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Tengo un Secreto: El Diario de Meri – Blue Jeans

Tengo un secreto: el diario de Meri es la novela basada en el blog personal que escribe la intrigante Incomprendida en la película El Club de los Incomprendidos. Basada en el besteller de Blue Jeans ¡Buenos días, princesa!, la cinta, que se estrenará el próximo 25 de diciembre de 2014, está producida por Bambú y Atresmedia y ya ha despertado una gran expectación en las redes sociales. En la nueva novela, que arrasará entre todos sus fans, veremos cómo y por qué empezó todo, seremos cómplices de las dudas, miedos e inseguridades de todos los Incomprendidos y, por fin, sabremos cómo siguen sus vidas después del sorprendente final de ¿Puedo soñar contigo? Una lectura imprescindible para comprender todo el universo de El Club de los Incomprendidos.


 

Empezamos de nuevo. Vuelta a la rutina. Quería dejarlo todo zanjado antes de regresar a las clases, pero fue imposible. No me atreví. No fui capaz de decirle que ya no era como antes. Que la seguía queriendo, pero no de la forma en la que se quiere a alguien a quien amas con los cinco sentidos. ¿Por qué era tan cobarde? —¡Hola, pelirrojita! Cuando sentí sus labios en los míos confirmé una vez más lo que ya sabía. El amor, ese amor de hormigueo en el estómago y tembleque de rodillas, se había esfumado. Ya no estaba ahí. ¿De quién era la culpa? ¿De ella? ¿Mía? Posiblemente, de ninguna de las dos. Son cosas que pasan a diario. Cosas que ocurren a muchas personas. Sientes y dejas de sentir. Ya está, sin más explicaciones. Y es que nadie controla lo que su corazón decide. —Hola, guapa. ¿Cómo has dormido? —le pregunté a Paloma, como si no pasara nada. —No he pegado ojo en toda la noche. Estaba muy nerviosa. —¿Y eso? ¿Por qué? —¡Una no cambia de instituto todos los días! —gritó ella abrazándome y apoy ando su cabeza en mi hombro—. ¡Y menos si ese cambio es al instituto en el que estudia tu novia! Novia. Seguíamos siendo novias.


Nadie había dicho hasta ese momento lo contrario. Ni había indicios ni pistas de que fuera a ser diferente. —¡Ey ! ¡Chicas! ¿Cómo estáis? La voz de Ester llegó a nuestra espalda con la alegría de siempre. Cuando nos giramos la vimos más bronceada que nunca, preciosa, con su flequillo en forma de cortinilla tapando su frente morena. Arrugaba la nariz al sonreír. Durante el último mes no nos habíamos visto demasiado. Ella lo había pasado en casa de sus abuelos en algún lugar de la Costa del Sol y yo entre Madrid y Barcelona. Al menos, las dos habíamos logrado aprobar las asignaturas que suspendimos en junio. También Raúl y Valeria lo habían logrado. Y un año más los Incomprendidos compartíamos curso: el último curso antes del paso a la universidad. —¡Muy contenta de estudiar en el mismo sitio que vosotros! —exclamó Paloma lanzándose sobre ella y abrazándola cariñosamente—. ¡Va a ser un año increíble! Aunque no íbamos a compartir clase, porque tiene un año menos, Paloma finalmente convenció a sus padres para matricularse en nuestro centro. Tras insistirles hasta la saciedad, su deseo le fue concedido. También el mío, si retrocedíamos unas cuantas semanas. Pero ahora… Ahora tenerla tan cerca no parecía lo más conveniente. No iba a ser sencillo verla tanto, a todas horas, sin explicarle lo que sucedía. Aunque si se lo contaba sería peor. Me sentía mal, pero tenía que decirle lo que sentía. —Me alegro de verte tan contenta. —¿Cómo no iba a estarlo? ¡Es un sueño hecho realidad! Que y o convertiría en pesadilla si le hablaba de mis sentimientos hacia ella. De ese cambio que había experimentado en las últimas semanas. Otra vez sentí su boca rozar la mía ante la atenta mirada de Ester, que sonreía de oreja a oreja. —¡Qué bonito es el amor! —exclamó ella suspirando—. Ya me gustaría a mí encontrar algo tan increíble como lo que tenéis vosotras. —Tú podrías estar con el tío que quisieras y tener la más maravillosa historia de amor del mundo.

