debeleer.com >>> chapter1.us
La dirección de nuestro sitio web ha cambiado. A pesar de los problemas que estamos viviendo, estamos aquí para ti. Puedes ser un socio en nuestra lucha apoyándonos.
Donar Ahora | Paypal


Como Puedo Descargar Libros Gratis Pdf?


99 Mentiras – Sonia Pasamar

«A ver. Estas dos bolsas con la mano… Ahora me pongo esta caja bajo el brazo y creo que tengo todo ya. ¡Mierda, ahora no puedo cerrar el coche!» Brenda cruzó la calle para llevar toda la compra hasta la entrada de la vivienda. Si no podía cerrar el coche, tampoco podría abrir la puerta de la casa en la que estaba alquilada desde hacía dos semanas, así que, mientras se acercaba, pensaba en qué bolsa dejaría en el suelo para sacar la llave de su bolsillo. Todo estaba mojado; llevaba lloviendo más de una semana y esto la estaba martirizando. Para ganar tiempo, intentó pasarse la caja que llevaba bajo el brazo izquierdo a su brazo derecho y así poder sacar la llave mientras caminaba. De repente chocó contra algo. La bolsa que llevaba sobre el brazo y que tapaba casi todo su campo de visión empezó a tambalearse y se esmeró en no perder el equilibrio. La pilló al vuelo, no sin evitar que la caja de huevos que se situaba en lo alto de la bolsa saliera despedida contra el asfalto. —¡Dios! ¡Mierda! —gritó. —Lo siento. Ha sido culpa mía. Tras oír la disculpa, se giró sobre sí misma para ver quién o qué era aquello que había hecho que se quedara sin la cena prevista para esa noche. Y ahí estaba él, con una sonrisa que hizo que se sintiera estúpida. —N… no —titubeó—. Ha sido culpa mía —Brenda se iba enfadando consigo misma por momentos—. He intentado llevar toda la compra a la vez sin haber previsto tener a mano la llave ni nada. Estaba quedando como una mema y, seguramente, su aspecto físico no ayudaba mucho frente a un tipo de lo más elegante, perfecto a pesar de estar calado hasta los huesos por aquella impertinente lluvia. —¿Puedo ayudarte? Es lo mínimo que puedo hacer. —Sí, gracias —dijo ella mientras le pasaba la bolsa de la discordia. Abrió la puerta con cierta dificultad. Ya se había quejado un par de veces a su casero para que arreglara la cerradura o al menos la engrasara. Dejó la compra sobre la mesa del salón y se apresuró para coger la bolsa de las manos del desconocido. —Gracias por tu ayuda. Enseguida limpio el estropicio de la calle.


No quiero que ninguna vecina me anote en su lista negra. —Lo siento, de veras. No era mi intención chocar contigo pero quise cruzar deprisa para resguardarme de la lluvia y no te vi. En la cara del hombre se apreciaba una desbordante sinceridad. Parecía afectarle aquella culpa, aunque para ella ya era una tontería. Brenda solamente quería quedarse a solas y tomar un baño caliente que le hiciese entrar en calor y la relajase de aquella jornada infernal. —No te preocupes. Te lo digo de verdad. Ha sido un percance sin importancia. Si todos los males fueran así… Gracias de nuevo. Las palabras de ella sonaron con tanta rotundidad y tan secas a pesar de la humedad reinante, que el desconocido tras ofrecer la mejor de sus sonrisas, giró sobre sus talones y marchó a toda prisa hasta la vivienda contigua. Brenda se quedó observándole. Hasta entonces pensaba que aquella casa no estaba habitada, o al menos nunca había visto a nadie acceder o salir de ella. Sin cerrar la puerta se dirigió a la cocina para hacerse con varias porciones de papel absorbente y recoger parte de los huevos desparramados por la calle y se acercó a tirar los restos en el contenedor de basura ubicado entre su casa y la del extraño. Al levantar la vista hacia las ventanas de la casa de su vecino, le pareció ver que le observaba discretamente desde una de las habitaciones, pero las gotas de lluvia enturbiaron sus ojos y, cerrando su coche desde el portal con el mando a distancia, terminó por entrar para refugiarse definitivamente. El deseo de tomar un baño relajante se vio alterado por una buena dosis de realidad. ¿Qué había pasado aquel día? Tan solo había hecho dos informes y tenía todavía un proyecto importante a medio desarrollar. Lo mejor era conformarse con una ducha rápida, aunque sí caliente. Apenas había terminado de ponerse su viejo pijama cuando sonó el timbre de la puerta. Pensó que sería alguna de sus impertinentes vecinas que la habría estado observando. Decidió ponerse una bata algo más decente y bajó a toda prisa las escaleras, con intención de zanjar pronto la inesperada visita. Abrió la puerta con cierta violencia y con cara de pocos amigos. Tenía trabajo atrasado y parecía que el mundo estaba dispuesto a atrasarlo aún más. Pero de nuevo, ahí estaba él, incluso más impresionante que minutos antes y ella en peores condiciones: un pijama raído, pelo revuelto y sin secar y descalza, lo cual le daba clara ventaja al visitante, pues su elegancia y altura le daban un aspecto imponente. —Hola —y sonrió con la sinceridad que parecía identificarle.

