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Y Ahora, Volved A Vuestras Casas – Evelyn Mesquida

El trabajo sobre «la Nueve» me acercó a ellos. Como los numerosos españoles que combatieron junto al ejército francés en las batallas de la Segunda Guerra Mundial, los numerosos refugiados, hombres y mujeres, que participaron en la Resistencia francesa interior también fueron olvidados en los libros de Historia, minimizada su participación y usurpada la presencia de los muchos combatientes que desde el primer momento lucharon en Francia contra el enemigo nazi. Memoria descarnada, de vez en cuando aparecía aquí o allá el testimonio tardío de alguno de esas y esos combatientes en el olvido. Traza diminuta pero presencia afirmada en el vacío de la Historia. Allí estaban… Por todas las regiones, ciudades, pueblos y rincones de Francia. En sus montes y montañas, en todos sus bosques, pueden encontrarse pruebas de su presencia y su combate… La mayoría de ellos y ellas lucharon teniendo como horizonte y objetivo volver a España. A una España a la que pensaban liberar con la ayuda de los Aliados… No fue así. Los supervivientes españoles de esta larga batalla lograron celebrar en el exilio la victoria en la que ellos habían participado… pero no pudieron volver ni a sus tierras, ni a sus casas. La Red Ponzán Toulouse, 1944. Francisco Ponzán comprendió que iba a morir. Desde que fue detenido el 28 de abril de 1943, esperaba su juicio entre los muros de la prisión Saint-Michel de Toulouse por un asunto menor de papeles falsos. Durante muchos meses tuvo la esperanza de que sus compañeros —los ingleses, franceses o belgas con los que trabajaba— lograrían salvarlo. Poco a poco había ido perdiendo esa esperanza. Unos meses antes de ser asesinado, supo que esta vez no escaparía, que su combate lo había convertido en enemigo de muchos. Ahora, además, una parte del movimiento libertario español también lo había abandonado, reprochándole su relación con los servicios secretos británicos, franceses y belgas y considerándolo «elemento indeseable y sospechoso». La época de duda y deshonor que se había ido instalando en el país estaba lejos de la Francia pionera en resistencia en la que el aragonés se había implicado y en la que se había desenvuelto con gran eficacia. La Francia de 1944 se había convertido en un turbio conglomerado de intereses y manipulaciones, en «un mundo de sospechas y traiciones, de calumnias, de agentes dobles y de confidentes».[1] El 2 de junio de 1944, el prisionero Ponzán escribió una carta a Palmira Pla, la mujer que amaba, en la que le pedía con firmeza y fatalismo, temiendo por ella, no seguir haciendo gestiones para su liberación porque «… mis enemigos son superiores a tus fuerzas…».[2] Pocos días antes, en su celda, Paco Ponzán había redactado su testamento y lo había entregado a su hermana Pilar, su gran colaboradora. Una de las cláusulas especificaba: «Deseo que mis restos sean trasladados un día a tierra española y enterrados en Huesca… al lado de mi maestro, el profesor Ramón Acín y de mi amigo Evaristo Viñuales».[3] Su deseo no pudo cumplirse. Tiempo atrás… Fue largo el camino de lucha en Francia desde aquel 10 de febrero de 1939 en que, dejando atrás un trozo de su historia, Francisco Ponzán atravesó la frontera pirenaica como uno más entre los miles y miles de combatientes vencidos por la coalición de cuatro ejércitos. Atrás dejaba un largo combate por la libertad, la sangre que había corrido y el silencio de tantos muertos. Entre ellos el de su querido y admirado Ramón Acín (anarquista, maestro, dibujante, escultor, escritor y hombre de gran cultura). Conocido como «Paco», «Gurriato» o «el Gafas», por su miopía, y más tarde como «François Vidal», Francisco Ponzán era un aragonés circunstancialmente nacido en Oviedo, donde trabajaba entonces su padre.


