de Andalucía – Katy Molina

Todo empezó una noche, me encontraba tumbada en el sofá de casa. De pronto, el móvil sonó con un mensaje en el Messenger de Facebook. Fueron unas simples palabras, “Hola, buenas noches” , escribió. A partir de ese inocente saludo comenzó la historia eterna entre un alemán y una andaluza. Día a día, fuimos hablando y conociéndonos, sin prisas. Sin darnos cuenta surgió una bonita historia de amistad, una muy sincera y profunda, una que sin pretenderlo fui enamorándome cada día de sus palabras, de su voz y ternura. Alexander, era un hombre complicado, tenía muchos problemas en la vida. Llegué como un remedio para su malestar, fui su luz en la oscuridad. Durante casi un año estuvimos forjando una amistad especial, a pesar de la distancia, fuimos muy dependientes el uno del otro. Mi pareja, era un buen hombre pero muy distinto a mí. En cambio, Alexander me daba todo lo que siempre deseé en un hombre. Se había convertido en mi secreto más personal e íntimo. Nos llamábamos a todas horas, nos escribíamos e incluso chateábamos por Facebook, era un no parar. Nos convertimos en una obsesión. Mi vida no me la imaginaba sin él, lo necesitaba y cuando por trabajo hablábamos menos me daba ansiedad de no poder escuchar su voz. Muchas veces miraba a mi pareja queriendo que fuese tan atento como Alexander. Dicen que nuestra media naranja ronda en algún lugar del mundo queriendo encontrarnos. La encontré pero demasiado tarde. Santiago, así se llamaba mi pareja, no tenía ni idea de mi relación con el alemán. Sufría cada día sintiéndome una mala persona, estaba mal lo que estaba haciendo. Él no se merecía que le fuera infiel de pensamientos, pues no lo podía ser de otra manera, la distancia era un inconveniente. Día a día fui engañándome, me decía a mi misma que mi pareja era buena para mi vida y que lo que sentía por Alexander era simplemente atención. La relación con Santiago estaba muerta de amor desde hacía mucho tiempo y yo no quería verlo pero el problema no era el alemán sino mi ceguera. Sin darnos cuenta, la pasión se había acabado. Si tengo que ser sincera, creo que nunca la hubo, solo nos acostumbramos a estar juntos.


Llevábamos saliendo desde el instituto, él había sido mi primer todo y nunca tuve otra opción. Alexander era distinto, se preocupaba por mi bienestar, me dedicaba palabras dulces y tiernas. Era mi todo y mi nada, pues no lo tenía a mi lado. Cuando lo conocí, su vida era un desastre y no confiaba en las personas. Por mi carácter andaluz desinhibido, supe sacarle del pozo. A distancia, con un simple teléfono, conseguí darle esperanza y luz a su vida. Le aporté felicidad y que sonriera a la vida. La mía se complicó muchísimo, pasé las horas pensando en Alexander, soñaba con abrazarlo. Un día, mi pequeño, así me gustaba llamarlo cariñosamente, me confesó que se había enamorado de su mejor amiga, esa era yo. Me quedé muda, llorando, sin saber que contestar. Le hubiese dicho que yo también lo amaba pero no podía. Querer es fácil, lo difícil es expresarlo. No pude decirle la verdad, no quise hacerle daño. Hablé con él para convencerlo de que estaba confuso. Tuve que decirle que había confundido los sentimientos, que la soledad hacía que nos sintiésemos confusos a la hora de recibir un poco de cariño. Se me encogió el corazón al recordar como negaba e insistía. Al final, tuve que decirle que no olvidara que tenía pareja y que no complicara más las cosas. Recuerdo con anhelo el último mensaje de buenas noches que le escribí y que en el último momento borré “En la próxima vida, búscame con más ganas”. Ese día fue definitivo para que mi corazón lo reconociese como mi mitad perfecta. La amistad siguió y Alexander se contuvo en sus sentimientos. Hasta que llegó el día que una mujer cambiaría nuestros destinos, ella sería el detonante para desatar la tormenta del sufrimiento. Alexander se obligó amar, era un hombre consumido por la soledad, con una familia egoísta y una vida dura. Necesitaba tener a alguien a quién abrazar, besar y sobre todo que lo quisiese con libertad. Creí que animarlo a conocer mujeres, traería un equilibrio a lo nuestro pero me equivoqué. Ahí empezaron los problemas.

Ella se llamaba Lorena, una mujer tres años mayor que él, divorciada con dos niñas y buena persona. Esa era la única información que tenía acerca de aquella mujer misteriosa

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