—Hola —contestó realmente sorprendida y avergonzada a la vez. —Me siento mal por lo de antes y he querido compensarte —dijo el hombre tendiéndole una caja de huevos. —Pero —titubeó ella— no hacía falta que me compraras nada, ya te dije que había sido algo fortuito y no creo que hubiera mala intención, pero, gracias de todos modos. Tomó la caja de huevos, pensando que sería descortés no hacerlo, puesto que él se había tomado la molestia de llevársela. —¿Quieres tomar un café o una infusión? Estás empapado y es lo menos que puedo hacer por ti en este momento —dijo con una radiante aunque forzada sonrisa. —De buena gana lo tomaría —respondió él. Brenda se apartó del quicio de la puerta permitiendo que accediera a su vivienda. —¿Qué te apetece? Tengo diferentes tés o… puedo hacerte un café —dijo elevando la voz desde la cocina. —Un café me vendría bien —contestó en el mismo tono de voz—. Con un poco de leche si no te importa. Ella se esmeró en preparar un buen café con su recién estrenada cafetera, mientras el desconocido curioseaba por los estantes del salón. De vez en cuando se asomaba con disimulo para contemplarle. No sabía si aquello era el premio de una lotería o un programa de cámara oculta, pero resultaba increíble que un hombre tan apuesto y atractivo estuviese bajo el mismo techo que ella. —Ten cuidado. Está caliente —dijo ella mientras le tendía la taza. —Muchas gracias. Su sonrisa era una constante en él. Sus labios dejaban ver una preciosa hilera de dientes perfectos. Realmente tenía aspecto de ejecutivo, pero era extraño encontrar una persona así en aquel pueblo de montaña. —Bueno. Me llamo Peter —dijo con un gesto a modo de reverencia—. Creo que debía presentarme después de todo lo que hemos pasado esta tarde —una pequeña risa acompañó a esta última frase. —Sí, me parece que me he portado como una imbécil —se justificó Brenda—. Espero que no te forjes una idea equivocada de mí, por todos los improperios que he soltado, pero llega un momento en que la lluvia me supera y… el trabajo y… las tareas y… la lluvia. —Eso ya lo habías dicho.