—No es tan sencillo, Paloma. —Claro que lo es. Lo único que debes hacer es darle una oportunidad a… En ese momento, un chico no demasiado alto, vestido con una sudadera roja y unos pantalones cortos vaqueros azules, llegó hasta nosotras. Él no había ido a la play a en todo el verano y estaba blanquito como un vaso de leche. Bruno se había cortado el pelo de una manera peculiar, acumulando gran parte del flequillo en la zona izquierda de su frente. Estaba raro, aunque seguía siendo el mismo Bruno de siempre. —¡Corradini! —chilló mi novia en cuanto lo vio. Y estuvieron abrazados casi medio minuto. Durante los meses de verano, Paloma y Bruno se habían hecho muy buenos amigos. Sobre todo gracias a las largas conversaciones de WhatsApp entre ambos. Ella me decía que la comprendía. Que sabía qué decir para hacerle sentir mejor. Poco a poco, sus problemas habían ido desapareciendo. Y eso me hacía respirar tranquila porque todos lo pasamos muy mal cuando descubrimos que se autolesionaba. Por ese motivo, tenía miedo de revelarle la verdad. ¿Y si recaía? Nunca me lo perdonaría. Las sensaciones hacia ella eran diferentes, pero le seguía teniendo un gran cariño. Pero era un cariño diferente; mi amor había cambiado. La vida te lleva por caminos insospechados. —¿Cómo estáis, chicas? —preguntó Bruno tímidamente. —Bien. ¿Y tú? ¿Te funciona ya el móvil? —No ha dejado nunca de funcionar, Ester. —Ah. Como no respondes mis mensajes… —No me ha llegado ningún mensaje tuyo. —Ya.

La tensión entre los dos se podía cortar con un cuchillo. ¿Motivo? Un guaperas peinado como Harry Styles, de los One Direction. Samuel, Sam como él se hace llamar, se había cruzado de nuevo en el camino de Ester. Fue en agosto, en la playa. Ella estaba tumbada en la arena ley endo Bajo la misma estrella y justo a su lado se sentó un tío que le resultaba familiar. Pronto se descubrieron el uno al otro y lo que comenzó siendo un simple tonteo acabó por convertirse en un rollo de verano. Evidentemente, esto a Bruno no le hizo ninguna gracia cuando se enteró. Porque todos sabemos lo que él sigue sintiendo por Ester… Aunque lo niegue rotundamente. Lo de esos dos parece la historia interminable. —No discutáis, chicos —dijo entristecida Paloma abrazándome por la cintura —. ¡Celebremos el primer día de curso con una sonrisa! A pesar de que ninguno de los dos sonrió más, las aguas se calmaron y Bruno y Ester no volvieron a dirigirse la palabra. Paloma y yo nos despedimos antes de entrar en clase. Me ruboricé cuando me besó delante de mis compañeros de segundo de bachillerato. Quizá alguno se enteró por fin de mi homosexualidad tras aquel beso. Me di cuenta de la cara de sorpresa de varios de ellos y de la sonrisilla pícara de otros. Sinceramente, me daba lo mismo lo que pensaran. Tenía otras cosas más importantes de las que preocuparme. —¡Chicos, aquí! —gritó al vernos una joven alegremente haciendo aspavientos desde la última fila de asientos de la clase. Valeria estaba muy cambiada tras el verano. Con los nervios de lo sucedido en aquella estación, había adelgazado bastante y había decidido teñirse el cabello de rubio, que le había crecido casi hasta el final de la espalda. Raúl a su lado también hacía gestos para que acudiéramos hasta ellos. Nos habían guardado tres mesas en la esquina de la parte derecha del aula. Sonreían felices. Los dos seguían formando esa pareja perfecta que da la impresión de que será para siempre. Ambos se habían tenido que esforzar mucho para aprobarlo todo y pasar de curso.