La familia de seis hijos se instaló poco después en Huesca, villa natal de su madre, mujer de gran religiosidad, recordada por todos como persona muy bondadosa. El padre murió cuando él tenía seis años. Hombre culto y de ideas liberales, había estudiado para maestro pero no llegó a ejercer nunca. Desde muy pronto, el pequeño demostró ser un buen estudiante pero rebelde a su entorno clerical y a la formación religiosa obligada. Acusado de ser un mal ejemplo para los otros alumnos, terminó expulsado de los Padres salesianos y como castigo su madre lo puso a trabajar a los doce años en una librería donde se encargaba de barrer y hacer recados, y donde inmediatamente descubrió a Julio Verne, Dickens y Víctor Hugo, entre otros, y se escondía para leerlos. Casi al mismo tiempo, en un viejo baúl del desván de su casa, descubrió también los libros que habían pertenecido a su padre y se los apropió en secreto: Rousseau, Voltaire, Ángel Ganivet, Joaquín Costa, Anselmo Lorenzo… Sendas diversas para descubrir un mundo más cercano a sus deseos. El dueño de la librería, que había simpatizado con el muchacho y que apreciaba su inteligencia y su personalidad, no tardó en animarle para que no perdiera el tiempo, dejara el trabajo y prosiguiera sus estudios. Así se lo dijo a su madre, y a los catorce años Paco comenzaba las clases de Magisterio en la Escuela Normal. Allí conoció al profesor Ramón Acín, miembro de la CNT y hombre respetado por todo el mundo, al que admiró enseguida por su gran sensibilidad, su humanismo y su riguroso sentido de la justicia. Con él, Paco aprendió, según su propio testimonio, «la mejor forma de entender el anarquismo». Paco empezó a frecuentar también el Ateneo Cultural Libertario. A los dieciocho años, siendo todavía discípulo de Ramón Acín, obtuvo su título de maestro y empezó a ejercer en Ipas y en Castejón de Monegros. Más tarde estuvo destinado en varios municipios de La Coruña. En esa etapa, al mismo tiempo que ejercía el magisterio, que descubría su necesidad de compromiso con los obreros, su deseo de lucha contra la explotación y sus ansias de libertad, participaba en mítines, huelgas y algunos sabotajes. Comenzó también a conocer la cárcel. Fue detenido en 1930 tras la sublevación de Jaca y encarcelado en 1932 por apoyar a obreros en huelga. Tras la insurrección libertaria de diciembre de 1933 (huelga general acompañada por la acción de milicias armadas que pretendían implantar el comunismo libertario) fue detenido en Zaragoza y poco después acusado de nuevo de facilitar la fuga a diez presos de la cárcel de Huesca. Esto le costó algunos meses más de cárcel. Después volvió a sus clases en Galicia. En julio de 1936 regresó a Huesca, donde le sorprendió el golpe de Estado militar. Ponzán fue inmediatamente partidario de defender la República con las armas. Su impulso espontáneo y combativo fue atenuado en aquel momento por Ramón Acín, que le incitó a esperar acontecimientos. Pero pocas horas después ya fue demasiado tarde. Evaristo Viñuales, también alumno de Acín, maestro y gran amigo de Paco, diría más tarde: «A Ramón Acín… le repugnaba profundamente la violencia, el derramamiento de sangre, motivo que sin duda no le dejó ser lo enérgico e inflexible que debiera haberse mostrado ante la gravedad del momento…».[4] Frente al peligro inminente, Paco Ponzán tuvo que salir de la ciudad oscense, donde los facciosos lo iban buscando.

