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Abismo Sexual – Fermin Melendez

La mirada penetrante de José Canelas, se posó en el cuerpo de Perla, una obesa mujer de veintidós años. Su piel blanca, hacía que a José se le despertara la lascivia. Ya quería besar ese vientre abultado, se imaginaba morder las rechonchas piernas, parecía que lo enervaba ese calzón remarcado. Se imaginaba acariciando sus pronunciadas nalgas, recorriendo su cuerpo con la boca, mordiendo, chupando, lamiendo. Pero se contuvo, solo se limitó a frotarse las manos y luego a acicalarse el bigote. Había sostenido amores con un par de mujeres maduras, pero no había tenido de amante a una joven, aparte era casado y, aunque no lo pareciera, quería ser fiel y es allí donde en su interior se libraba esa lucha entre el bien y el mal. Al final como siempre sucedía, triunfaba el mal y terminaba por caer en la red de seducción, que él mismo, involuntariamente, tejía. José Canelas trabajaba realzando bosquejos y viñetas para el periódico El Astro, ese día había llegado en taxi, puesto que su auto se había averiado. Razón por la que éste le solicitó a Perla García que le diera un aventón a su casa. Ambos trabajaban en la misma empresa, poco o nada se conocían, apenas si habían intercambiado un par de palabras, siendo en esa ocasión que Perla presumía ante sus compañeros que tenía novio, mostrando en la pantalla de la computadora una fotografía en donde ella estaba con un joven, solo que Canelas observó, que en la foto, ella se le pegaba al supuesto novio, y este como que se retiraba de ella, por lo que intuyó que la chica obesa, la gordita del grupo, estaba deseosa de cariño. Como no estaba otra persona más que le diera “rait” a José, la chica accedió y de buena manera. Ya pasada la medianoche, ambos subieron a la camioneta mini van, enfilaron hacía la vivienda de Canelas. Platicaron de asuntos superfluos. Debido a que José estaba casado (dato que conocía Perla), este le pidió que detuviera la marcha del vehículo a un par de cuadras de su casa. Luego de estacionar la unidad motriz, siguieron platicando y antes de bajar Canelas le dio un beso a Perla, quien en lugar de rechazarlo, lo recibió con gusto. Tal vez ella sí estaba deseosa de ser besada, amada y porque no, penetrada, a sus años ya lo ameritaba. —¡Oye! ¿Por qué me besas? —le reclamó la joven con enojo fingido, tratando de mostrar una actitud de sorpresa. —Es que me atraes mucho. Me fascinaste desde el —momento que te conocí. —¡Eso le habrás de decir a todas! —Tal vez sí, pero contigo es diferente, contigo es real. ¡Me encantas Perla! —Y tú que dijiste, ya cayó ésta tonta. —Si tú te caes, yo te levanto, pero antes te lleno tu cuerpo a besos. El bajó de la camioneta y se retiró no sin antes decirle a Perla que la llamaría al día siguiente, ella le pidió que no fuera a olvidarlo. Al día siguiente, ya por la tarde, se volvieron a ver en el periódico El Astro, de allí se fueron a dar la vuelta en la camioneta de ella. A eso de las siete de la tarde, platicando dentro de la unidad motriz que estaba estacionada en una calle solitaria, José le dijo a Perla: —Oye deberíamos de ir a un hotel —Claro que no, ¿qué te pasa? —dijo ella, mientras regalaba una sonrisa que no concordaba con sus palabras.


—Estaríamos más a gusto y con aire acondicionado. Perla accedió, arrancó el vehículo y enfiló a un hotel de paso. Al llegar Canelas pagó el cuarto y entraron. Se portó muy amable con Perla a quien pidió relaciones Perla puso cara de niña mimada, inocente, dijo que nunca lo había hecho, que sería la primera vez, para luego entrar al baño a quitarse la ropa. Salió del sanitario, enredada en una toalla y se recostó en la cama y se tapó con la sábana. José ya estaba desnudo. Ella dijo que le daba pena esa situación. José, solo se limitaba a acariciarla con la mirada, de vez en cuando pasaba su mano por la pierna, fingiendo ser un caballero. —Si no estás a gusto, si no te sientes bien, pues nos vamos. —Pero… ¿tú te vas a enojar? —Lo haremos cuando tú te sientas bien. Ambos se vistieron y salieron del hotel. Ese juego, el de ella, haciéndose pasar por una chica, inocente, pudorosa y virginal y él haciéndose pasar por un caballero y tierno en el amor les duró sólo tres días, ya que en la tercera ocasión que acudieron al mismo hotel, ella accedió. Dice el dicho que el que persevera alcanza, y él esperó pacientemente a que ella cayera sola en la red. Recostada en aquella cama, que ha atestiguado infinidad de encuentros amorosos prohibidos, abrió las piernas para permitir que el miembro viril de Canelas entrara en su cavidad vaginal una y otra vez. José tenía el trofeo en sus manos, él tenía treinta y cinco y ella veintidós, a comparación de su esposa, Perla era un postre. Había un detalle, José no vio su pene manchado con esa sangre virginal. El no escuchó que ella se quejara por ese dolor al ser penetrada por primera vez. No hicieron el amor, no había nada romántico en su juego carnal, lo que hicieron fue el sexo, puro y duro. Una, dos, tres veces. Ambos salieron satisfechos, José, como los pistoleros del viejo oeste, puso una mueca más a su miembro viril, ella, según había perdido su virginidad con un hombre con experiencia que le gustaba mucho. Así transcurrieron los días entre encuentros fortuitos, pero algo que le dejó marcado a Canelas, es que Perla, no le exigía nada y se entregaba al cien, ella comenzó a invitarlo a restaurantes, donde pagaba la cuenta, eso sí, tenía un poco de dignidad, las cervezas y el hotel, ella nunca pagaba. Perla estaba creando un monstro, ya que Canelas, así no se conducía. En una de esas salidas de contrabando de amantes, Perla invitó a su amiga Martha a dar la vuelta con ellos. Como costumbre paseaban en la camioneta de Perla, para que Canelas no gastara en la gasolina, así anduvieron por varias partes de la ciudad, Perla, Canelas y Martha quien iba en el asiento trasero. José compró un seis de cerveza y como Perla no ingería, invitó a Martha a beber, a lo que ella aceptó gustosa.