—¿Qué? —preguntó despistada. —Digo que ya habías dicho lo de la lluvia. —¡Ah!, bueno. La verdad es que he tenido un día de perros, sin contar con la lluvia y el percance de los huevos. —¿Problemas en el trabajo? —preguntó con cierto interés. —Si te digo la verdad, los problemas casi que me los busco yo, me pongo las metas… demasiado altas y demasiado exigentes. —¿Ah sí? Y ¿en que trabajas, si se puede saber? Brenda tomó una buena bocanada de aire. Su condición de doctora químico-bióloga se veía fuertemente enfrentada con el papel burocrático que desempeñaba diariamente. Echaba de menos la labor técnica en laboratorio aunque la empresa que dirigía era un sueño añorado durante sus años de carrera. —Bueno, se podría resumir en que tengo un bufete de biólogos, genetistas y químicos, que desarrollan investigaciones o hacen trabajos concretos en empresas que soliciten los servicios, como por ejemplo la industria alimentaria o cualquier laboratorio que requiera de ese tipo de especialistas. Si alguna pequeña empresa necesita una investigación o realizar controles y análisis puntuales, no tiene por qué tener en nómina a un especialista, para eso estamos nosotros. —Parece interesante —dijo Peter queriendo dar cierta importancia a Brenda. —A veces es un trabajo tedioso —contestó ella con desprecio—. No me refiero al trabajo en sí, porque adoro la ciencia, sino a mi papel de gerente. No soy amiga de protocolos ni burocracias. Seguro que tú tienes un trabajo mucho más interesante. Tras decir estas palabras, se dio cuenta de que quizás y debido a su aspecto fuera algún ejecutivo y posiblemente se enzarzarían en una conversación que a ella no le apetecía. No, definitivamente no era científico; su aspecto le delataba. Peter pareció adivinar los pensamientos de la mujer que le observaba minuciosamente hasta el punto de hacerle sentir incómodo. —Bueno, me dedico a los negocios, pero en los míos no hay cabida a la investigación ni al desarrollo. —Aunque no lo creas, y no pienses que quiera venderte algo, siempre se puede innovar y mejorar los procesos de producción. Peter se carcajeó y tomó un sorbo de su café. —Vale. Y ¿cómo es que has venido a Banff? —La verdad es que necesitaba desconectar de la ciudad, y como mi trabajo lo puedo desarrollar con una conexión a Internet y un teléfono móvil, no dudé mucho en dar el paso. Lo único que me costó decidir fue el lugar al que trasladarme y… en fin, fue una casualidad.

»Un domingo —prosiguió— estando en una cafetería, cogí el periódico para echar un vistazo y en las páginas centrales venía un reportaje de este pueblo y su entorno, y me pareció tan bonito que me puse a buscar casas de alquiler por la zona. Enseguida di con ésta y… bueno ya llevo dos semanas aquí. —Supongo —dijo Peter tras terminar su café— que no habrás visto muchas cosas de por aquí. —¿Por qué lo dices?— inquirió Brenda. —Bueno no te molestes, pero creo que una persona tan… —pareció pensar las palabras que iba a utilizar— tan ocupada como tú, no habrá tenido mucho tiempo libre para conocer el entorno y yo —continuó— podría ser un buen guía. Brenda se quedó parada. ¿Aquello era una cita? Lo parecía, aunque en una fracción de segundo lo negó un par de veces en su mente. Por sensatez mantuvo el silencio. —Tómate mañana el día libre y te enseñaré varios lugares cercanos muy bonitos —le animó Peter. —Yo… No sé —dudó Brenda—. Bueno supongo que podría hacerlo. Sujetándose la frente intentó recordar cuándo fue el último día que había tenido libre para ella. Desde hacía mucho tiempo, siempre había tenido una llamada, una videoconferencia o una reunión. Durante la semana, ella contactaba con clientes y proveedores. Durante los días de fiesta y fines de semana, desarrollaba planes o redactaba informes. Se había planteado muchas veces dejar este negocio, pues le estaba robando la vida y se estaba convirtiendo en una mujer madura y solitaria. —Pero tú, —dijo ella— a lo mejor tienes cosas que hacer. —Digamos que entre negocio y negocio guardo algunos días libres como recompensa personal. —Tú sí que sabes vivir —dijo ella sonriendo abiertamente—. Debería aprender de ti. —Bueno —dijo Peter cogiendo su abrigo—. Voy a dejarte para que puedas trabajar y mañana te vendré a buscar, digamos… ¿a las nueve? —¿Tan pronto? —Bueno ahora anochece pronto y me gustaría enseñarte varias zonas. Pero no te preocupes que no te haré andar mucho —volvió a mostrar su magnífica sonrisa. —Está bien. A las nueve estaré preparada y dispuesta.