Sacrificaron el verano, sin playa, sin piscina, con muchas horas en la casa de uno y de otro frente a los libros. Hincaron los codos y estudiaron como nunca antes lo habían hecho. Y tanta entrega, tanto empeño tuvo su merecida recompensa. —Otro añito más, pelirroja —señaló Raúl tras darme dos besos en la mejilla. —El último. —Sí, el último. Esto se acaba. Al pronunciar aquellas palabras me hizo recordar todo lo que habíamos pasado en aquellos años juntos. Como si estuviera viendo una película de momentos importantes de nuestra estancia en el instituto. Habíamos vivido tantas cosas. De todo tipo, alegrías y penas. De alguna manera, sentía nostalgia por el pasado. Por aquellos años en los que éramos más que un simple grupo de amigos. —Bueno, chicos. Intentemos que éste sea un gran curso. Un gran último curso —intervino Val. Y a continuación sacó algo de debajo de la mesa que nos sorprendió al resto. —No me lo puedo creer. ¿Te la han comprado? —¡Sí! ¡Por fin! Lo que mi amiga sostenía entre sus manos era un casco de moto blanco, adornado con un corazón alado. —Ahora y a no tendré que venir andando —bromeó Raúl, arrebatándole el casco a su novia. —¡Eh, tú! ¡Que la moto es mía! —Pero la compartiremos. ¿Verdad? La mirada de uno se perdió en la del otro. Como si sólo existiesen ellos dos en aquella aula y a repleta de estudiantes vociferantes. Valeria suspiró, asintió y se dieron un beso en los labios. —Iros a un motel —protestó Bruno, apartando la mirada de ellos y sacando un cuaderno de su mochila.

Me encantaba ver a Val y a Raúl tan felices. No lo habían pasado nada bien y que continuaran juntos tras los innumerables giros del destino era la prueba de que se querían mucho. Se querían de verdad. En cierta manera, sentía un poquito de envidia. Yo había tenido algo parecido con Paloma hasta hacía unas semanas y no había sabido conservarlo. Me daba rabia y sentía algo de impotencia. Ella no se merecía a alguien como yo, sino a alguien mucho mejor. —¿Estás bien, Meri? —me preguntó Ester, en voz baja, inclinándose sobre mí. —Sí —respondí seca. —¿De verdad? Te noto rara. —No es nada, en serio. —¿No es nada? Eso significa que hay algo. —Bueno… —¿Qué pasa? Sabes que puedes confiar en mí. Cuéntamelo. —Yo… La insistencia de mi amiga me hizo dudar. Quizá si le decía lo que pasaba podría desahogarme y ver las cosas de otra manera. —¡Buenos días, alumnos! ¿Cómo han pasado el verano? El mío ha sido horrible. No hay quien soporte el Caribe —ironizó el profesor de matemáticas, mientras dejaba una carpeta amarilla sobre la mesa. La confesión a Ester tendría que esperar a un momento más adecuado. La clase comenzaba. Aunque antes sucedió algo que no me podía haber imaginado jamás. Algo que me costó varios segundos asimilar. Una despampanante chica morena con un vestido blanco inmaculado entró por la puerta del aula. La conocía. Sabía de quién se trataba.

Ella me miró a los ojos y sonrió. También sabía perfectamente quién era yo. ¿Cómo no iba a saberlo después de aquel día? CAPÍTULO 2 Faltaban quince minutos para que mi AVE partiera de la estación de Sants de Barcelona rumbo a Madrid. Corriendo lo más deprisa que mis piernas me permitían, tirando de la maleta con todas mis fuerzas, pensaba que no llegaría. Aunque mi padre tenía una opinión diferente. —¡Tranquila, María! ¡Hay tiempo de sobra! —gritaba mientras intentaba ponerse a mi altura. —¡El control lo cierran cinco minutos antes! —Y quedan… trece minutos para que salga el tren. ¡Vamos genial! —Papá, tú siempre tan optimista. Y yo tan negativa. Lo cierto es que llegué a tiempo. Hasta me sobraron un par de minutos para despedirme de mi padre, colocar la maleta en el portaequipajes y respirar profundamente. Era el final de mi estancia en Barcelona durante el mes de agosto. Mi padre y Mara se habían empeñado en que pasara unos días con ellos en la Costa Brava, donde habían reservado sus vacaciones. Al principio, no me gustó demasiado la idea, pero terminé aceptando que aquello no estaba tan mal. Viene bien desconectar de vez en cuando de tu realidad diaria. Esa realidad que poco a poco me había ido consumiendo por los acontecimientos vividos últimamente y que, sin duda, me habían afectado en lo personal. No estaba demasiado bien. A pesar de que nadie se había dado cuenta. Ni siquiera Paloma, con quien hablaba todos los días varias veces por teléfono o a través de Skype. Ella no podía imaginar lo que pasaba por mi cabeza y mucho menos lo que estaba dejando de sentir mi corazón. Me dirigí a mi asiento y resoplé. Eché un vistazo al teléfono y comprobé que tenía un mensaje de WhatsApp de mi novia. Un mensaje cariñoso, cargado de sentimiento, en el que decía que me echaba de menos y que estaba deseando verme para abrazarme y darme millones de besos. Le respondí más o menos lo mismo, disimulando que no ocurría nada, aunque mis deseos no eran tan intensos como los suy os. Y es que aquellos días alejados de ella me habían permitido averiguar que el amor se puede apagar cuando menos te lo esperas.

