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El campamento – Blue Jeans

¿Puede ser ese el peor día de su vida? El segundo peor día de su vida. No es capaz de dejar de llorar. Se le han terminado los pañuelos, apenas le queda papel higiénico y ha tenido que recurrir al rollo de cocina. Es muy áspero y le ha puesto la nariz como un tomate. Va al cuarto de baño y el espejo le muestra la cruda realidad. ¿Y ahora qué? Ahora nada. Vivir. Seguir adelante como pueda. Necesitará armarse de valor, sacar fuerzas de donde sea y aprender a estar sola. Su padre ya no la acompañará más. Se terminaron los desayunos juntos, los partidos de polo y las series por la noche. ¿Por qué lo ha hecho? Es verdad que, desde que desapareció su madre, él cambió. Pero no imaginaba que las cosas tomarían ese rumbo. La joven abre uno de los cajones del mueble y saca unas tijeras. Le molesta el pelo tan largo, así que empieza a cortar. Un mechón, otro mechón. Y otro mechón. El suelo se va llenando de su cabello castaño. Hasta que suena su teléfono, que ha dejado en el salón. Otro más que quiere contarle lo que ya sabe. Ya se cansará. Sin embargo, insiste, y la chica termina por ir a cogerlo. El número que aparece en la pantalla es de estos de mil unidades. —¿Quién es? —¿No reconoces mi voz? —Ah. Eres tú.


Hola. —He visto por televisión lo de tu padre. Lo siento mucho. No sé si podría haber hecho algo para que la historia fuera diferente. La joven no le dice nada. ¿Qué quiere oír? ¿Para qué la ha llamado? No tiene ganas de tonterías. —Oye, estoy ocupada. Ya hablaremos. —¿Por qué no vienes a verme? —Porque no me apetece. —Te entiendo. Pero, si necesitas cualquier cosa, avísame. ¿Tienes mi número personal? La chica se queda mirando el teléfono y pulsa el botón rojo. Se acabó la llamada. Regresa al cuarto de baño y termina de cortarse el pelo. Menudo estropicio se ha hecho. Sonríe, aunque no le gusta nada de nada. Optará por rapárselo. Sí, qué más da. Un cambio de imagen radical para una vida diferente. ¿Dónde tendría su padre la maquinilla? Sale de su baño y va al de él. Con el cabello al cero no sabe qué parecerá, pero ya lo ha decidido. Aquel sitio todavía huele a él. A su fragancia, que usaba desde que ella era niña. Un olor que le recuerda a besos, a abrazos y a viajes en familia. Y de nuevo se pone a llorar, mientras busca en los cajones la maldita maquinilla.

No la encuentra. Sin embargo, da con algo que no esperaba. No imaginaba que la tendría allí guardada: una pistola del calibre 22 que, años más tarde, ella utilizaría para matar a alguien. CAPÍTULO 1 Saúl Viernes, 19 de julio de 2019. Octavo día en el campamento —¿Dónde están Martín y Gema? Nadie responde a la pregunta de Saúl. Algunas veces piensa que es invisible a pesar de medir casi un metro noventa. —¿Me habéis oído? —Sí, pesado. Te hemos oído perfectamente —responde Natalia tras soltar un resoplido. No aguanta a ese tío desde el primer momento—. Estarán por ahí, detrás de algún arbusto, dando rienda suelta a su amor. —¿Están liados? —¿De verdad, Saúl? —dice la chica sorprendida—. ¿Llevamos una semana aquí y todavía no te has enterado? ¡En qué mundo vives! —De momento, en el mismo que tú. Aunque a veces desearía volver a su casa, a sus entrenamientos, y alejarse de alguna de esas personas tan prepotentes y egocéntricas. Cuando recibió aquella invitación debió quemarla y tirar las cenizas a la basura. Pero necesitaba ese descanso. —Me di cuenta de que esos dos estaban juntos a los diez minutos de llegar —comenta un chico con gafas sentado en un sillón rojo, sin apartar la mirada de las páginas de un libro bastante grueso. —No es un secreto de Estado, Luis. Creo que todos nos dimos cuenta desde el principio de que Martín y Gema son pareja. —Este no lo sabía. —Porque paso de meterme en la vida de nadie —replica molesto Saúl mientras abre el frigorífico y coge un bote lleno de agua que lleva su nombre. —Ningún líder que se precie debe ignorar lo que ocurre a su alrededor. —No me va la prensa rosa. No estoy aquí para juzgar a los demás ni para inmiscuirme en lo que hacen. —¿Y para qué estás aquí, cariño? La pregunta que le hace Natalia ya se la ha planteado muchas veces a sí mismo. ¿Por dinero? ¿Para vivir la experiencia? ¿Para aprender? No, es mucho más complejo que todo eso.