Tras cerrarse la puerta Brenda tomó una gran bocanada de aire. Salió de la ciudad buscando un cambio, pero no podía sospechar que éste se diera de tal forma y tan de repente. Se dejó caer en el viejo sofá y suspiró profundamente. Peter era, realmente, un tipo muy atractivo y parecía gustarle. «¿Tengo una cita?» —Varios pensamientos cruzaron a toda velocidad por la cabeza de la joven, creando en ella multitud de situaciones posibles en materia afectiva. Pronto se dio cuenta que no avanzaba en sus tareas y se sacudió la cabeza para intentar vaciarla de ideas que empezaban a tornarse absurdas. Sin embargo, le resultaba complicado concentrarse y decidió dejar su proyecto para el día siguiente, pues hoy había sido un día realmente intenso. Aquella noche le costó conciliar el sueño y se despertó en varias ocasiones. Peter no abandonaba sus pensamientos. 24 de octubre Brenda se estiró con cierta pereza bajo las sábanas. Abrió uno de sus ojos con cierta dificultad pues la luz inundaba toda la habitación. Anoche olvidó cerrar las cortinas. De pronto fue consciente de la situación y de lo avanzado que estaba el día. Se había dormido. Las ensoñaciones de la noche anterior y una noche revuelta habían hecho olvidar a Brenda conectar el despertador. Una duda asaltó su cabeza. ¿Y si Peter había llamado a su casa y ella no se había enterado? Esto hizo que casi perdiera el equilibrio cuando quiso saltar de la cama para ir a la ducha. Realizó todos sus acicalamientos a una velocidad de vértigo. Sacó del armario una buena cantidad de ropa, ante la duda de qué ponerse para un paseo campestre. Brenda, urbanita hasta la médula, no estaba preparada para la vida en el campo. Se asomó a la ventana de su cuarto para observar el aspecto de la mañana. Una buena capa de nubes cubría el cielo de Banff amenazando con importunar la prometedora cita. Aquello le provocó recelo. No se arriesgaría: el chubasquero se iba con ella de paseo. Nada más terminar de colocarse la sudadera, sonó el timbre de la puerta.

El corazón se colapsó. No sabía si latir más fuerte o pararse por completo. Bajó las escaleras de tres en tres, lo que le costó un tropiezo y una caída en el último escalón, torciéndose levemente el tobillo y golpeándose el hombro con una de las sillas de la sala. Se levantó con orgullo, tomó aire profundamente y abrió con decisión la puerta. Y allí estaba de nuevo. Imponente, regio, aunque no tan impecable. Una camisa desgastada y unos viejos pantalones le daban un aire bohemio y bastante atractivo. Esta vez le acompañaba un perro. —Hola. —Buenos días Brenda. —Y… ¿este quién es? —Se llama Lobo. Es mi perro. Lo tenía en un albergue para animales. Lo cuidan muy bien cuando tengo que viajar —dijo mientras acariciaba su lomo. —Vaya. Es una lástima que tenga que ir a un sitio de esos. Quizá la próxima vez que tengas que irte pueda cuidártelo yo. Tras decir estas palabras, cayó en la cuenta del compromiso que estaba adquiriendo. Nunca había tenido perro, ni siquiera mascotas de ningún tipo, es más, si alguien necesitaba un cuidador, esa era ella. —Bueno —dijo él—. Es muy tentador por tu parte y además, parece que le gustas bastante. Al decir esto, Brenda observó cómo Lobo estaba frotando su hocico contra su mano, en un intento de crearse unas caricias. —¿Preparada? —Lista. Cogió su chubasquero y las llaves y salió de la casa, acudiendo al lado de Peter, quien jugueteaba con Lobo. Se dirigieron al final de la calle, la cual desembocaba en un camino de tierra que se internaba en el bosque contiguo.

—Mira. Este camino, bordea más adelante el lago que se ve desde la carretera cuando se viene al pueblo —le informó Peter. —Es muy bonito. Me encantan los bosques. En Calgary no hay nada de esto. Lo más parecido son los parques y ni aún esos merecen la pena recorrerlos; con tanto delincuente suelto— dijo mientras acariciaba al perro —. Parece un perro muy bueno. —Es un buen animal. El más fiel que se pueda encontrar. Listo, rápido y sobre todo juguetón. Mira esto. Peter tomo un trozo pequeño de rama del suelo, se lo dio a oler a Lobo y lo lanzó entre la espesura. El animal salió lanzado, sin importarle piedras ni ramas que encontraba a su paso. No tardó ni diez segundos en regresar con la madera que su amo le había lanzado. Siguieron con el mismo ejercicio mientras recorrían el camino de tierra, hasta que llegaron a una gran pradera. En un extremo, junto al camino quedaban los restos de unas granjas. Los edificios estaban desvencijados y la maleza empezaba a invadir sus retorcidas tablas. El perro se volvió loco. Comenzó a recorrer la pradera a toda velocidad hasta que quedó agotado y se tiró al suelo junto a su amo. —Que sitio más bonito —dijo Brenda. —Siempre venimos hasta aquí, para que Lobo haga algo de ejercicio. Es un perro muy enérgico y necesita quemar combustible. —No entiendo mucho de perros, pero éste no sabría decirte que raza es. —Es un Braco de Weimar. —Pero es un poco extraño ¿no? —Bueno su aspecto es… como te diría ¿intrigante? También le llaman fantasma gris, por el color de su pelo.