Unos días después, Ramón Acín fue arrestado por los Camisas Negras (comandos legionarios de tropas voluntarias italianas concentradas en Aragón y con su mando militar en Zaragoza) en circunstancias dramáticas, y el 6 de agosto, fusilado delante de las tapias del cementerio de la ciudad. Unos meses más tarde, Ponzán publicaría en el periódico Nuevo Aragón de Caspe una carta de homenaje póstumo a su maestro. Algunos párrafos decían: «A ti, Ramón, mi Maestro bueno… con tu ejemplo señalaste la trayectoria de mi vida… me iniciaste en la senda de todas las rebeldías… en la adolescencia, en aquel velador de un café oscense, me dijiste con palabras que nunca se olvidan, que jamás me arrastrara como la oruga a lo largo de la estaca buscando medrar…». El dolor por la muerte de Ramón Acín acompañó a Ponzán hasta el final de su vida. Unido a otros compañeros, Paco comenzó enseguida a requisar armas y a enfrentarse a las columnas del ejército rebelde, aun sabiéndose en inferioridad de condiciones; pero pronto tuvieron que reconocer que los golpistas y los miles de italianos eran mucho más fuertes y estaban mucho mejor armados. Ponzán se refugió en la zona leal a la República. Nombrado consejero de Transportes y Comunicaciones en el Primer Consejo de Defensa de Aragón (entidad administrativa creada durante la Segunda República, cuyo control se extendía sobre la mitad oriental de Aragón y que estaba bajo la influencia mayoritaria de los anarquistas de la CNT, aunque en el Gobierno participaban representantes de otras tendencias y partidos), más tarde asumió el cargo de subsecretario de Información y Propaganda en el Consejo, cuyo departamento dirigía el maestro cenetista Evaristo Viñuales, al que le unía una gran amistad. Los dos amigos dimitieron juntos unos meses después y Ponzán se reincorporó a la Columna Confederal Roja y Negra, organizada por la CNT en Barcelona y que iría al frente de Aragón convertida en 28.ª División, formada por las columnas Ascaso, Aguiluchos y Roja y Negra. De esta última brigada era comisario Evaristo Viñuales. Negándose a vestir uniforme militar, Paco prefirió enrolarse poco después en el grupo de guerrilleros Los Libertadores, adscrito a la 127.ª Brigada del comandante anarquista Máximo Franco (de familia acomodada, Máximo Franco trabajaba como barbero y colaboraba en varias publicaciones libertarias; se suicidó en el puerto de Alicante junto a su amigo Evaristo Viñuales para no caer en manos de las tropas franquistas), y en agosto de 1937 aceptó ponerse al frente del Servicio de Inteligencia o de Información Especial Periférico (SIEP), central de información creada por los libertarios en el frente de Aragón. El SIEP se encargaba de recoger información para objetivos estratégicos y tenía como misión introducirse en terreno adversario, elaborar informes sobre la situación de los destacamentos enemigos, realizar sabotajes y pasar a zona republicana a personas perseguidas. Su gran eficacia y el coraje que demostró lo llevaron a ser nombrado teniente del X Cuerpo de Ejército del Este, que cubría el frente de Aragón desde la frontera hasta el sur de Huesca, actuando en el Servicio de Información. Ponzán y su grupo de acción, doce agentes —nueve de ellos anarcosindicalistas y tres de UGT (Unión General de Trabajadores)—, establecieron su base en Barbastro/ Seo de Urgel. El jefe del X Cuerpo en el que actuaban era el comunista Miguel Gallo Martínez, que había sido gran amigo de Fermín Galán (Gallo participó con el rango de capitán en la sublevación de Jaca con los hermanos Galán). En Caspe, «en el desconcierto y el dolor de la guerra», como escribiría Víctor Juan sobre él, Ponzán conoció a Palmira Pla, una maestra que había llegado de Teruel para responsabilizarse de las colonias escolares en la zona de Benasque, en Huesca. Ponzán comprendió enseguida que Palmira iba a ser la mujer de su vida. Con ella compartió algunos sueños. Otros no llegaron a ser posibles. La guerra estaba ahí y el desigual combate contra la coalición de Franco, Hitler, Mussolini y Salazar aplastaba toda esperanza. La derrota no tardaría. A finales de enero de 1939, el triunfo de las tropas franquistas en Cataluña anunció sin remedio el final. La Retirada Miles de combatientes y de civiles republicanos de todas las regiones de España, hombres, mujeres y niños de todas las edades y condiciones, muchos de ellos gravemente heridos, salieron hacia Francia en masa, provocando un éxodo sin precedentes en el país. Un éxodo que todo el mundo conocería como «la Retirada».

