debeleer.com >>> chapter1.us
La dirección de nuestro sitio web ha cambiado. A pesar de los problemas que estamos viviendo, estamos aquí para ti. Puedes ser un socio en nuestra lucha apoyándonos.
Donar Ahora | Paypal


Como Puedo Descargar Libros Gratis Pdf?


El juego infinito. La batalla final – James Dashner

Michael se sintió agradecido de poder dormir. Los pequeños baches del camino y el runrún de las ruedas sobre el asfalto lo relajaron por primera vez en varios días, y empezaron a pesarle los párpados. Era un experto en enfrentarse a la realidad —o a la irrealidad—, pero, después de sus últimas experiencias, si hubiera tenido la oportunidad de permanecer un tiempo inconsciente, se habría sentido eternamente agradecido. Había tenido que digerir muchas cosas. Habría aprovechado cualquier oportunidad de huir del mundo y sus numerosos males. Sin embargo, lo más probable era que volviera a entrar en su ataúd más pronto que tarde. A Michael se le cayó la cabeza de golpe. Volvió a enderezarla y se recostó en el respaldo de la silla. Supo que estaba soñando porque ya no iba sentado en el coche del padre de Sarah. Estaba frente a la encimera de su cocina antes de que todo empezara, donde su niñera, Helga, le había servido el desayuno cientos, si no miles, de veces. Pensó en el hombre que lo había visitado en la cárcel, en su curioso discurso sobre los sueños dentro de los sueños, en cómo esa lógica en bucle también era aplicable a la Red Virtual. Todo aquello podía volverlo loco si le daba más vueltas. —Estos gofres están de muerte —dijo el chico. Le sorprendió el sabor tan real que tenían. Estaban calentitos y eran una auténtica delicia con regusto a mantequilla. Tragó el bocado y sonrió. Y entonces ¡apareció Helga! La cariñosa y estricta Helga. Ella le echó una mirada mientras recogía los platos. Era una mirada que Michael había visto infinidad de veces a lo largo de los años. Una mirada con la que le advertía en silencio que más le valía no estar planeando ninguna trastada. Una mirada que solía echarle cuando él fingía un resfriado para no ir al colegio o le mentía sobre los deberes. —No te preocupes —le dijo el chico—. Esto es un sueño. ¡Puedo comer todas las que me apetezca! —Sonrió; dio otro bocado, masticó y tragó—. Supongo que Gabby sigue sin aparecer, porque no he sabido nada de ella.


Aunque estoy seguro de que le alegrará volver a estar con Sarah y con Bryson. El Trío Terrible, vivito y coleando, y todavía dando caña. Aunque vayamos todos apiñados en el asiento trasero de un coche. Da igual. ¿Quién iba a pensar que mi vida se volvería tan rara? Menuda locura. Helga asintió, sonrió y se agachó para poner el lavavajillas; la atmósfera de la cocina se llenó con el traqueteo de la cristalería y la porcelana. Michael frunció el entrecejo. Tenía la sensación de que a Helga le importaba un bledo. —A lo mejor no lo sabes todo, mi querida alemanita. Bueno, vamos a ver. De algún modo nos engañaron para que hiciéramos saltar por los aires los sistemas de la SRV; podemos decir que nos lo cargamos del todo. Los padres de Sarah, a los que habían secuestrado, por si no lo sabías, se presentaron en la cárcel como salidos de la nada para sacarnos de allí y nos hablaron de ti y de un montón de antiguos tangentes que estaban detrás de todo aquello. De ti, Helga, nos hablaron de ti. ¿Te importaría aclararme ese punto? Su niñera lo miró encogiéndose de hombros, con gesto de culpabilidad, pero apenas interrumpió su tarea. El traqueteo de cacharrería continuaba, entremezclado con los portazos de los armarios. Michael sabía que aquello era demasiado bonito para ser cierto, que lo único que podía hacer era permanecer allí sentado disfrutando del sueño. No había un lugar en todo el universo al que pudiera ir para huir de sus pensamientos; y menos aún su propia mente. Dio un par más de mordiscos rápidos al gofre que estaba comiendo y se deleitó con su costra crujiente y su tierno interior, con la intuición de que el sueño estaba a punto de terminar. Aunque Helga no le había dicho ni una sola palabra. —Supongo que no puedes hablarme en sueños, ¿verdad? —dijo Michael—. Y eso es muy raro. Kaine me dijo que te había matado y que había matado a mis padres. —Al imaginar a su madre y a su padre sintió una intensa punzada de dolor en su corazón onírico—. A lo mejor lograste escapar, ¿no? No lo sé. De todas formas, ¿puedes seguir viva al menos en mi mente? Sería muy parecido a estar hablando con mi… Helga se volvió de golpe, con el rostro muy enrojecido.