Aislarse en un sitio como aquel era una gran idea. Sin móviles, sin ordenadores. Sin redes sociales ni contacto con el exterior durante tres semanas. Lo que no imaginaba era que tendría que compartir ese espacio con algunos capullos a los que no traga. Natalia y Luis entre ellos. —Me voy a correr. Volveré para la cena —dice el joven atleta, que no tiene ganas de responder a la pregunta que le ha hecho su compañera. Ni Natalia ni Luis vuelven a hablarle. Ni siquiera se fijan en él cuando se marcha. Saúl tampoco insiste. Esos dos no son sus amigos, ni lo serán en el futuro. Ellos por un lado y él por otro. El joven deja atrás la que llaman «casa principal», en la que se encuentran la sala de estar, la mesa en la que comen y la cocina americana, con todo tipo de comodidades. Es donde se suelen reunir y hacen vida de grupo. Corre por el camino de los bungalós a buen ritmo. Hace calor, debe de haber más de treinta grados. No esperaba temperaturas tan altas en plena montaña, pero, desde que llegaron, muchos días han sido así. Por las noches, en cambio, refresca bastante. —¿Dónde está ese campamento? —En los Pirineos. En mitad de la nada. —Vaya, qué lejos. ¿Y dices que no podremos hablar en tres semanas? —Así es. No nos dejarán tener encendidos los móviles ni ningún tipo de dispositivo electrónico. Es una condición que nos han puesto para asistir. Su novia no lo entendía y tampoco le parecía bien, pero no le quedó más remedio que aceptarlo.

Él ya había tomado la decisión de ir. En aquel lugar desconectaría y tendría tiempo para pensar y aclarar sus ideas. Saúl disminuye el ritmo al llegar al campo de tiro con arco. Alza la mirada y ve a Eva, que apunta a la diana que se encuentra justo en el medio. Dispara, y la flecha se clava en uno de los anillos rojos, muy cerca del amarillo. —¡Buen tiro! —exclama el joven, que se dirige trotando hacia la chica. —Gracias. No ha estado mal, aunque podría haber sido mucho mejor. —Te has quedado cerca del centro. —No me vale. Tú eres deportista. Sabes que no hay que conformarse con quedarse cerca del objetivo. Hay que ser certero y exigente con uno mismo. Tiene razón. Él no es precisamente una persona conformista. Por eso es el mejor atleta de su generación. Nadie había conseguido saltar tan alto el listón con veintidós años. —¿Quieres probar? —le pregunta Eva ofreciéndole el arco—. Es para chicas, no te pesará demasiado. —No, gracias. No quiero ser infiel a mi pértiga. Eva sonríe y asiente con la cabeza. Deja el arco en el suelo y estira los brazos hacia delante, entrelazando los dedos. Saúl la observa con atención antes de reanudar la marcha. Es una joven morena, con el pelo por debajo de los hombros, muy liso.

Tiene los ojos grandes y celestes y la piel muy blanca. Mide unos veinte centímetros menos que él. De sus nueve compañeros, es la que mejor le cae. Incluso le atrae. De hecho, si no tuviera novia, tal vez intentaría algo. Pero no le será infiel a Sara. Jamás lo haría. —¿Qué tal soportas esto? Llevamos ya una semana aquí metidos. ¿No te agobias? —A veces —responde Saúl, que también se pone a estirar viendo que la charla puede alargarse —. Estoy acostumbrado a mi rutina, y cambiarla me está costando un poco. —¿Solo se trata de eso? —Bueno. La adaptación tampoco ha sido tan rápida como imaginaba. —Tranquilo. Puedes decir con claridad que los otros son unos gilipollas. Mientras no me incluyas a mí. La sonora carcajada de Eva sorprende a Saúl. Es la primera vez que la ve reírse de esa manera. La considera una chica bastante seria, aunque le gusta su forma de sonreír, abriendo mucho los ojos y arrugando la nariz. —No te incluyo. Del resto, prefiero no pronunciarme. —Hay de todo. Lucía me parece maja y Jorge también —reconoce la chica, que sigue sonriendo—. A ti te tolero bastante. No te preocupes. —Vaya, gracias.

Eres muy amable.

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