Veinte años después continúa con las aventuras del grupo de amigos que conocimos en Los tres mosqueteros. El tiempo ha transcurrido y las cosas han cambiado mucho, la situación del país es distinta, hay un nuevo rey-niño y un nuevo ministro que vive bajo la sombra que ha dejado Richelieu.
La situación política que nos encontramos ha cambiado mucho, los enemigos que habíamos conocido en el primer libro han cambiado y los personajes han seguido distintos caminos durante esos años.
En la novela veremos el reencuentro del grupo y cómo vuelven a estar en medio de las intrigas políticas, tanto de Francia como de Inglaterra.
En un cuarto del palacio del cardenal, palacio que ya conocemos, y junto a una mesa llena de libros y papeles, permanecía sentado un hombre con la cabeza apoyada en las manos.
A sus espaldas había una chimenea con abundante lumbre, cuyas ascuas se apilaban sobre dorados morillos. El resplandor de aquel fuego iluminaba por detrás el traje de aquel hombre meditabundo, a quien la luz de un candelabro con muchas bujías permitía examinar muy bien de frente.
Al ver aquel traje talar encarnado y aquellos valiosos encajes; al contemplar aquella frente descolorida e inclinada en señal de meditación, la soledad del gabinete, el silencio que reinaba en las antecámaras,
como también el paso mesurado de los guardias en la meseta de la escalera, podía imaginarse que la sombra del cardenal de Richelieu habitaba aún aquel palacio.
Mas ¡ay! sólo quedaba, en efecto, la sombra de aquel gran hombre.
La Francia debilitada, la autoridad del rey desconocida, los grandes convertidos en elemento de perturbación y de desorden, el enemigo hollando el suelo de la patria todo patentizaba que Richelieu ya no existía.
Y más aún demostraba la falta del gran hombre de Estado, el aislamiento de aquel personaje; aquellas galerías desiertas de cortesanos; los patios llenos de guardias aquel espíritu burlón que desde la calle penetraba en el palacio,
a través de los cristales, como el hálito de toda una población unida contra el ministro; por último, aquellos tiros lejanos y repetidos, felizmente, disparados al aire, sin más fin que hacer ver a los suizos, a los mosqueteros y a los soldados
que guarnecían el palacio del cardenal, llamado a la sazón Palacio Real, que también el pueblo disponía de armas.
Aquella sombra de Richelieu era Mazarino, que se hallaba aislado, y se sentía débil.
Otro Clásico derivado de mis primeras lecturas Los Tres Mosqueteros de Alejandro Dumas, como dejarlo ir?.