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Abre Tu Corazon (Mafia 2) – Barbara Padron Santana

Giulia salió corriendo de la casa, pero había dejado a su perro Lucca olvidado. Tenía que poner distancia entre Salvatore y ella. Iba a tener a su hijo sola, él jamás iba a ser el padre por mucho que hayan sido sus espermas los que la dejaron embarazada. Bastante había sufrido con la pérdida de su esposo, su infidelidad y posterior embarazo como para verse obligada a estar con Salvatore. Ella no podía amarlo como había amado a Lucio. Él había sido el hombre de su vida a pesar del peligro constante que padecían día sí y día también. De repente, se detuvo al recordar la amenaza que pesaba sobre ella. Aquellas fotos le habían intimidado y lo que menos quería era poner en riesgo a su bebé. Se tocó el vientre con delicadeza. —No te va a pasar nada, pequeño, te protegeré con mi vida si es necesario. Recorría las calles sin un rumbo definido y sin percatarse de que un coche oscuro la seguía muy de cerca. Cuando Giulia sintió un acelerón, miró a su espalda viendo un coche oscuro acercarse hacia ella. Su instinto le indicaba que corriera, que su vida y la de su bebé corrían peligro por lo que no lo pensó dos veces y corrió con todas sus fuerzas. Cuanta más distancia pusiera, mucho mejor para buscar un sitio donde esconderse, pero su equipaje no ayudaba así que lo soltó, al igual que su bolso, sin ver dónde caía. Esquivaba personas que retrasaban su huida y cada vez estaban más cerca. Entonces, en un amplio espacio, el coche aprovechó para ponerse delante de ella. La puerta trasera se abrió y salió de este un tipo al que no logró ver bien su rostro porque enseguida se dio la vuelta para ir en sentido contrario, escondiéndose luego en un callejón. Alguien la agarró del brazo y ella intentó zafarse con poco éxito. De repente sintió un pinchazo en el cuello. Pasados unos segundos, empezó a sentir sopor hasta que, finalmente, perdió el conocimiento. El tipo llamó por su móvil a los que iban en el coche que no tardaron nada en acercarse para meterla dentro y salir de allí rápidamente. 1. Meses antes. Ya lo tenía todo listo en el comedor de la amplia casa en la que vivía junto a su marido. Era su aniversario por lo que había decidido preparar una cena sorpresa para él.


Había elegido ya la ropa que se iba a poner para el evento y sabía que era uno de los vestidos que más le gustaba a su marido. Terminaba de arreglarse el peinado, una sencilla cola a un lado para luego colocarse unos pendientes de los que colgaban unas preciosas piedras blancas que destellaban con la luz que incidía sobre ellos. Se incorporó y miró el vestido sobre la cama. Una preciosa prenda de color rojo con la espalda totalmente descubierta y largo hasta las rodillas. Las mangas eran largas, pero tenía un tejido fresco que no le daba calor. No pudo evitar sonreír al imaginar la cara que pondría Lucio cuando la viese, por lo que no dudó en ponérselo para luego calzarse unos Peeptoes de color beige. Se miró en el espejo y volvió a sonreír. Estaba segura de que a su marido le encantará verla así solo para él. Bajó al piso inferior y se sentó a la mesa para esperarlo. Todo estaba a oscuras salvo las velas en el centro de la mesa que le daban un aire romántico a todo. Había colocado vino en una cubitera con hielo para que se mantuviese fría. En el horno se conservaba caliente la comida que le había preparado. Las horas empezaron a pasar y Lucio no aparecía por ninguna parte. Cogió su móvil para mandarle un mensaje, pero no contestaba, así que lo llamó. Fueron pasando los tonos y nadie le contestaba. ¿Esta iba a ser como tantas otras noches en las que no llegaba a casa porque estaba trabajando? Quizás estaba en un atasco. ¿A quién pretendía engañar? A veces, Lucio vivía más para su trabajo que para ella. A aquella hora, con las velas apagadas, ya se había tomado media botella de vino y, cansada de esperar, la cogió y se dirigió al salón para acostarse en el sofá tirando los zapatos en cualquier lugar. —Maldita sea, Lucio, ni en tu propio aniversario —dijo con voz achispada—. Eres un estúpido y te odio. ¡Sí! Te odio por dejarme abandonada hoy. Bebió otro trago, esta vez más largo y dejó caer el brazo a un lado con la botella en la mano. Dejó escapar las lágrimas mientras se quitaba los pendientes. Tras un rato de desahogo se quedó profundamente dormida. Muy entrada la madrugada sintió cómo dos brazos la cogían en volandas y abrió los ojos.

