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8 Citas Y Tu – Mar Vaquerizo

Estela colocaba el velo en la muñeca con sumo cuidado. No era recomendable que se pegara demasiado, eso ensuciaría la tela y tendrían que hacer uno nuevo. Desde hacía años que creaba réplicas de novias con ellas, decorándolas y vistiéndolas a juego, como las verdaderas que habían celebrado sus nupcias y querían tener un recuerdo divertido y original, personalizado hasta el último detalle. Aquella entrega sería en unas horas y no quería dejar la colocación de la tela más delicada para el último momento. Necesitaba margen de maniobra si algo salía mal. El timbre de su pequeño apartamento retumbó sobre la música de Perfectly Wrong, de Shawn Mendes, haciéndole dar un ligero salto en el asiento del susto. —Joder —susurró intentando controlar al máximo las manos y no destrozar el paso final—. Como sea el cartero, lo mato. El hombre tenía costumbre de llamar a su casa cada día. Sabía que solía estar trabajando allí entre semana y no perdía el tiempo en esperar a que otros abrieran, pero a ella, tan concentrada en ese momento, le cogió el timbrazo por sorpresa. Con sumo cuidado apretó la punta de las pequeñas pinzas que sostenían el tul en los puntos justos donde debía pegarlo sobre el pelo. Sonrió satisfecha al ver el resultado. Adelantó la mano sobre la mesa y cogió la tiara que había fabricado piedrecita a piedrecita sobre un molde de plástico recortado al detalle. Echó unas gotas de pegamento con delicadeza y la colocó sobre los frunces de la tela. —Ya estás —dijo a media voz, admirando el resultado. Era una novia del tamaño de una Barbie, de hecho, era la muñeca que usaba como base, luego la reconstruía hasta hacerla nueva, incluido el maquillaje. En esta ocasión llevaba un vestido de corte sirena, con un gran escote en la espalda, pelo moreno, suelto y ondulado, y aquella diadema que le daba el toque romántico que necesitaba. El timbre volvió a sonar, pero esta vez el de la puerta de su casa, no el del portal. Se levantó de la silla del cuarto de trabajo, fijándose en el resultado final. Sonrió satisfecha. Abrió la puerta sin demora tras mirar por la mirilla. —Adelante —dejó entrar a su amiga Mamen. —¿Aún no estás lista? Vamos a llegar tarde y no quiero perderme el principio del concierto. Ed Sheeran no viene todos los días a Madrid —la increpó entrando como si aquel pequeño apartamento fuera su casa. —Tenía que acabar la entrega de mañana para irme tranquila.


Solo tengo que vestirme —se defendió. —Y un poquito de maquillaje. Aunque sea un toque de rímel y cacao en los labios, por favor —rogó la chica con seriedad. —Que sí, lo sé —contestó, dejándola atrás por el pasillo para ir directa a su habitación, mientras Mamen cotilleaba su estudio. Se puso vaqueros, camiseta negra de tirantes y deportivas blancas impolutas. Hacía frío a pesar de ser un 13 de junio y tendría que llevar cazadora. Entró al baño para ponerse un poco de crema hidratante, polvos de sol, marcar la línea del agua inferior y el parpado superior con eyeliner negro. Para rematar, perfiló y pintó sus labios de rojo burdeos con un pintalabios mate permanente. A sus amigas les iba a encantar. Soltó su pelo moreno del mini recogido que se hacía para trabajar y dejó sueltos los mechones rizados de su pequeña melena, provocados por el peinado, lo ahuecó con los dedos, se puso perfume y salió en busca de su amiga. Ojeaba las fotos que había revelado esa mañana. Eran de la graduación de unos peques de cinco años del colegio en el que estudió. Solían llamarla para trabajar con ellos, en lugar de pedir los servicios de las tiendas de fotografía próximas. Sus trabajos habituales eran las fotografías de las celebraciones llamadas coloquialmente la BBC. Traducido al castellano, bodas, bautizos y comuniones, que solía alternar con fotografías contratadas para campañas publicitarias en invierno y los eventos veraniegos. Desde hacía años era freelance y le costaba encontrar trabajos fijos, pero podía compaginarlo con la creación de las muñecas, su gran pasión. —Son monísimos, ¿verdad? —preguntó a Mamen, entrando a comprobar que ese velo había quedado perfectamente colocado. —En foto, sí —contestó la chica con media sonrisa de perdón por lo que acababa de decir. —Te recordaré esto cuando seas una encantadora madre con su grupo de WhatsApp correspondiente que ponga infantil tres años C. —¡Ni de coña! Al menos en lo del grupo de WhatsApp. Las dos amigas rieron mientras Mamen se fijaba en la muñeca. —Me ha quedado bastante bien. Se parece mucho a la novia. —¿Mucho? ¡Es igual! Eres una artista, Estela. Esto tendría que tener una tienda en el centro, por lo menos —admiró mientras alternaba la vista entre la muñeca y la foto de la novia con la que había creado la nueva Barbie.

