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La Bella Durmiente de Brooklyn (Cuentos de Barrios 1) – Katy Molina

Prólogo realizado por la autora Klara Delgado. La Bella Durmiente de Brooklyn pertenece a la serie «cuentos de barrios», de la autora Katy Molina. En esta novela, precuela de la Cenicienta del Bronx, nos sumergimos en la vida de otro de los barrios marginales de Nueva York, Brooklyn. La autora, con su pluma fresca y dinámica, nos muestra cómo muchos de los habitantes de estos distritos tienen su destino trazado desde que nacen sin posibilidad de huir de él. Hay que ser fuertes y luchar contra los estereotipos para escapar de ese final. Sin embargo, no todos pueden lograrlo, la gran mayoría seguirá la senda más fácil, y se integrará en esa sociedad que vive al margen de la ley, donde el que gana siempre es el más fuerte, como si en vez de en una ciudad del siglo veintiuno vivieran en la jungla. Esta es la historia de Larry, un joven que no supo escapar de este mundo y se abrazó a él. Luchó por ser el mejor de los peores, sin que ninguno de los obstáculos que se interpusieron en su camino pudieran detener sus ansias de poder y venganza. En la novela vemos cómo su alma va cayendo en la oscuridad sin remedio y cómo siente que es en ese profundo abismo donde encuentra la libertad que cree su salvación. Además, también es la historia de un amor sincero, que no entiende de clases sociales, sino de sentimientos, que demuestra que los cuentos de hadas todavía existen y cuyo final nunca está escrito por sus protagonistas. Drama y esperanza, odio y amor se entremezclan en las letras de este libro que sujetas entre tus manos, y que nos muestra el lado más amable dentro del peor de los escenarios de una sociedad que no siempre quiere ser ayudada, aunque sean muchos los que giren su vista hacia otro lugar, ignorando una realidad que no es agradable conocer. Helen Talbot preparaba el desayuno para sus hijos y su esposo. Aquella mañana tenía una cita muy importante con los servicios sociales a la que no podía faltar. Ella, junto a su hijo Carín, se dedicaba a ayudar a los jóvenes del distrito para ofrecerles una oportunidad en la vida fuera de la miseria. El caso de un muchacho del Bronx la tenía muy angustiada. Conocía a la madre del joven desde la infancia y quería ayudar al adolescente. El chico se llamaba César y se había metido en varios líos con la justicia por vender droga en el barrio. Bryan Talbot, su esposo, la sorprendió por detrás con un abrazo y un beso en el cuello. Helen sonrió, enamorada como el primer día, ya que su marido era un romántico empedernido y un hombre muy detallista. —¿Los chicos todavía no se han levantado? —preguntó la mujer sirviéndole dos huevos rotos con beicon. —Esteban ha madrugado; tenía una reunión a primera hora en la oficina, y Carín sigue durmiendo. Ayer llegó muy tarde —explicó retirando la silla de la mesa para que su mujer se sentara con él a desayunar. —Es cierto, ayer estuvo con su banda hasta altas horas de la madrugada buscando a Randy, un chico de trece años que lleva desaparecido tres días. Su madre y su hermano están muy preocupados. Un vecino lo vio por última vez drogándose en un callejón.


Hay veces que tiraría la toalla en esta lucha por un barrio que la sociedad da por perdido e ignora mirando hacia otro lado —comentó Helen cabizbaja. —Sin embargo, no lo harás. Tú eres más fuerte que todo eso. La labor que haces es importante, al igual que la banda de Carín, Las Balas del Bronx. Juntos sois fuertes y habéis ayudado a muchas familias rotas por el dolor, la pérdida o, simplemente, la decadencia. Quédate con eso, mi amor. Eres cómo un médico: salvas vidas; no obstante, a veces, pierdes la partida porque no está en tus manos ayudar a todo el mundo. —Lo sé, cariño. Tengo que irme, César me necesita. Si todo va bien, se le retirarán los cargos por venta de droga al ser menor de edad y entrará en el proyecto Jóvenes del Bronx para que estudie y tenga una oportunidad en la vida. Helen le dio un beso tierno a su marido y se marchó. De camino a la cita llamó por teléfono a Esteban. —Buenos días, Helen —saludó su hijastro. —Buenos días, cariño. Tengo que pedirte un favor. Han abierto una cafetería cerca de la oficina, se llama Café las Rosas. Ayer fui con papá a tomar un café y me olvidé en la mesa un fular azul. ¿Podrías ir a recogerlo? He llamado al local y he avisado de que pasarías a buscarlo. —Claro que sí, no te preocupes. En cuanto acabe la reunión con el personal de marketing, iré. Además, me vendrá bien tomar el aire, el día está siendo agotador. —Cariño, te entiendo. Llevar un negocio familiar como el imperio del café de tu padre no es fácil, pero lo estás haciendo muy bien. Tu padre y yo estamos orgullosos de ti. —Gracias, Helen.

