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Abuelos al borde de un ataque de nietos – Leopoldo Abadia

Como siempre, este libro va dedicado, en primer lugar, a mi mujer, con todo mi cariño, que, gracias a Dios, ha crecido a lo largo de todos los años —¡sesenta el año que viene!— que llevamos casados. Este libro habla de nietos, mejor dicho, de mis relaciones con ellos. Relaciones diversas, muy diversas, porque muy diversos son mis cuarenta y ocho nietos, desde el mayor con sus veintisiete años, al pequeño, que está en camino. Pero los nietos no han venido solos. Por eso, la segunda dedicatoria es para los padres de los nietos, o sea, para mis hijos, que, cuando esperan un niño, se ilusionan pensando lo guapo, lo listo y lo maravilloso que será. Y al final, la dedicatoria para los protagonistas, los nietos. Son cuarenta y ocho, pero resulta que el mayor se casa dentro de dos semanas, con lo que Gabriela, su novia hoy, su mujer enseguida, tiene derecho a estar en la lista. Y como en casa siempre hemos procurado tratar a cada uno individualmente, porque cada uno es cada uno, me veo obligado a poner la lista completa, lista que está en otra página para que los nietos puedan decir: «¡Yo estoy aquí!», y para que tú te la saltes con toda tranquilidad. Continúo, como siempre, incluyendo en la dedicatoria a mis editores, que son una joya. Y, por fin, a todos los que lean este libro, deseando que te guste, que te rías un poco, que te haga pensar otro poco y que, cuando veas a un nieto que hace cosas raras, no te sorprendas. Hace cuatro días todos éramos nietos «en ejercicio» y nuestros abuelos debían de pensar: «Yo, con este, ni me entiendo ni me entenderé nunca. Pero le quiero mucho». Porque a esos seres que nos rodean, hijos de nuestros hijos, hay que quererles mucho. A todos y a cada uno, con sus cosas que nos parecen normales y con las que nos parecen raras. Aunque no les entendamos nada. Un abrazo fortísimo. LEOPOLDO ABADÍA LOS NIETOS Javi (y Gabriela) Rocío Regina Borja Íñigo Teresa Carmen María Fabiola Poldi Pepe Bosco Álvaro Marta Gonzalo Inés Paloma Blanca Leyre Cristina Itziar Carlos Beatriz Jorge Katia Elena Miguel Alejandro Gabriela Íñigo Manuela Fernando (en camino) Pablo Carolina Nacho Alicia Santi Billy Sol Pedro María Victoria Javier Gonzalo Diego Cecilia Rafa Mateo Catalina Estos son hoy mis nietos. He hecho la lista de memoria sin mirar apuntes. Ya puedo empezar. UN ABUELO COMO YO En San Quirico hay paz. Se oyen los pajarillos cantando y los rayos del sol se abren paso entre los árboles del bosque. Es pronto y hace fresco. No parece que hubiera tenido ayer por la noche a cincuenta y seis personas cenando en casa. La mitad, nietos. La casa está recogida y me he hecho un café en la Nespresso de mi despacho.


Un café solo, corto y muy caliente. Miro por la ventana hacia el bosque y me mentalizo para escribir. Me mentalizo porque, con ochenta y cuatro años, cada vez me cuesta más sacar productividad en las horas que escribo. Pero ya no se trata de ser siempre muy productivo, sino de ser menos productivo, pero muchas más veces. Empieza un año nuevo e intento imaginar qué va a pasar. Ayer, entre toda la familia, hicimos el listado de las cosas buenas que nos han ocurrido en este año pasado. Nos salen cerca de sesenta. Todas buenas. Todas optimistas. En esta familia nos gusta lo positivo. No somos cenizos ni queremos ser tóxicos. Intento, como decía, imaginar qué va a pasar porque el mundo está muy liado. Lo intento porque, con este mundo del revés, es imposible asegurar al cien por cien nada de lo que tenemos previsto a corto plazo. Hacer planes es bueno, pero dejar nuestras vidas en manos de lo que ocurra en la política o en el fútbol, por ejemplo, no da mucha seguridad. Y más tras mis desastrosas últimas profecías: no saldrá el Brexit. Y salió. No saldrá Trump. Y salió —Leopoldo, mejor estate calladito un tiempo, me digo—. No sé lo que va a pasar en estos próximos meses o años. Lo que sí sé es que el presente —como dije en el anterior libro, es un regalo— está aquí y hoy. Y hoy tengo ochenta y cuatro años y llevo cincuenta y nueve casado con mi mujer a la que quiero como el primer día. Tengo doce hijos con los que sigo hablando a menudo, mis yernos y nueras son fabulosos y mis cuarenta y siete nietos —y el que está en camino— son muy buenas personas. Mi presente, por tanto, es fenomenal. Con los achaques propios de los ochenta y cuatro años. Pero fenomenal, al fin y al cabo.

Y me encuentro con que este ambiente optimista, familiar y de plenitud que tenemos en nuestra familia —y lo nuestro nos cuesta también— choca frontalmente con el ambiente hostil, desapegado y algo frívolo de la sociedad de hoy en día. Me da la sensación de que nadie sabe muy bien hacia dónde tirar y que se ha optado, en primer lugar, por relativizar todo lo que no era relativo. Y por desprestigiar y ningunear muchas de las ideas o de las creencias que nos marcaban desde pequeños. Hasta se ha llegado a usar las cabalgatas de Reyes como un instrumento político. Ya no queremos ni que los niños sean inocentes. Por eso me pregunto diariamente qué puedo hacer en este mundo raro con mis cualidades —pocas— y mis ganas —muchas—. Y la respuesta es sencilla: vivir la vida con intensidad para intentar hacérsela un poquico mejor a los demás. Y para ello necesito no ser un señor de ochenta y cuatro años quejumbroso, gruñón y pesimista, y apoyarme en aquellos que pueden ir adonde yo ya no llego. Por eso quiero entender a mis nietos. Porque con ello entiendo la parte del mundo y del HOY que no entiendo. Así que, como dice Serrat, prefiero «hacer a pensar, amar a querer» y con la fortuna de tener una familia grande y que se quiere, quiero intentar aliarme con mis nietos para llenar de buen ambiente el mundo. Y como eso es muy ambicioso, lo haré primero en mi familia, luego con mis amigos, en mi barrio, ciudad, comunidad, país, continente, etc. Soy consciente de que entre mis ochenta y cuatro años y el nieto que nacerá durante la fabricación de este libro, hay mano de obra suficiente como para crear un muro de contención de optimismo que detenga este ambientillo semidecadente que vivimos hoy en día. Optimismo que hay que instalar lo primero de todo en casa.

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