Una inmensa marea humana, individualmente, en familia, por pequeños grupos o grandes formaciones, con el dolor o el espanto de la derrota dibujado en los rostros, huía hacia la frontera francesa. La mayoría llegó hasta allí arrastrándose bajo la lluvia y la nieve, sorteando los cadáveres y los cuerpos inertes de los que se derrumbaban, incapaces de continuar, esquivando vehículos, paquetes y toda clase de objetos abandonados en el camino. Los aviones enemigos, con su carga de muerte, los persiguieron hasta la frontera. En los puertos fronterizos, los largos cortejos de heridos, ancianos, mujeres, niños y soldados, fueron acogidos por gendarmes y soldados coloniales senegaleses «armados hasta los dientes», según diversos testimonios. En pocas semanas entraron en el país galo más de 500.000 republicanos españoles. El Gobierno de Daladier, a pesar de numerosas advertencias, entre ellas la de su propio consulado en España, solo había previsto algunos barracones para acoger a poco más de 6.000 refugiados. La realidad desbordó de forma trágica todas las soluciones inmediatas. En territorio francés, los recién llegados fueron separados de amigos y familias, y encerrados al aire libre en numerosos campos cercados por barreras de alambres de espino. Hambre, sed, frío, desesperación, humillación, brutalidad, fueron las primeras experiencias francesas vividas por una gran mayoría de refugiados. Poco a poco, esos espacios concentracionarios fueron reservados exclusivamente para los milicianos y los soldados, y gran parte de la población civil fue dirigida hacia otras zonas del interior del país, a otros centros de acogida (campos con barracones, antiguos conventos, prisiones, casas o escuelas abandonadas), organizados a través de más de setenta departamentos franceses y donde la disciplina y el orden fue más o menos duro, según la hostilidad o la solidaridad del personal y la dirección. Muchos españoles recordarían numerosas muestras de acogida y fraternidad, y otros muchos, humillaciones, abusos y rechazos. Todavía en España, con la caída del frente del Este, los agentes del Grupo Libertador dirigido por Ponzán e instalados en su base de Seo de Urgel, quedaron aislados y sin ningún contacto con el Estado Mayor, del que dependían. A todos les costó aceptar la derrota pero no quedó alternativa: el país estaba exhausto, roto y vencido. Tuvieron que decidir y aceptar salir de España, mezclados con la inmensa masa que caminaba hacia el exilio. Antes habían escondido varios depósitos de armas y organizado enlaces y bases de apoyo que deberían poder servir para continuar la lucha en el momento que fuera posible. Después se dispersaron. El 10 de febrero, Paco Ponzán atravesaba la frontera por Bourg-Madame con dos compañeros, algunos milicianos rezagados y varias mujeres con algunos niños. Francia, 1939 En suelo francés, apiñado entre miles de españoles y a la espera de decisiones oficiales, Paco consiguió encontrar a sus compañeros y reunirse con los hombres que habían formado con él el Grupo Libertador en Seo de Urgel. Su «tribu», como él los llamaba. Entre ellos, Huet, Remiro, Zafón… Todos se mostraron contentos por el reencuentro. Más tarde se encontrarían de nuevo en la Red Ponzán y en la Red Pat O’Leary. Juntos esperaron el dictamen del Gobierno francés. Las órdenes no tardaron.