Llegaron a un área despoblada y estuvieron platicando. De vez en cuando Canelas abrazaba a Perla y le daba un beso. Tal vez ella había invitado a Martha, para que viera como su novio la trataba con ternura y a la vez con deseo insano, lo que no sabía, es que ya había creado a un mostro en Canelas, quien aprovechaba al abrazar a Perla, tocar los senos de Martha, quien no decía nada. A Martha le faltaba gracia y belleza, pero le sobraban ganas de ser amada. De pronto, y cuando Canelas tenía la mano hacia atrás acariciando la pierna a Martha, Perla se dio cuenta y le dijo con voz firme y un tanto molesta. —¿Qué estás haciendo? —¡Nada! —Pues yo miré otra cosa —refunfuñó ella. Quizá por el amor o tal vez por la baja autoestima de Perla, pero los tres siguieron como si nada hubiera pasado. Todavía anduvieron un rato paseando, aunque solo Canelas y Martha bebiendo cerveza. Ya entrada la madrugada, Perla se fue a su casa y pidió a Canelas que siguiera en su auto a Martha, quien traía un viejo carro de su papá, esto para que no le fuera a pasar nada en el camino. Pedir eso a Canelas, es como pedirle al Coyote cuidar las ovejas. Canelas hizo lo que se le encargó. Martha, un par de cuadras antes de llegar a su casa, le pidió que detuviera la marcha del auto, se acercó y le dio un beso, beso que fue correspondido. Canelas y Martha no volvieron a verse. Eso porque él intuyó que su nueva conquista no tenía dinero para sacarle. Perla y Canelas siguieron con ese romance de contrabando, a hurtadillas, bueno eso de hurtadillas es un decir, ya que los compañeros de ambos sabían de esa fogosa pasión entre ellos, solo la esposa de José Canelas, desconocía era mala pasión. La esposa de Canelas, no se daba por enterada de esos amoríos, ya que José trataba de ser un padre ejemplar con sus hijos. Es allí donde el bien y el mal, luchaban dentro de Canelas, esa lucha interna la vivía a diario y a diario sucumbía a esa mala pasión. Pero Canelas puso una regla con Perla, no molestarlo con llamadas telefónicas, algo que a ella no molestó, al contrario accedió. Perla no parecía tener baja autoestima, al contrario, tenía mucha actitud. Pero no presentó como su novio a Canelas, cuando lo llevó a su casa, solo dijo que era uno de sus compañeros. Perla llevó a José también con otras amigas, un de ellas Leticia Zamarrón, una solterona de 35 años, que trabajaba en un puesto del tianguis y cuando llegaba la Expo Fiesta, laboraba en las taquillas. En toda esa telaraña de mentiras entre Perla y José, había una sola verdad: el sexo. Hicieron el sexo como loco. A Perla le encantaba el José tierno en el momento de comenzar a acariciarla, pero luego a él le cambiaba el rostro, el semblante no era el mismo, parecía ser otro, o que algo se poseía de José, y le hacía el sexo a Perla en casi todas las posiciones que marca el Kamasutra. Perla estaba extasiada, tal vez en su corta vida, haya tenido encuentros muy cortos o solo uno de ellos, pero con José, tenía la mesa servida a la hora que ella quería y dispusiera.

No le importaba a ella ser la otra, la amante, el plato de segunda mesa, la mujer de la oscuridad, de las sombras, eso se le olvidaba al verse dentro del cuarto de un hotel, cuando él la penetraba, subiéndose sobre ella o la empinaba y cuando le succionaba el clítoris, si Perla hubiese tenido el manual de las Mujeres Feministas, tal vez en esos momento, ella le hubiera prendido fuego, pues accedía en esos momentos a ser la esclava de un hombre, del macho alfa, del que posee, al fin y al cabo, lo aceptaba, pero no lo decía, era para José un simple objeto sexual, un juguete erótico. Pasaron días y meses. Parecía que esa relación enfermiza no terminaría. Ella invitaba el desayuno, la comida y la cena, José se sentía a gusto, pues tenía eso y a una joven a su disposición, ya no tendría que acudir a un prostíbulo a pagar por una sexoservidora. Pero llegó ese día, Perla, en su mundo, en su mente, creyó tal vez que José ya era de su propiedad, para eso le faltaba mucho a ella. Habló con José y le dijo: —Mañana vamos ir a cenar con mis amigos.

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