Esteban era fruto del primer matrimonio de Bryan. Al fallecer su madre, su padre mantuvo una bonita relación con Helen con la que se casó y tuvo un hijo, Carín, su hermanastro. Helen había criado a Esteban como si fuera su propio hijo; sin embargo, este, nunca la llamaba «mamá». El recuerdo de su madre biológica seguía muy presente en su vida y creía que llamar «mamá» a Helen era como faltar a su memoria. La mañana pasó rápida para Esteban. Tenía la cabeza embotada por culpa de las reuniones y se tomó dos horas libres para ir a la cafetería para cumplir con el recado de Helen. Informó a su secretaria de que se ausentaría un par de horas y le pidió que no le desviase llamadas a su móvil si no eran de carácter urgente. Esteban, mientras bajaba por el ascensor, buscó en su móvil la ubicación exacta del lugar. Descubrió que se encontraba a una manzana de las oficinas Talbot. Disfrutando del aire fresco y del bullicio de la ciudad, se mezcló entre los transeúntes, gozando del pequeño paseo. Al llegar al emplazamiento de la cafetería, se dio cuenta de que se encontraba en la acera contraria, orientarse nunca había sido su fuerte. Miró a un lado y al otro de la carretera y cuando vio la posibilidad de cruzar, corrió por el asfalto llevándose algunos pitidos de parte de los conductores que le reprochaban su imprudencia. Observó la fachada del local y le gustó. Se trataba de una cafetería vintage y parecía tranquila; de las típicas donde la gente disfrutaba de un buen café acompañado de una lectura o wifi gratis. Estos lugares se habían puesto de moda. Las paredes de la cafetería estaban repletas de estanterías de libros y el mobiliario era muy retro con sofás y mesas de diversos colores, materiales y tamaños. No guardaban ninguna relación entre sí y un decorador hubiera puesto el grito en el cielo al observar ese contraste, pero le daba un estilo único al lugar. Hizo cola para recoger el fular y, de paso, aprovechar para disfrutar de un buen café. Cuando le tocó su turno, explicó a la dependienta el cometido de su presencia y dio su nombre, identificándose como el hijo de la mujer que había llamado para recuperar el objeto perdido y que él venía a recoger de su parte. Además, le pidió un café solo. Ya que había ido hasta allí, disfrutaría de un momento de tranquilidad. —Aquí tiene el fular, señor. Cuando tenga preparado el pedido le avisaré para que venga a recogerlo —explicó la dependienta con una sonrisa. —Gracias, muy amable. El joven se sentó junto al gran ventanal en un sofá rojo burdeos de dos plazas.

Otro chico se sentó frente a él en el otro sillón, quedando separados por la mesa de madera que ambos compartían. Esteban no estaba acostumbrado a eso, aunque no protestó porque era la política del local. Se dio cuenta de que la cafetería era muy hippie en ese sentido. Al cabo de unos cinco minutos lo llamaron por megafonía, también a otra chica llamada India. Esteban se levantó y fue a recoger su café a la barra. La dependienta sostenía los dos vasos de cartón con sus nombres escritos con rotulador negro. El empresario se fijó en la muchacha de piel canela y pelo largo de color castaño. Pensó que era demasiado interesante físicamente para obviarla y no quedarse encandilado con su belleza. La joven se percató de su mirada indiscreta y sonrió divertida cuando advirtió la cara de bobo con la que la contemplaba. La muchacha cogió su café y negando con la cabeza regresó a su mesa, que a diferencia de la de Esteban, era individual. El heredero de Talbot estuvo a punto de levantarse y acercarse a entablar conversación con ella, pero desechó ese pensamiento al sentirse ridículo. Sin embargo, los veinte minutos que estuvo en la cafetería no fue capaz de quitarle el ojo de encima.

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