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50 Cosas que Hay que Saber Sobre Economía – Edmund Conway

El editor económico del prestigioso Daily Telegraph, Edmund Conway, nos presenta y aclara las ideas básicas de la economía en 50 pequeños ensayos claros y atractivos. Empezando por los más básicos, como «la mano invisible» de Adam Smith y concluyendo con las últimas investigaciones sobre economía, salud y felicidad, el autor nos orienta sobre temas esenciales para entender cómo funciona realmente el mundo económico. A través de ejemplos tomados de la vida real y comentarios de reputados economistas, 50 cosas que hay que saber sobre economía ofrece una visión fascinante de todo el panorama económico y cómo éste influye en nuestras vidas, desde la compra de una casa, el precio del petróleo o el pago de impuestos.


 

Esta descripción de la economía de Thomas Carlyle se remonta a 1849, pero, para bien o para mal, ha calado. Es difícil que esto resulte sorprendente. La economía es una disciplina que, por lo general, pasa desapercibida hasta que las cosas van mal. Sólo entonces, cuando una economía se enfrenta a una crisis y miles de personas pierden su trabajo o los precios suben demasiado o caen demasiado deprisa, tendemos a prestarle atención. Y en esos momentos sin duda alguna parece bastante funesta, en especial cuando insiste en los retos y las restricciones que tenemos que asumir, pues nos recuerda que la realidad es que no podemos tener todo lo que queremos y que los seres humanos somos criaturas inherentemente imperfectas. La verdad, he de añadir, como suelen hacer los economistas, es muchísimo menos sencilla. Si la economía fuera simplemente un estudio de cifras, estadísticas y teorías, entonces la analogía de la ciencia lúgubre quizá podría mantenerse. Pero la economía es, en su esencia misma, el estudio de las personas. Es una indagación de cómo la gente triunfa, de qué la hace feliz o contenta, de cómo la humanidad ha logrado a lo largo de generaciones hacerse más saludable y próspera de lo que nunca había sido. La economía examina lo que impulsa a los seres humanos a hacer lo que hacen, y observa cómo reaccionan cuando se enfrentan a la dificultad o al éxito. Investiga las elecciones que la gente hace cuando tiene un conjunto limitado de opciones y cómo sopesa los pros y contras de cada una. Es un estudio que integra historia, política y psicología y, sí, una ecuación extraña, o dos. Si la tarea de la historia es decirnos qué errores cometimos en el pasado, corresponde a la economía averiguar cómo podemos hacer las cosas de forma diferente la próxima vez. Si logra ese cometido es otra cuestión. En el momento en que este libro se imprimía, el mundo lidiaba con una de las mayores crisis financieras de la historia, después de que los mercados internacionales se vieran superados por el efecto acumulado de unos créditos que tardarían décadas en pagarse. Algunos de los bancos más grandes y antiguos del mundo se derrumbaron, y comerciantes y fabricantes quebraron. Esta crisis tenía muchos aspectos novedosos: involucraba nuevos instrumentos financieros de gran complejidad, por ejemplo, y se producía en un contexto económico inédito, pues por primera vez desde el final de la guerra fría la posición de Estados Unidos como superpotencia mundial resultaba cuestionada. Sin embargo, en el fondo era muy similar a muchas de las crisis del pasado. Si podemos cometer los mismos errores una y otra vez, se quejaba la gente, ¿qué sentido tiene la economía? La respuesta es muy sencilla. El conocimiento que hemos adquirido a lo largo de los siglos sobre la mejor forma de manejar nuestras economías nos ha hecho más ricos, más saludables y más longevos de lo que nuestros antepasados podían imaginar. Esto no es en absoluto gratuito. Basta mirar a los países del África subsahariana y de ciertas partes de Asia, donde las personas siguen viviendo en las mismas condiciones en que lo hacían los europeos en la Edad Media, para comprobar que nuestra prosperidad no está en absoluto garantizada.