Ponzán y todos sus compañeros fueron seleccionados como «elementos peligrosos para el orden público» e internados en el campo de concentración de Le Vernet, en la región de Ariège, al norte de Pamiers, considerado uno de los más duros de todos los campos implantados por el suroeste francés. Allí serían enviados también, entre muchos otros, Arthur Koestler, Max Aub y una mayoría de miembros de la antigua Columna Durruti. Los guardianes del campo de concentración pertenecían a destacamentos senegaleses que obedecían órdenes a rajatabla con el fusil en el brazo y la bayoneta calada. Algunos no dudaron en utilizarlos contra los internados. Los españoles no les hicieron fácil la vida después. Estos guardianes no tardaron en ser sustituidos por otros destacamentos de soldados, tan duros como prudentes. A finales de febrero, cuando Josep Ester i Borràs (catalán y miembro del Comité revolucionario de Berga, se enroló en la Columna Tierra y Libertad y combatió en todo el frente de Aragón, Madrid y Cataluña; luego fue internado en Argelès y Le Vernet, de donde se escapó, y trabajó en la Red Ponzán-Pat O’Leary antes de ser detenido y enviado al campo de Mauthausen; fundó la Federación Española de Deportados e Internados Políticos, o FEDIP; fue oficial de la Legión de Honor francesa y sería condecorado por las fuerzas inglesa y estadounidense por su acción en la Resistencia) llegó al campo de Le Vernet, este era todavía una pradera rodeada de alambradas con púas: «A la izquierda se divisaban algunas barracas construidas con ladrillo y cemento, sin duda vestigios de un campo militar o de internamiento de la guerra de 1914 a 1918. A la entrada, unas garitas para los centinelas y un poco más adentro, un dispositivo provisto de altavoces, desde el que se hacían los anuncios destinados a los internados. Luego supimos que Francisco Ponzán, el bien conocido militante anarcosindicalista de Aragón, era el encargado de hacer los anuncios y que además dirigía alocuciones destinadas a dar ánimos y esperanzas a los internados, a los que invitaba a la solidaridad y la fraternidad entre ellos». Al llegar al campo, el mando francés pidió voluntarios que conocieran el trabajo de carpintero para levantar las barracas de madera donde dormirían los miles de exiliados que iban llegando, y Paco no dudó en presentarse como candidato aunque no conocía nada de ese trabajo. Fue elegido y organizó inmediatamente una «compañía de carpinteros», una variopinta cuadrilla que trabajaba y recibía una doble ración de comida, algo que les permitía ayudar a muchos otros. Ponzán fue nombrado responsable del equipo. La buena relación inmediata de Ponzán con una mayoría de los internados facilitó que la dirección del campo le nombrara portavoz de información y que pudiera dirigirse a todos los hombres a través del micrófono para dar notificaciones diversas. Dos meses después, la voz de Ponzán seguía emitiendo regularmente notificaciones por los altavoces del campo y transmitiendo mensajes personales, colectivos o de carácter general, o bien tratando de animar a mantener la esperanza en aquel lugar desolador. A finales de marzo comenzó a funcionar en Francia un servicio de ayuda a refugiados españoles, denominado SERE (Servicio de Evacuación de Refugiados Españoles) que organizaba la repatriación a España o la emigración colectiva subvencionada a diversos países de América. A Ponzán le propusieron salir para México, algo que la mayoría de los exiliados deseaba e iba solicitando desesperadamente. Paco dio las gracias pero no aceptó. «No se me ha perdido nada en México. Mi puesto está en España o cerca de ella.» El aragonés eligió seguir en el campo de concentración con sus amigos y con la miseria que les rodeaba, formando parte de aquella «escoria de la tierra» de la que hablaría más tarde Arthur Koestler. El escritor, prisionero en ese mismo campo, describiría más tarde en una de sus obras el entorno que les rodeaba: «El campo de Le Vernet tiene una extensión de unas veinte hectáreas. La primera impresión que da al acercarse es la de un laberinto de alambradas. Las alambradas dan una triple vuelta al campo y lo cruzan en varias direcciones, con trincheras paralelas. La tierra es árida; pedregosa y polvorienta cuando está seca, se convierte en un barrizal que llega hasta las rodillas cuando llueve y en un conglomerado de duras protuberancias cuando hiela». Luego añadía: «La mayoría de los prisioneros… trabajaban en harapos y con calzado sin suelas, a temperaturas de varios grados bajo cero y dormían sin mantas hasta cuando la saliva se helaba en el suelo».