Al ser corto y espeso, le protege muy bien de la humedad; esto le permite ser un cazador eficaz en terrenos pantanosos además, son fáciles de adiestrar y se comportan muy bien como perros de guarda. Son cariñosos y obedientes. Peter emitió una gran sonrisa que hizo palidecer al mismo Sol. —¿Y eso? —dijo señalando a las construcciones ruinosas. —Creo que eran antiguas granjas. Hace años construyeron un polígono industrial para los negocios de la zona y la mayoría se trasladaron allí. Ahora son sólo recuerdos. Brenda ladeó la cabeza intentando imaginarse un cuadro con cierto aire melancólico, encuadrando con sus manos el bosque y las antiguas granjas. El aspecto decrépito de éstas conjuntaba con el verde de la vegetación. —Ven . Ahora te enseñaré un sitio aun más bonito. Peter tiró de ella con un pellizco en la manga de su chaqueta para llevarla en dirección a las granjas. Nada más pasarlas, un nuevo camino de tierra subía la ladera de las majestuosas montañas del parque natural de Banff. Caminaron a buen ritmo seguidos de un jadeante Lobo, que parecía no importarle que el camino discurriese cuesta arriba o en llano. Brenda empezó a sentirse apurada. No hacía deporte desde el instituto, y aunque llevaba una vida más o menos sana, la falta de ejercicio en su vida diaria le estaba pasando factura en esos momentos. Peter se percató que iba quedando rezagada y le tendió su mano, que a buen gusto la tomó, no por el placer de sentirle, sino por no quedarse en el intento de ver nuevos parajes. Un sonido iba creciendo conforme subían por el camino. Pronto lo identificó. Tras una curva cerrada apareció a lo lejos una imponente catarata. Supuso que el ruido sería atronador a su lado. Cuando llegaron, Brenda se apoyó en una valla de madera para tomar aliento. —Esto es precioso —logró decir entre jadeos. —La verdad es que sí —respondió Peter—. Es un lugar al que me gusta venir de vez en cuando.

El verano pasado hubo tres semanas en que no caía ni una sola gota. —Resulta increíble lo que me dices —dijo Brenda observando la majestuosidad de la caída de agua que debía tener al menos treinta metros. Después buscó un sitio donde descansar y se dejó caer sobre una de las rocas del camino. —¿Estás cansada? —dijo Peter acariciando a Lobo. —Se nota que no estoy muy en forma ¿verdad? —se carcajeó Brenda—. Me parece que voy a tener que empezar a hacer ejercicio si quiero ver todas estas maravillas. —Si es por eso, yo me ofrezco voluntario para acompañarte. Si todos los días caminamos un buen rato creo que en poco tiempo te empezarás a encontrar con más fondo. Peter se quedó un rato mirando a los ojos de ella. Brenda se sonrojó levemente y apartó la mirada avergonzada. Tras esto se levantó impulsivamente. —Venga Peter y ahora que vamos a ver.

.

Declaración Obligatoria: Como sabe, hacemos todo lo posible para compartir un archivo de decenas de miles de libros con usted de forma gratuita. Sin embargo, debido a los recientes aumentos de precios, tenemos dificultades para pagar a nuestros proveedores de servicios y editores. Creemos sinceramente que el mundo será más habitable gracias a quienes leen libros y queremos que este servicio gratuito continúe. Si piensas como nosotros, haz una pequeña donación a la familia "BOOKPDF.ORG". Gracias por adelantado.
Qries

Descargar PDF

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

1 comentario

Añadir un comentario
  1. Haydee Álvarez Jaspe

    Están haciendo una obra colosal. Cultura y orientación

bookpdf.org | Cuál es mi IP Pública | Free Books PDF | PDF Kitap İndir | Telecharger Livre Gratuit PDF | PDF Kostenlose eBooks | Baixar Livros Grátis em PDF |