—Perdona, ¿me dejas pasar? Voy sentada ahí —me indicó una chica alta y morena, que se había detenido junto a mí. Me levanté y la dejé pasar. Se acomodó rápidamente en su asiento, pegado a la ventanilla y se puso unos auriculares de color rosa. La música estaba tan alta que pude identificar inmediatamente a Demi Lobato cantando su Made in USA. Intenté no prestarle demasiada atención, terminé la conversación con Paloma y saqué mis apuntes de Filosofía, la única asignatura que había suspendido en junio. El examen lo tenía en dos días y había mucho que hacer. El tren se puso en marcha e intenté concentrarme en el « maravilloso» mundo de los presocráticos. El traqueteo suave del vagón y lo insípido del temario terminaron por dormirme. Cerré los ojos y caí en un sueño plácido. —Oye, tú —escuché de repente—. ¡Oye! Abrí los ojos y la vi. Era la chica morena que estaba sentada a mi lado. Tenía su rostro frente al mío. Pude comprobar lo guapa que era. Sus ojos marrones enormes poseían un brillo especial. Y sus labios, pintados de un tono rosa pálido, resultaban de lo más apetecibles. —¿Sí? —¿Me dejas paso, por favor? Tengo que ir al baño. —Claro. Perdona. —Muchas gracias. Me volví a levantar y permití que saliera de su asiento. Cuando se alejó por el pasillo no pude evitar observar lo bien que le quedaban los shorts vaqueros ajustados. Aunque en seguida me sentí culpable y me senté de nuevo, desviando la mirada hacia la ventanilla. No soy ese tipo de personas que no se pierden ni un detalle de todo lo que se mueve. Moví la cabeza de un lado para otro y me centré de nuevo en los apuntes de Filosofía.

Afortunadamente, sólo debía examinarme de esa asignatura en septiembre. Podría haber sido mucho peor, tal como sucedieron las cosas en junio. Cuando la cabeza está ocupada en otros asuntos, es muy difícil concentrarse en otros asuntos. Especialmente, en exámenes. Mis notas bajaron considerablemente, pero salvé la situación. A los pocos minutos de haberse marchado, mi compañera de viaje regresó. En esa ocasión no hizo falta que me pidiera paso ni permiso para pasar. Me incorporé una vez más y ella se situó en el asiento de la ventanilla. —¿Problemas con Filosofía? —me preguntó por sorpresa. —¿Qué? —Te ha quedado Filosofía, ¿no? —insistió—. O has suspendido, o eres una tía muy rara. —¿Por qué dices eso? —Nadie de nuestra edad, en su sano juicio, estaría leyendo algo sobre los presocráticos voluntariamente. En eso tenía razón. Si no es por obligación jamás habría puesto interés en nada por el estilo. Es más, ni siquiera sabría quiénes son los presocráticos. Aun estudiándolos no estaba muy segura de lo que aportan. —Es la única que he suspendido —contesté ruborizada, algo que ella notó. —No te preocupes. Si a mí me han quedado cinco. —¿En primero? —No. En segundo. Así que me he quedado sin hacer selectividad. —Lo siento. —No tienes nada que sentir. Si no he aprobado, ha sido porque no he estudiado nada —reconoció, al tiempo que se recogía el pelo con una gomilla—.