—El Desfiladero Consagrado, hijo. Ya sabes que es allí donde debes ir. Regresa al Desfiladero Consagrado. ¡Todo acabará donde empezó! Michael iba a responder, pero, mira por dónde, en ese preciso instante un bache tuvo el descaro de despertarlo. 1 Un lugar bonito en el campo 1 Cuando Michael se despertó, tuvo la desagradable sensación de regurgitar bilis por la garganta. No fue precisamente la forma ideal de volver al mundo consciente. Inspiró con fuerza para intentar relajarse. Deseó haber tomado alguna medicación para evitar el mareo. Por lo visto, el padre de Sarah creía ser un corredor de la NASCAR, y el estado del camino no contribuía a mejorar la situación. Gerard, el Perro Guía, próximo supercampeón de carreras en el circuito con más curvas y más baches del mundo. Al tomar las curvas cerradas de las montañas del norte de Georgia, Michael iba inclinando el cuerpo en la misma dirección de cada giro, como si eso contribuyera, de algún modo, a mantener el vehículo en la carretera. La exuberante frondosidad y los árboles gigantescos cubiertos de enredaderas formaban un grandioso túnel a lo largo de una caverna verdosa, atravesada por los brillantes rayos de sol que destellaban entre las hojas a medida que avanzaban. —¿Estáis seguros de que esa mujer dijo que se llamaba Helga? —preguntó Michael una vez más con el sueño todavía fresco en la memoria. «Ve al Desfiladero Consagrado». Eso es lo que la niñera había dicho. Lo que significaba, sin duda, que era lo que su propio inconsciente le estaba comunicando. Debían regresar al lugar donde todo empezó si querían terminar con ello. Parecía bastante razonable. Gerard, quien sujetaba con fuerza el volante como si temiera que fuera a desencajarse, suspiró al oír la pregunta. Su esposa, Nancy, se volvió desde el asiento del acompañante para dirigirse a Michael. —Sí —respondió ella con una sonrisa de amabilidad; luego miró de nuevo hacia el frente. Por la paciencia que demostró daba la impresión de que fuera la primera vez que Michael formulaba la pregunta; no obstante, era la decimoquinta o la decimosexta vez que lo hacía. El chico iba sentado en el asiento trasero, con Bryson a su izquierda y Sarah a su derecha. Nadie había dicho gran cosa desde su reencuentro. Entre la persecución, el encarcelamiento y el rescate vividos por los tres, habían pasado varios días, y todos se sentían igual de aturdidos que Michael.