—Eso es decir mucho. Pide el Uber que nos vamos. —Lo ha pedido Leti. Tenemos que bajar a la puerta cuando nos avise y nos recoge — informó. —Pues vamos —pidió Estela apagando la lamparita de su mesa de trabajo. El Uber las recogió cinco minutos después. Estela montó atrás con Leti y Mamen se sentó junto al conductor. —Cuando salgamos del concierto os voy a llevar a un garito que me han dicho que está genial —dijo Leticia emocionada. —¿En serio estás pensando en lo que vamos a hacer cuando salgamos del concierto? — preguntó asombrada por la capacidad de sus amigas para planear juergas—. Vamos a disfrutarlo, por favor —pidió Estela respirando profundamente. —Bueno, yo solo quería dejar claro que no me quiero ir a casa cuando salgamos. —Ha quedado claro y estoy contigo —confirmó Mamen el hecho—, pero también podemos ir a la verbena de San Antonio. —¡Es verdad! —se animó la chica al escuchar la nueva idea. —¿No tenéis que trabajar mañana? —preguntó Estela a sus amigas. Era viernes y estaban dispuestas a quedarse de jarana hasta tarde sin pensarlo dos veces, pero sus jornadas de trabajo se organizaban de forma poco convencional. —Resulta que mañana tengo turno de tarde —dijo Leti con una gran sonrisa—. Mis pacientes no me esperan hasta las tres. Era enfermera en el hospital Doce de Octubre y su vida dependía del baile de horarios del cuadrante del mes. Justo hoy era de lo más favorable para quedarse un rato a tomar algo. —Por mi parte, libro —contestó Mamen—. Tengo libre hasta el martes —añadió levantado las cejas muchas veces seguidas. Era técnico en emergencias sanitarias del SAMUR de Madrid y, después de enlazar unos cuantos turnos para cubrir la baja de un compañero, por fin libraba. —Tú no tienes horario y, además, mañana no tienes evento, así que, no seas muermo —dijo Leticia acorralándola. —¿Cómo sabes que mañana no tengo nada que hacer? —preguntó arrugando el ceño. La amiga, sin dudar, abrió la galería de fotos del móvil, seleccionó una y le mostró la pantalla a Estela.

—El catorce de junio está en blanco —añadió por si la imagen no era suficiente explicación. Estela resopló. —Te voy a prohibir el paso al despacho. Estás avisada —reprendió a Mamen. Esta se carcajeó. —Al grano —insistió Leticia—. Luego nos tomamos una copa y después ya se verá, pero no te puedes pasar la vida encerrada entre fotos y muñecas. —Mañana tengo las entrevistas para el alquiler del estudio y, además, tengo que trabajar — se defendió con el mismo argumento trillado de siempre—. Ser freelance y no tener un sueldo fijo, es complicado. No puedo rechazar trabajos. Os recuerdo que voy a alquilar el estudio a otra persona para ganar algo más de pasta y no descarto alquilar la habitación de invitados. —Sí, lo sabemos, pero lo tuyo está llegando a un extremo preocupante. Más que nuestra amiga pareces la vieja de los gatos, solo que en vez de gatos tienes fotos y Barbies. —Sois unas exageradas —reprochó los comentarios. Las dos chicas la miraron con las cejas levantadas. Era cierto, cada vez estaba más aislada de la vida fuera de su trabajo, pero es que cada año era más complicado mantenerse a flote. —Sabemos lo que supone no tener un sueldo fijo y también que en el buen tiempo tienes que trabajar mucho para poder sobrevivir en invierno, incluso entendemos perfectamente que busques otras formas de sobrevivir como compartir espacios, pero no puedes dejar de vivir. ¡Solo tienes veinticinco años! —Y una hipoteca —concluyó en su línea. —Hemos llegado —anunció el discreto conductor, que escuchaba cada palabra en silencio. Las chicas se bajaron del coche a la entrada del recinto del Wanda Metropolitano, cortando la conversación. Habían ido a divertirse y estaban decididas a disfrutar del concierto. CAPÍTULO 2 Al final fue Mamen quien se salió con la suya. Las tres amigas acabaron en el parque de la Bombilla, tomando mojitos y bailando la música del DJ que pinchó tras las actuaciones en la verbena de San Antonio. Estaban contentas, se lo pasaron muy bien y disfrutaron de la compañía mutua, pero… sin chicos. Caminaron bastante de vuelta a casa ante la ausencia de taxis en la zona y el encarecimiento de los coches con conductor por la demanda.