Frente a ella estaba su marido mirándola. —Te has olvidado de nuestro aniversario —dijo ella medio adormilada. —Lo siento, Giulia, prometo compensarte. —Le dio un beso en la frente—. Sigue durmiendo. No quería hacer caso de su orden, pero le pesaban demasiado los párpados, así que se dejó llevar por el cansancio para volver al mundo de los sueños. Lucio la llevó al piso superior donde la recostó con delicadeza sobre la cama. Se sentía culpable por haber olvidado una fecha tan importante para ambos. La fecha en la que se habían dado el ‘sí quiero’, pero el trabajo con Saulo Graziani no le dejaba pensar en nimiedades que luego eran importantes. Era su mano derecha y debía supervisar todo lo que ocurría. Esa misma noche habían recibido una escultura robada a los chinos. Casi no tenía tiempo de respirar. Se dirigió al cuarto de baño para darse una ducha. Mientras se calentaba el agua, se miró en el espejo, el pelo corto oscuro estaba algo revuelto y los ojos azules que lo miraban se veían cansados. Quizás necesitaba unas vacaciones para desconectar. Sí, se daría un capricho y llevaría a Giulia de viaje. Saulo se las apañaría sin él durante un par de días. Se quitó la ropa y se dio una ducha rápida para luego ir a su despacho y comprar unos pasajes para un crucero que recorrería todo el Mediterráneo. Sonrió satisfecho cuando imprimió los pasajes para la semana siguiente. Cuando lo tuvo impreso, se incorporó y llevó los papeles a la habitación dejándolos en la mesa de noche de Giulia para que se llevara la sorpresa al despertar. Le dio un beso en la frente y se acostó a dormir. Estaba muy cansado. Cerca de amanecer, sonó el despertador de ella, que abrió los ojos confusa y con un terrible dolor de cabeza. Se había pasado con el vino. Se incorporó lentamente y apagó aquel aparato de los infiernos.

Hoy no iría a correr, estaba demasiado cansada para ello. Miró la mesilla y vio los papeles de los pasajes. Los cogió y los observó bien. Parpadeó varias veces y se giró en la cama. Él estaba mirándola con una leve sonrisa de disculpa. —¿Qué es esto? —Es para disculparme por lo de anoche. No era mi intención llegar tarde. Voy a pedirme unos días para dedicártelos a ti única y exclusivamente. —Pero… tu trabajo… —Podrán apañárselas sin mí. Me he dado cuenta de que le dedico demasiado tiempo a ellos y muy poco a ti. Nos merecemos esto. Giulia soltó los papeles y se subió sobre su marido para besarlo con pasión. —¡Gracias, mi amor, gracias! Esta va a ser nuestra oportunidad, no te dejaré salir del camarote del barco —dijo ella sonriendo. —¿Ah no? —No, he mirado el calendario y es el momento propicio para intentarlo. Son mis días fértiles. —Le dio un beso en la barbilla. La sonrisa de Lucio se quedó congelada en su rostro. Aquellas palabras le habían afectado mucho más de lo que esperaba. Hacía tiempo que habían decidido tener un hijo, pero tras varios intentos, no habían logrado nada. Por eso mismo había hablado con Salvatore Fabreschi, médico personal de Saulo, para que le hiciera una prueba de fertilidad y apenas dos días antes había recogido los resultados. Por mucho que ambos quisieran, no iban a poder tener hijos. Él era estéril. No había encontrado el momento oportuno para contárselo y se la veía tan ilusionada… Aquello iba a ser un duro golpe para ella. —¿Pasa algo? —preguntó ella al ver que no se movía. Levantó la mirada para verlo serio—.

¿He dicho algo malo? Lucio se obligó a sonreír de nuevo y le apartó un mechón para luego acariciarle la mejilla con cariño. —Tú nunca podrías decir algo malo, Giulia. Eres perfecta, y a veces pienso que no te merezco. Giulia posó sus manos en las mejillas de Lucio. —No digas eso, mi amor. Eres el hombre al que amo, nunca podría sustituirte porque me das todo lo que necesito. «Pero no lo que más deseas», pensó para sí. Sintió las labios de ella recorrer una de sus mejillas para luego posarla en la comisura en un intento de probar sus labios mucho más a fondo. Lucio apartó aquellos oscuros pensamientos para saborear los de Giulia y dejarse llevar por la pasión. Otro día que llegaba tarde a la comisaría, pero aquella rubita se merecía un buen polvo mañanero. Sonrió al recordarla, aunque la sonrisa se le borró al instante al divisar a Hulk con su cara verde de enfado. Se acercó hasta él con los brazos cruzados. Su espeso bigote no podía ocultar los labios fruncidos por el cabreo que llevaba encima. —¡Salvatore Fabreschi! El aludido entrecerró los ojos y se apartó un poco ante la exclamación de su jefe, el comisario. —¡Señor Cantoni! —exclamó Salvatore abriendo los brazos con una sonrisa. El comisario agitó las manos y el otro las bajó. —Llevas tres días llegando tarde ¡y estamos a miércoles! —Bueno… al menos sabe contar —dijo Salvatore. —¡Fabreschi! ¡No quiero un solo retraso más o se las verá conmigo! ¿Entendido? Salvatore levantó las manos. —Cristalino. —Pues baja ya que tenemos un nuevo cadáver, esta vez te toca a ti hacer la autopsia. —Para abajo que voy —dijo el forense haciendo el saludo militar para bajar corriendo antes de que Hulk se pusiese más verde. Una vez abajo, se puso su bata blanca y se dirigió a la sala donde tenían el cadáver. Uno de sus compañeros sacaba el instrumental para empezar a hacer la autopsia. Salvatore se lavó las manos y se puso unos guantes para luego acercarse. Al ver el torso no hizo falta ser muy listo para ver más o menos qué había ocurrido para acabar en aquella mesa metálica.