Lo cierto, sin embargo, es que es extremadamente frágil, pese a lo cual, como ocurre siempre con las cuestiones económicas, damos estos logros por sentados y tendemos a centrarnos en el aspecto lúgubre de las cosas. Así es la naturaleza humana. Muchos libros de economía intentan disipar esas ilusiones. No obstante, ésa es una labor algo desesperada y, para ser sincero, muy alejada de mi estilo. El objetivo de este libro es sencillamente explicar cómo funciona la economía. El secreto oculto de la economía es que en realidad no es para nada complicada: ¿por qué debería serlo? Es el estudio de la humanidad, y como tal sus ideas son con frecuencia poco más que sentido común. Por otro lado, este libro no ha sido escrito para ser leído como una exposición continua: cada una de estas cincuenta ideas debería poder leerse de forma independiente, aunque he resaltado aquellas partes en las que podría ser útil remitirse a otro capítulo. Lo que espero es que para cuando haya leído la may or parte de los capítulos, sea capaz de pensar un poco más como lo hacen los economistas: planteando preguntas inquisitivas acerca de por qué actuamos como lo hacemos; rechazando la sabiduría convencional; entendiendo que incluso las cosas más sencillas de la vida son más complejas de lo que parecen (y, debido a ello, también más hermosas). Esta introducción es un ejemplo práctico. Lo más normal es que un autor incluy a en ella los agradecimientos a todas aquellas personas que contribuy eron al resultado final. Pero ¿por dónde empezar? ¿Debo empezar por agradecer a los propietarios de los bosques donde se talaron los árboles empleados para hacer el papel en el que está impreso? ¿O a los trabajadores de la fábrica que produce la tinta utilizada en sus páginas? ¿O a los operarios de las máquinas con las que se encuadernó? Como tantas cosas en este mundo interconectado en el que vivimos, millones de personas desempeñaron algún papel en la creación de este libro, desde los editores e impresores del producto que tiene en sus manos, hasta las empresas de transporte que lo trasladaron hasta la librería en donde lo adquirió. En particular, este libro es producto de las miles de conversaciones que he tenido en los últimos años con economistas, profesores, expertos en finanzas, empresarios y políticos; y de la excelente literatura económica disponible en las estanterías de las librerías y, más excitante aún, en Internet. Muchas de las ideas aquí expuestas son un eco de las de un gran número de economistas prominentes y no tan prominentes, demasiados para mencionarlos a todos. Sin embargo, he de agradecer también a Judith Shipman de la editorial Quercus por permitirme formar parte de esta excelente colección; a mis correctores de estilo, Nick Fawcett e Ian Crofton; a Vicki y Mark Garthwaite por haberme proporcionado un lugar para escribirlo; a David Litterick, Harry Briggs y Olivia Hunt por sus comentarios y observaciones; y a mi madre y al resto de mi familia por su apoy o. 01 La mano invisible « La codicia es buena» , declaraba Gordon Gekko, el villano de Wall Street, el clásico de la década de 1980, para confirmar de un solo golpe los peores miedos de la sociedad biempensante acerca de los financieros. En el despiadado mundo de Manhattan, la avaricia flagrante había dejado de ser algo de lo que avergonzarse, para convertirse en algo que podía lucirse con orgullo, como las camisas a rayas y los tirantes rojos. Si esa declaración resultaba escandalosa en una película a finales del siglo XX, intente imaginar cómo habría sonado doscientos años antes, cuando la vida intelectual todavía estaba dominada por la Iglesia y definir al ser humano como un animal económico era casi blasfemo. Este ejercicio quizá le dé una noción del impacto que tuvo la revolucionaria idea de la « mano invisible» cuando Adam Smith la propuso originalmente en el siglo XVIII. Con todo, al igual que su descendiente cinematográfico, el libro de Smith fue un enorme éxito comercial, la primera edición se agotó con rapidez y desde entonces la obra ha sido considerada parte del canon. La función del interés personal. La « mano invisible» es una forma de referirse a la ley de la oferta y la demanda (véase el capítulo 2) y explica cómo el tira y afloja de estos dos factores sirve para beneficiar a toda la sociedad. La idea básica es la siguiente: no hay nada malo en que la gente actúe por propio interés. En un mercado libre, las fuerzas combinadas de todos los actores que buscan promover sus intereses individuales benefician a la sociedad en su conjunto y enriquecen a todos sus miembros. En su obra maestra de 1776, La riqueza de las naciones, Smith únicamente utiliza la expresión en tres ocasiones, pero un pasaje clave subraya su importancia: Ningún individuo pretende promover el interés público, ni sabe en qué medida lo promueve… al dirigir su industria de tal manera que su producción tenga el mayor valor posible, busca sólo su beneficio personal, y en esto, como en muchas otras circunstancias, le conduce una mano invisible para promover un fin que no formaba parte de sus intenciones […] Al buscar su propio interés, con frecuencia promueve el de la sociedad de forma más eficaz que cuando se propone hacerlo de modo consciente. Nunca he visto hacer tanto bien a quienes dicen dedicarse al bien público.