Como buenas madrileñas conocedoras de sus mejores opciones, salieron de la zona de fiestas y bajaron a Madrid Río en dirección al puente de Toledo. Tocaba caminar y, previsoras, todas iban en deportivas. —Pensaba que el pelirrojo buenorro se iba a acercar. Qué decepción —dijo Mamen negando con la cabeza, poniendo una mueca de tristeza en la cara. —Te podías haber acercado tú —dijo Estela divertida por las copas. —O todas —apuntó Leti—. Tú lo dices y nosotras nos vamos en grupo a ver qué pasa. Los amigos estaban potentes. —Sí, claro, ahora. ¡Malditas! —apuntó imitando un enfado inexistente. —Ahora entiendo por qué perreabas tanto con lo que tú odias el reguetón —remató Estela. —¡Qué mala persona! —replicó entre risas la aludida. Las tres rieron porque era un clásico que se repetía cíclicamente. —El próximo día te acercas y listo. Si te dice que no, él se lo pierde. —Habló la reina de las citas —contestó a Estela, que tenía una al año y si llegaba. —Me da pereza tener citas, qué queréis que os diga —afirmó agarrando del brazo a Leti. —Si te la propone Alex González, seguro que vas —dijo Mamen entre risas, mencionando al actor que tanto gustaba a Estela. —¡Por supuesto! Tienes unas cosas… Las tres amigas rieron divertidas gracias a su humor innato y también los mojitos. —Esto tiene fácil solución. Nos hacemos unos perfiles en alguna página de citas y listo. Ellos nos hacen el trabajo duro, nosotras solo vamos a tiro hecho —propuso Mamen. —¿De verdad os apetece quedar con tíos seleccionados por una aplicación que no detecta que mienten más que hablan? —preguntó Estela asombrada por la iniciativa. —No hablo de Tinder o similar, hablo de empresas que buscan al hombre de tu vida. Quizá la inversión merezca la pena —se defendió la chica.

—Paso de gastarme el dinero en algo así, nos vamos de copas y listo. A alguien conoceremos —se negó Estela—. Tenemos edad de conocer a alguien interesante. —Eso sí que me da pereza y miedito. Nunca se sabe dónde puede haber un loco. —Si nuestras madres hubiesen pensado como tú, no estaríamos aquí —defendió Estela la forma de ligar de toda la vida por encima de la actual. —En eso tienes razón —afirmó Mamen. —Hablar de esto me cansa. Vamos a sentarnos un ratito —propuso Leticia. Estela miró el reloj. Eran las cuatro de la mañana y ellas las únicas viandantes de Madrid Río. Se sentaron en el primer banco que encontraron. Leti sacó el móvil y comenzó a trastear en una aplicación. —Vamos a ver qué se cuece por aquí. Hacedme sitio —pidió a sus amigas sentarse en medio, mostrándoles el móvil. —¿Te acabas de hacer un perfil de Tinder? —preguntó Mamen con sorpresa. Leti afirmó —. Recuérdame que nunca más te deje entrar en aplicaciones después de tomar mojitos. —¡Venga!, no seas muermo. ¡Anímate! Estela no entró en la discusión, ni siquiera miraba la pantalla. No había tenido malas experiencias en las relaciones, habían sido pocas y bien avenidas hasta que se acabó el amor, pero estaba en una etapa en la que no quería ataduras. O, mejor dicho, estaba muy bien sola haciendo lo que quería sin tener que dar explicaciones a nadie y se había acostumbrado a ello. Leticia y Mamen pasaban fotos de chicos sin parar. —Este no es él. Solo con las faltas de ortografía que tiene en el perfil, no necesito verlo.