No ha sido un año fácil para mí. Demasiados cambios. Cambios. Esa palabra me sonaba de algo. Si yo le contara a esa chica mi vida en el último año, sabría lo que son cambios. —A veces, las cosas no salen como uno pretende que salgan —señalé sin querer ponerme demasiado intensa—. Aunque siempre se presenta una segunda oportunidad para todo. —Bah. Eso solamente es una frase hecha, sin ningún rigor. Una frase vacía que has escuchado o has leído por ahí. Y sin decirme nada más, se puso los auriculares y desvió su mirada hacia el paisaje despreocupándose de mí. Como si yo no estuviera o no fuera lo suficientemente importante como para continuar hablando conmigo. Aquello me fastidió. No sé muy bien por qué, pero me molestó su actitud prepotente. Esa chica había sido agradable hasta ese instante y, sin embargo, había terminado tratándome con arrogancia. Como si los cambios en su vida hubieran sido más complicados que los míos y sus palabras fueran dogma. Todo lo que tenía de guapa también lo tenía de insolente. Estuve tentada de responderle, de explicarle que aquélla no era forma de tratar a alguien. Pero no lo hice. Mi timidez lo impidió. Así que volví a los presocráticos e intenté olvidarme de aquella chica. El AVE continuó su camino hacia Madrid, a más de trescientos kilómetros por hora. Buscaba aislarme del mundo. Hasta me coloqué los cascos que dan en el tren y puse la música a todo volumen, a pesar de que no era de mi gusto. Todo por no pensar en la presuntuosa que tenía a mi lado.

Sin embargo, no podía evitar mirarla de reojo de vez en cuando. ¿Por qué tenía que ser tan guapa? Una de esas veces, la chica se dio cuenta de que estaba fijándome en ella. Sonrió pícara y y o giré rápidamente la cabeza hacia el otro lado. —Oy e —dijo en voz alta para que pudiera escucharla a pesar de los auriculares—. ¡Ey! ¡Tú! No le hice caso hasta que me golpeó el hombro con los dedos para llamar mi atención. Suspiré, la observé detenidamente y abandoné los cascos sobre mis rodillas. —¿Qué quieres? —¿Sabes que tienes unos ojos muy bonitos? Aquello me descolocó tanto como su anterior desplante. Y también hizo que me pusiera nerviosa. Tardé un par de segundos en reaccionar. —Gra… gracias —tartamudeé—. Pero no es mi color natural. Son lentillas verdes. —Me da lo mismo del color que sean. Son bonitos y punto. —Si tú lo dices… La joven sonrió una vez más. Subió los pies hasta el asiento y se hizo un ovillo en torno a sus rodillas. —Yo también llevo lentillas —admitió—. Soy bastante miope. Así que ya tenemos otra cosa en común. ¿Otra cosa en común? ¿A qué se refería exactamente? En ese momento no comprendía qué quería decir. Pero no tardó en solucionar mis dudas. —Odio a los presocráticos. Bueno, a ellos y a todos los filósofos de la historia de la humanidad —continuó diciendo—. No entiendo por qué tenemos que estudiar las teorías de unos tíos que llevan muertos cientos de años y que no paraban de soltar tonterías mientras fumaban a saber qué sustancias psicotrópicas. No podía decir que no estaba de acuerdo con su personal manera de entender la Filosofía.

Era una asignatura que nunca me había gustado y que siempre me había costado comprender. Aunque mi opinión no era tan radical como la de aquella joven que, en los pocos minutos que la conocía, ya me había dejado muy clara una cosa: no se andaba con rodeos ni medias tintas. Era directa y contundente. Lo que pensaba, lo decía sin miramientos. —Tienes bastante razón. —¿Bastante? La tengo toda. —Si tú lo dices… —¡Otra vez con el « si tú lo dices» ! —protestó subiendo el tono de voz—. Te falta sangre. —No me falta sangre. —¡Claro que sí! ¡Eres una horchata con lentillas! —¡Y tú una…! Me contuve antes de insultarla. Pero no me faltó demasiado para perder definitivamente los papeles. En cambio, a ella pareció agradarle mi arranque de ira. —¡Muy bien! ¡Así mucho mejor! ¡Desahógate! —¡No me quiero desahogar! —¡Tienes que hacerlo! ¡Vamos! ¡Estás deseando gritar cómo te sientes! Me intentaba provocar. Y no estaba dispuesta a que lo consiguiera. Sobre todo tras darme cuenta de que la gente que estaba sentada a nuestro alrededor nos estaba observando. —Estoy bien —le respondí tranquilizándome y bajando la voz—. No voy a gritar. —Okey, horchata con lentillas. No grites. —No me llames así. —Demuéstrame que no te mereces que te llame de esa manera. —No tengo que demostrar nada. Ni siquiera te conozco. —Es verdad, ni nos hemos presentado —comentó alzando la mirada al techo del tren—. Me llamo Laura.