Terminaba su descripción con una denuncia sin reparos: «… en lo que respecta a comida, alojamiento e higiene, Le Vernet estaba muy por debajo de los campos de concentración nazis».[5] Todavía en el campo, Ponzán recibió la noticia de la muerte de su amigo Evaristo Viñuales: se había suicidado esperando los barcos que no llegaron, en el puerto de Alicante, junto a su amigo Máximo Franco, unos minutos antes de que entraran las tropas franquistas. Los dos se habían dado fuerte la mano izquierda y empuñando la pistola con la derecha, apretaron el gatillo. Viñuales había dicho antes de disparar: «Esta es nuestra última protesta contra el fascismo». Gesto de desesperanza y de libertad que Ponzán recibió con un dolor profundo y que guardaría como una herida perpetua. Principios de resistencia: la Red Ponzán Unas semanas después, Paco se fugaba del campo de concentración. Un contacto le había conseguido un contrato para trabajar en el cercano pueblo de Varilhes. Jean Bénazet, alias «Piston», que había sido elegido consejero municipal durante el Frente Popular, un hombre respetado por todos y dueño de un garaje, no dudó en ofrecerle su ayuda. Bénazet era uno de los franceses que no aceptaron la derrota francesa. De forma tajante no aceptaba ni a Franco, ni a Hitler, ni a Mussolini… Ni después a Pétain. Entre Piston y Ponzán se generó enseguida una gran confianza y estima mutuas. Oficialmente, Ponzán comenzó a trabajar en el garaje, pero su relación cómplice con Piston iría mucho más lejos. Su ayuda fue esencial en aquel momento en el que para Ponzán lo más importante era hallar medios para ayudar a los compañeros que habían quedado en España y salvar el máximo de vidas posible, exponiendo la suya si era necesario y la de los que secundaban su proyecto. Bénazet conocía muy bien la región, de la que era oriundo, las escarpadas montañas pirenaicas y los lugares más accidentados e intransitables, y con Ponzán y su «tribu» pusieron en marcha el proyecto de una red de compañeros y de guías que pudieran franquear esas montañas y salvar a gente amenazada en Francia o en España. La mayoría de los hombres de la nueva «tribu» que iban reuniendo eran aguerridos militantes libertarios conocedores de la región española o francesa, de las sendas de trashumancia, hombres capaces de escalar picachos de casi 3.000 m de altura con el riesgo de despeñarse a cada paso, de atravesar bosques y ríos, andando de noche, afrontando borrascas y situaciones límite, con la fortaleza interior necesaria para no desfallecer en las situaciones más comprometidas. Para todos ellos la guerra española no había terminado y presentían que se acercaban tiempos más oscuros. La noticia del pacto germanosoviético, firmado el 23 de agosto de 1939,[6] cayó como una bomba entre los refugiados y confirmó la gravedad del momento. Para Ponzán se hizo evidente que una nueva guerra estaba muy cerca y que la vida de los refugiados se anunciaba aún más dura y peligrosa. Sobre todo al ir observando que una mayoría de militantes comunistas aceptaba someterse a las órdenes de Stalin, respetaban el pacto firmado con el dictador nazi y decidían no combatirlo. Otros militantes, sobre todo españoles, lo vivieron como una traición y muchos de ellos no dudaron en romper sus carnets del partido. Como muchos habían temido, pocos días después, el 1 de septiembre de 1939, Hitler atacó Polonia, y el 3 de septiembre, Inglaterra y Francia, respetando acuerdos bilaterales, declaraban la guerra a Alemania. Ponzán resumió la nueva situación de forma lapidaria: «No es la patria francesa la que está en peligro, ni la libertad de Francia, son la libertad, la cultura y la paz mundiales las que ahora están en juego». Más decididos que nunca a continuar la lucha contra Franco, a combatir las nuevas amenazas totalitarias y a desbaratar por todos los medios —infiltraciones, sabotajes y muertes si era preciso — las actividades de los nazis, Ponzán y Bénazet impulsaron con más fuerza la selección de un buen equipo de hombres. Varilhes se convirtió muy pronto en el cuartel general de la organización.

Con los servicios secretos británicos contra el nazismo Los servicios secretos británicos, que funcionaban en Francia desde hacía muchos meses vigilando lo que ocurría en España, no tardaron en contactar con ellos. Un oficial británico conocido como Marshall, que habitaba en los alrededores de Foix (Ariège) y que había creado y dirigía el servicio secreto de Acción de la Military Intelligence Service en el departamento del Ariège, había oído hablar de Ponzán a través de su secretario e intérprete catalán José Estévez Coll, un oficial de la Marina española que había sido comandante de la flotilla de lanchas torpederas de la escuadra republicana, que se había refugiado en Inglaterra y trabajaba con ellos.

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