Como si es Brad Pitt —explicó Mamen pasando una de ellas. —Ufff este enseñando atributos con ese pantalón que le va a reventar, no merece ni un segundo más —dijo Leti negando con la cabeza y un gesto de asco en la cara. —Además, seguro que es falso —afirmó su amiga. —Sí. Los calcetines están baratos en Primark para poder llevar el relleno perpetuo. Las dos se carcajearon sin control. Las copas animaban mucho. Estela se tuvo que asomar a ver la foto y acabó riendo con ellas. —Si hacéis esto para reírnos un rato, me parece correcto, pero en cuanto nos levantemos de este banco, borra el perfil. Tú vales más que eso. Mamen la miró confundida por la frase. —Estoy segura de que habrá chicos estupendos aquí, igual que nosotras, que quieran dar una oportunidad al amor. —O al sexo —añadió Leti levantado las cejas repetidas veces. —Estás fatal —dijo Estela levantándose de golpe. —¿Dónde vas? Ven aquí a ver qué nos espera mañana. —No tengo tiempo ni ganas. A las diez tengo las entrevistas y a este paso no voy a dormir ni dos horas. —¿Qué entrevistas? ¡Es sábado! —exclamó Mamen aún afectada por el alcohol. —Definitivamente me voy a casa. Seguir con Tinder. Yo tengo que descansar para elegir bien mañana. CAPÍTULO 3 El telefonillo despertó a Estela. De un salto se levantó de la cama. —No, no, no —murmuraba consciente de que se había dormido y su primera entrevista ya estaba allí. Por suerte para ella, se metió en la ducha en cuanto llegó a casa y no olía a resaca.

Se quitó la camisola de algodón de un tirón, se puso unos vaqueros y la primera camiseta que pilló del armario. A toda velocidad fue a abrir. Efectivamente, era su primera entrevista. Corriendo fue al baño, aún tenía un par de minutos para peinarse un poco y lavarse la cara. El café tendría que esperar. Mónica resultó ser una chica interesante, pero quería un alquiler del estudio solo por horas de uso. Muy amablemente, sin cerrarse puertas, Estela aplazó la decisión para cuando acabase con las entrevistas. Tenía que darle prioridad a un alquiler mensual, ese era su objetivo. En el rato que se quedó sola entre visita y visita, desayunó algo, se tomó un café y descansó lo máximo posible, hasta que sonó de nuevo el telefonillo. Sonó unas cuantas veces, pero sin mucha suerte. No podía tomar una decisión definitiva sin estudiar cada propuesta. Nadie le ofrecía lo que deseaba, todos regateaban la oferta y tendría que hacer una planificación de uso para poder dividir el tiempo entre todos. No había más salidas. No había nadie más. Colocó una ficha con cada propuesta sobre la mesa del salón, consciente de que no era eso lo que necesitaba, pero tendría que encajar. Se hizo un nuevo café para ver si así conseguía terminar el puzle. —Madre mía, ni el Tetris —susurró frotándose la frente, recordando el viejo juego de Arcade—. Hoy no estoy para esto. El timbre sonó del nuevo, pero esta vez en la misma puerta de su casa. Miró la lista de entrevistas, no quedaba nadie pendiente. Revisó los emails de las solicitudes. —Andrea —susurró consciente de que se había olvidado de una persona. Se levantó de la silla más animada. A lo mejor esta chica traía su solución. Abrió la puerta sin mirar.

Se quedó bloqueada, incapaz de hablar. —Hola, ¿es aquí donde se alquila el estudio de fotografía? Estela pestañeó unas cuantas veces antes de contestar. Necesitaba procesar lo que veía. Chico alto, moreno, guapo, perfumado, muy bien vestido y con una sonrisa en la boca que lo hacía muy sensual. —Sí, es aquí —contestó confundida—, pero no te esperaba… —añadió. —Soy Andrea. Hablamos por email —respondió un poco más serio. —Andrea… —susurró como si no fuese capaz de relacionar ese nombre con quien tenía delante. —¿Hay algún problema? —intentó descubrir qué pasaba. —No, no. Es solo que pensé que eras una chica… Seleccioné solo chicas… —intentó explicarse a media voz.

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