Encantada. Laura. Ahora ya sabía el nombre de aquella joven tan extraña, con esa personalidad tan fuera de lo común. Aunque ni se lo había preguntado. —Yo soy María. Meri —contesté, más por reflejo que porque quisiera ser complaciente con ella. —Te sienta bien ese nombre. Le pega a tu cara. —¿Por qué dices eso? —Ya sabes…, por… la virgen. La virgen María —añadió con una sonrisa, que y a me empezaba a resultar familiar. No me podía creer que me estuviera diciendo aquello. De nuevo intentaba provocarme. ¡No la soportaba! Pero no iba a caer en la trampa. No quería gritar ni alterarme otra vez. Así que apreté los dientes y busqué mentalmente algo ingenioso con lo que enfrentarme a ella. Sin embargo, cuando iba a hablar, el AVE se detuvo en seco. El frenazo fue brusco, tanto que ambas salimos disparadas hacia adelante y tuvimos que poner las manos en el asiento frente al nuestro para no terminar en el suelo. También el resto de los pasajeros del vagón se sobresaltó. —¿En qué tómbola le han dado el carnet de conductor de trenes a este maquinista? —exclamó Laura recomponiéndose. Las dos miramos por la ventana preocupadas. No apreciamos nada raro. Ni humo, ni daños en los vagones… Ni una sola señal de lo que había sucedido. La gente murmuraba y se preguntaba qué sucedía. Hasta que por fin el revisor entró en el coche y nos informó de que había un problema en la locomotora. No nos aseguraba si estaríamos parados diez minutos o una hora.

Sólo nos indicó que estaban haciendo lo posible para repararla. —Bueno, me parece que vamos a tener que pasar más tiempo juntas del que imaginabas —me dijo Laura levantándose—. Vamos a cafetería, te invito a un refresco. CAPÍTULO 3 —No entiendo qué le pasa ahora a Bruno. Si le ha molestado algo, que me lo diga claramente. Que hable conmigo. No podemos estar siempre como el perro y el gato. Oía la voz de Ester, pero casi no la escuchaba, como cuando tienes la televisión de fondo y no le haces demasiado caso. Las dos nos quedamos solas, las últimas en el aula antes de salir al recreo. Paloma ya me había enviado un WhatsApp diciéndome que me esperaba en la cafetería del instituto y las muchas ganas que tenía de verme. Sólo era el primer día del curso y ya me sentía agobiada. —Oye, pelirroja, ¿dónde estás? —me preguntó moviendo las manos delante de mi cara. —Aquí, aquí. ¿Qué decías de Bruno? —No te preocupes ahora por eso. Dejemos mis problemas con Bruno a un lado. Cuéntame, ¿qué te pasa? Y no vuelvas a decirme que nada porque no te creo. Continuaba sin estar segura de explicarle a Ester lo que sentía. Abrirle mi corazón de par en par no daría una solución a mis problemas, pero confiamos la una en la otra. Ella es una de las personas más importantes de mi vida y creo que todo lo que sucedió entre ambas está olvidado. Un amor hace olvidar a otro amor, por muy intenso que fuera el primero. —Me parece que ya no estoy enamorada de Paloma —le solté sin darle más vueltas. Su rostro lo dijo todo. Sorprendida, con los ojos muy abiertos, tardó unos segundos en reaccionar y hablar. —Vaya —susurró por fin—. ¿Y eso? —No lo sé.