La idea contribuy e a explicar por qué los mercados libres han sido tan importantes en el desarrollo de las complejas sociedades modernas. Lecciones de la mano. Pensemos, por ejemplo, en el caso de un inventor, Thomas, a quien se le ha ocurrido una idea para un nuevo tipo de bombilla que es más eficiente, más duradera y más brillante que el resto. Thomas lo ha hecho para satisfacer su propio interés, con la esperanza de hacerse rico y, quizá, famoso. La consecuencia de ello será el beneficio de la sociedad en su conjunto: se crearán puestos de trabajo para los encargados de fabricar las bombillas y se mejorará la vida (y los cuartos de estar) de quienes las compren. Si no existiera demanda para las bombillas, nadie las compraría, y la mano invisible le habría dado un correctivo severo a Thomas por haber cometido semejante error. De forma similar, una vez que Thomas ha montado su negocio, es posible que al verle enriquecerse otros intenten superarle diseñando bombillas más brillantes y mejores y consigan también hacerse ricos. Sin embargo, la mano invisible nunca duerme, y Thomas responde a sus competidores bajando el precio de sus bombillas para garantizar que sus ventas sigan siendo mayores que las de los demás. Los consumidores, encantados, se benefician de bombillas cada vez más baratas. En cada etapa del proceso, Thomas actuará de acuerdo con sus propios intereses, no en pos de los intereses de la sociedad, pero el resultado, aunque vaya contra nuestra intuición, es el beneficio de todos. En cierto sentido, la teoría de la mano invisible tiene cierta semejanza con la idea matemática de que la multiplicación de dos cantidades negativas da como resultado una cifra positiva. Cuando sólo una persona actúa por propio interés y el resto lo hace por altruismo, la sociedad no se beneficia en absoluto. ADAM SMITH (1723-1790) El padre de la economía moderna nació en Kirkcaldy, una pequeña ciudad escocesa, donde nada presagiaba que fuera a convertirse en un pensador revolucionario. El primer economista era, como corresponde, un académico excéntrico que se tenía a sí mismo por un marginado y que ocasionalmente se lamentaba de su aspecto físico inusual y su falta de habilidades sociales. Como muchos de sus herederos actuales, Smith tenía su despacho en la Universidad de Glasgow repleto de documentos y libros apilados de forma caótica. De cuando en cuando se le veía hablando solo, y era sonámbulo. Smith acuñó la expresión « mano invisible» en su primer libro, La teoría de los sentimientos morales (1759), que se ocupaba de la forma en que los seres humanos interactúan y se comunican y de la relación entre la rectitud moral y la búsqueda innata del propio interés que caracteriza al hombre. Después de dejar Glasgow para ser tutor del joven duque de Buccleuch, empezó a trabajar en la obra que más tarde se convertiría en, para citar su título completo, Una investigación sobre la naturaleza y las causas de la riqueza de las naciones. A partir de entonces, Smith se convirtió en una especie de celebridad, y sus ideas no sólo influyeron en todas las figuras importantes de la historia de la economía, sino que también contribuyeron a impulsar la Revolución Industrial y la primera ola de la globalización, que terminó con la primera guerra mundial. En los últimos treinta años, Smith ha vuelto a convertirse en un héroe, y sus ideas acerca de los mercados libres, la libertad de comercio y la división del trabajo (véase el capítulo 6) son auténticos puntales del pensamiento económico moderno. En 2007, Smith se convirtió en el primer escocés en aparecer en un billete del Banco de Inglaterra, el de veinte libras, un honor merecido. Un ejemplo interesante es el de Coca-Cola, que en la década de 1980 cambió la receta de su bebida gaseosa en un esfuerzo por atraer a consumidores más jóvenes y a la moda. Sin embargo, la nueva Coca-Cola fue un completo desastre: el cambio no fue del gusto del público y las ventas se desplomaron. El mensaje de la mano invisible fue claro y después de unos cuantos meses la compañía, con los beneficios por los suelos, retiró la nueva bebida. La Coca-Cola « clásica» volvió, y los consumidores lo celebraron (al igual que los directivos de CocaCola, cuy os beneficios se recuperaron).

Smith reconocía que había circunstancias en las que la teoría de la mano invisible no funcionaba. Una de ellas es el dilema que usualmente se conoce como la « tragedia de los bienes comunes» . El problema es que cuando sólo existe una cantidad limitada de un recurso particular, por ejemplo pastos en una tierra comunal, quienes lo explotan lo hacen en detrimento de sus vecinos. Éste es un argumento que se ha empleado con mucha fuerza en la lucha contra el cambio climático (véase el capítulo 45). Límites a los mercados libres. A pesar de que en las últimas décadas la idea de la mano invisible ha sido secuestrada por políticos de derechas, la noción no representa necesariamente una posición política particular. Se trata de una teoría económica positiva (véase el capítulo 16), aunque, eso sí, socava de forma muy seria las pretensiones de quienes piensan que la economía puede dirigirse mejor desde arriba, con los gobiernos decidiendo lo que debe producirse. La mano invisible subray a el hecho de que son los consumidores, pero hay varias condiciones importantes. Smith fue bastante cuidadoso y distinguió entre el interés propio y la pura codicia egoísta. Es una cuestión de interés propio tener un marco de ley es y regulaciones que nos protejan, como consumidores, de un trato injusto. Esto incluye los derechos de propiedad, la defensa de las patentes y los derechos de autor y las ley es de protección laboral. La mano invisible debe tener el respaldo del Estado de derecho.

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