—¿Dónde lo encontraron? —preguntó al que sería su ayudante en aquella autopsia—. Joder, qué mal huele. —Salvatore se tapó la nariz. —En Livorno, un bloque de cemento y lo lanzaron al mar. —A primera vista se ven signos de tortura, está muy hinchado y ya se encuentra en estado de descomposición. Ahora debemos saber qué es lo que realmente le causó la muerte, así que comencemos —dijo tendiéndole la mano a su ayudante que había estado tomando notas de lo que decía Salvatore, añadiéndolas a las que él ya había hecho previamente, para que le alcanzara el bisturí con el que hizo la incisión desde los hombros hasta el centro y luego hacia abajo—. ¿Se ha encontrado algún objeto sospechoso en el cuerpo? —No han hallado mucho. Poca cosa que pueda ayudarnos. —¿Has revisado sus uñas por si hay alguna muestra que podamos tomar? —Encontré fibras de algún tipo de tejido, pero nada que nos pueda servir para identificar a su agresor. —Mucho no podía hacer. Mira sus muñecas… tienen marcas de ataduras. No creo que sea muy complicado saber la causa exacta de la muerte. Mira sus orificios… ha sangrado por ellos. El ayudante se puso al lado de Salvatore para observar todo lo que hacía. Fueron comentando todo lo que veían y, finalmente, cuando lograron esclarecer la causa de la muerte, cerraron la incisión y él se dedicó luego a hacer el informe que debía presentar a los responsables de la investigación encerrado en su despacho. Cuando acabó, cogió su móvil y marcó. Al segundo tono contestaron. —Salvatore —se oyó al otro lado de la línea. —El día que no me mandes un cadáver monto una fiesta. —Era un traidor, a los traidores se les hace pagar. —No te lo discuto, pero deshazte bien de los cadáveres y déjame dormir en el trabajo. —Sabes que si lo encuentran así es más difícil acusarnos, había que dejarse ver un poco, lo justo para que lo encontraran. —Lo sé, Saulo, pero cada nuevo cadáver me acojono más contigo y se me quitan las ganas de molestarte, aparte de que se me están acabando los chistes. —Cada traidor merece su castigo, no hay más. —Pues con este te has lucido.

Lo reventaste por dentro. Al menos no dejaste huellas por lo que me ahorro el tener que ocultar cosas. Solo unas fibras, pero nada de ADN. —Bien. Buen trabajo. Mientras no salgan los Graziani todo estará bien. —Tranquilo que no saldrán. Yo siempre cumplo con mi trabajo. —Lo sé, por eso confío en ti. —Oh gracias, me ha llegado a la patata —dijo llevándose una mano al centro del pecho—, mi corazón rebosa alegría. Al otro lado de la línea se oyó una leve risa. —Tú y tus bromas. Venga, tengo cosas que hacer. Debo poner un anuncio para encontrar una secretaria nueva dentro de poco. El proceso de selección será largo. —Entonces te dejo, señor hombre de negocios —dijo Salvatore sonriendo. —Ya hablamos. Sin esperar una despedida, colgó y el forense miró el móvil. —Ni un mísero adiós. Qué seco. Normal que no tenga novia. Al rato tocaron en la puerta y por ella apareció un chico alto, de pelo corto rubio, ojos azules y una barba de pocos días. Junto a este apareció una joven de largo cabello castaño claro y ojos marrones. Salvatore cogió la carpeta donde había metido lo que tenía del informe y sonrió al verlos. —Pero si son mi pareja favorita.

¿Traéis café? El comisario se ha enfadado conmigo y creo que no quiere verme arriba. —¿Qué has hecho esta vez? —preguntó la joven cruzando los brazos con una sonrisa. Salvatore se rascó la cabeza y sonrió culpable. —Bueno, como bien me ha demostrado el comisario, me ha dicho que llevo tres días llegando tarde a trabajar y, claro, resulta que hoy es miércoles. El chico rubio soltó una sonora carcajada que lo hizo doblarse. Se agarró a la silla de Salvatore y luego se secó una lágrima que se le había escapado por la risa. —No tiene nada de gracia, Leo —dijo la chica aguantando la risa—. Por llegar tarde hemos recogido el informe tarde.

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