Estoy bastante confusa. —Normal. —Es que es una situación… muy rara. —No le has dicho nada, ¿verdad? —No. No sé qué hacer. Mi amiga apoy ó sus manos en una de las mesas del aula y se sentó sobre ella. Se acarició la barbilla y sonrió con cierta tristeza. —Qué complicado es todo siempre —indicó alargando el brazo para sujetarme la mano. Me senté encima de la mesa a su lado y resoplé. Sí, las cosas nunca son fáciles. La vida es de todo menos sencilla y, en lo referente al amor, es como hacer un cubo Rubikcon los ojos cerrados. —Pues sí. —Paloma no sospecha nada, ¿no? —No. Sigue estando tan entusiasmada como siempre. —¿Ha sido de repente? ¿Mientras estabas en Barcelona? —No sé muy bien cómo y dónde ha sido. Sólo sé que… En ese instante, alguien entró en la clase interrumpiendo nuestra conversación. Se trataba de la misma chica que esa mañana me había sorprendido con su presencia. Ester y y o nos quedamos calladas y observamos como la joven se acercaba hasta nosotras. Su manera de caminar era fiel reflejo de la seguridad que tenía en sí misma. Pisaba fuerte, decidida, mirando al frente. —Hola, me alegro de verte otra vez —me saludó sonriente—. Me encantan esos ojos tan bonitos. La chica se inclinó sobre mí y me dio dos besos en la mejilla ante la perplejidad de Ester, que no entendía nada. —¿Qué haces aquí? —quise saber, algo molesta por su descaro. —Estudio aquí.

—¿Desde cuándo? —Desde hoy. Su pícara sonrisa permanecía instalada en su boca. Dando un saltito subió a la mesa de al lado de la nuestra y contempló por primera vez a Ester. —Tú también tienes los ojos muy bonitos —le comentó a mi amiga—. Son alegres y transmiten mucho. Seguro que eres una buena persona. —Gracias. Muchas gracias. —Soy Laura. ¿Y tú? —Ester. —Encantada, Ester. Aquella situación se había transformado en algo surrealista. Ester y Laura se dieron dos besos y de nuevo se hizo el silencio. No me podía creer que aquello estuviera sucediendo. —Bueno, ¿y qué? ¿Dónde se puede desayunar aquí? Estoy muerta de hambre. Aunque nos preguntaba a las dos, sus ojos se habían clavado en mí otra vez. No le respondí porque Ester se me anticipó. —Tenemos una cafetería en la que se come decentemente. Pero no pidas tostadas con mantequilla. —¿Por qué? —Las tarrinas que te ponen son tan pequeñas que no te da ni para la mitad del pan. —Mañana me traeré el Tulipán de casa. La ocurrencia de Laura le sacó una sonrisita a Ester. Y debo reconocer que no me agradó que aquella chica la hiciera reír. La miré muy seria e hice una mueca con la boca de fastidio. —Tengo que hablar de una cosa importante con Meri, pero si quieres nos vemos allí en unos minutos y desay unamos juntas.

Ve pidiendo. Laura dio otro brinco para bajarse de la mesa y nos sonrió a las dos. —Perfecto. Os dejo con esa cosa importante. Ahora os veo. Y caminando con la misma firmeza con la que había llegado hasta nosotras, salió del aula dejándonos de nuevo a solas. —¿Es por ella? —me preguntó Ester, inmediatamente después de que Laura se marchara, tras darme un codazo. E insistió—: ¿Es por esa chica? —¿Por ella? ¿Por ella qué? —¿Te has enamorado de Laura y por eso ya no quieres a Paloma? —¿Qué…? No. ¡No! ¡Por supuesto que no! ¡No! ¡Claro que no era eso! Sin embargo… —¿Desde cuándo la conoces? —Desde hace tres semanas. Más o menos —respondí algo nerviosa—. Fue en el tren de Barcelona a Madrid. —¿En el que se estropeó? —Sí. En ése. Nos tocó una al lado de otra. —Y te enamoraste… —¡Que no! ¡Que no me enamoré! —protesté subiendo el tono de voz—. ¡Si sólo la he visto una vez! Casi no la conozco. Ester sonrió y bajó de la mesa. Puso sus manos en mis rodillas y las apretó con delicadeza. Luego me miró a los ojos. —Vale, no te has enamorado de ella. Está claro. Tras señalar esto alegremente, añadió: —¿Y ella de ti? —¿De mí? No. Cómo se va a enamorar una chica así de mí. —Tienes los ojos bonitos. —También te lo ha dicho a ti.

—Sí, pero a mí no me ha seguido hasta aquí para estudiar en el mismo instituto que yo. ¿O ha sido casualidad? No lo sabía. No tenía ni idea de si realmente aquello simplemente había resultado ser una mera casualidad. De lo único que estaba segura era de que Laura iba a poner las cosas más complicadas. Más complicadas de lo que ya lo estaban en mi cabeza.

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