El propio Michael no sabía qué pensar. Habían secuestrado a los padres de Sarah; más tarde alguien los había rescatado. Y los mismos que los rescataron fueron los que dieron las pistas a Gerard y a Nancy para que recogieran a su hija y a sus amigos, y los llevaran a un lugar ubicado en los Apalaches. Pero algo había ocurrido con los tangentes. Y con una mujer que había mencionado a Helga. Era imposible que se tratara de su niñera, pensó Michael por enésima vez. ¿Verdad? Su Helga estaba muerta, ¿no? Por lo que él sabía, ella era una tangente desautorizada por Kaine, al igual que los padres del chico. Como mínimo, el tangente había acelerado la Decadencia de todos ellos. Fueran reales o no, sus muertes habían dejado un profundo vacío en el alma de Michael, y no había logrado recuperarse mucho desde entonces. Sarah le dio un codazo cariñoso, luego se inclinó de forma extraña sobre él y apoyó todo el peso de su cuerpo contra el del chico mientras Gerard tomaba otra curva cerrada. Las ruedas chirriaron, y una bandada de pájaros salió volando de entre el follaje a un lado de la carretera, graznando y batiendo las alas al alejarse. —¿Estás bien? —le preguntó ella—. No pareces muy contento para acabar de escapar de la prisión. Michael se encogió de hombros. —Imagino que todavía intento asimilarlo todo. —Gracias por el mensaje que me enviaste —le susurró ella. Mientras estuvieron separados, tanto él como Sarah habían hackeado el cortafuegos del sistema de seguridad de la cárcel para enviarse notas mutuamente—. Me ayudó mucho. Michael asintió en silencio y le dedicó una sonrisa tímida. De pronto le vino a la mente una imagen terrible: Sarah agonizando junto a las pozas de lava, su lucha postrera por tomar aire antes de abandonar la Senda de Kaine en las capas más profundas de la Red Virtual. Michael la había arrastrado hasta todo aquello. Y a sus padres. Y a Bryson. Fue muy duro verla sufrir de esa manera, y no lograba dejar de preguntarse: ¿les esperaban peores destinos que un montón de piedra fundida virtual? Bryson se inclinó hacia delante para mirarlos. —Oye, a mí nadie me envió ningún mensaje.

Eso no mola. —Lo siento —dijo Michael—. Como sé cuánto te gusta dormir la siesta, no quería molestarte. Para meter más el dedo en la llaga, Sarah se presionó el audiopad para proyectar su pantalla de red. El mensaje de Michael, «Venceremos», quedó pendido en el aire, ante ellos. El chico sintió la calidez de la felicidad en el pecho al ver que ella lo había guardado. Sonrió, bastante abochornado. —¡Qué bonito! —Bryson se echó hacia delante y se quedó mirando a su amigo—. Estoy bastante seguro de que llevo sin dormir, veamos…, unas tres semanas; de lo que tú eres culpable, por cierto. —Acepto mi culpa. —Michael sabía que su amigo bromeaba casi todo el rato, pero se sintió mal. Era posible que Bryson jamás hubiera dicho nada tan simple aunque tan cierto al mismo tiempo. Las ganas de vomitar que sentía por ir dando tumbos de pronto se intensificaron—. Vaya… —Emitió un gruñido—. Señor… Esto… Gerard… ¿Podríamos parar un segundo? No me encuentro muy bien. —Ponte mirando a Bryson —dijo Sarah, y se alejó de Michael unos centímetros. Bajó la ventana —. ¿Mejor así? Sin embargo, el padre de la chica ya había reducido la marcha —el frenazo en seco revolvió un poco más el estómago a Michael— y estaba estacionando en una pequeña zona de tierra en el arcén de la angosta carretera. —Ya estamos, hijo —anunció el hombre. Parecía tan familiarizado con la maniobra que Michael estaba convencido de que no era la primera vez que provocaba el vómito a alguien—. Pero date prisa… Ya vamos tarde. La madre de Sarah le dio una palmadita a su marido en el brazo

.

Declaración Obligatoria: Como sabe, hacemos todo lo posible para compartir un archivo de decenas de miles de libros con usted de forma gratuita. Sin embargo, debido a los recientes aumentos de precios, tenemos dificultades para pagar a nuestros proveedores de servicios y editores. Creemos sinceramente que el mundo será más habitable gracias a quienes leen libros y queremos que este servicio gratuito continúe. Si piensas como nosotros, haz una pequeña donación a la familia "BOOKPDF.ORG". Gracias por adelantado.
Qries

Descargar PDF

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

bookpdf.org | Cuál es mi IP Pública | Free Books PDF | PDF Kitap İndir | Telecharger Livre Gratuit PDF | PDF Kostenlose eBooks | Baixar Livros Grátis em PDF |