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A Traves Del Tiempo – Brian Weiss

PARA quienes no han leído mi libro Muchas vidas, muchos sabios, son necesarias algunas palabras de introducción. Es preciso que sepáis algo sobre mí antes de que iniciemos la obra de curación. Hasta mis increíbles experiencias con Catherine, la paciente cuya terapia se describe en el libro, mi vida profesional había sido unidireccional y altamente académica. Me gradué con honores en la Universidad de Columbia y recibí mi diploma de médico en la Academia de Medicina de Yale, en la que también fui jefe de residentes en psiquiatría. He sido profesor de varias universidades de prestigio y publicado más de cuarenta trabajos científicos sobre psicofarmacología, química del cerebro, trastornos del sueño, estados de ansiedad, abuso de drogas y sobre el mal de Alzheimer. Mi única contribución previa a la publicación de libros había sido The Bioloy of Cholinergic Function, que distó mucho de resultar un éxito de librería, aunque su lectura ayudó a conciliar el sueño a algunos de mis pacientes insomnes. Yo utilizaba la mitad izquierda del cerebro, era obsesivo-compulsivo y completamente escéptico en cuanto a campos “no científico” como el de la parapsicología; desconocía absolutamente el concepto sobre vidas anteriores o reencarnación, ni quería saberlo. Catherine era una paciente que me derivaron cuando yo llevaba aproximadamente un año trabajando como presidente del Departamento de Psiquiatría en el Centro Médico Mount Sinai, de Miami, florida. Catherine era una mujer católica de unos veintiocho años, proveniente de Nueva Inglaterra; se sentía muy a gusto con su religión y no cuestionaba esa parte de su vida. Padecía de temores, fobias, ataques de pánico paralizantes, depresión y pesadillas recurrentes. Durante toda su vida había padecido esos síntomas, que estaban empeorando. Pasado más de un año de psicoterapia convencional, continuaba seriamente afectada. Yo consideraba que, transcurrido ese período, debería haber mejorado más. Era técnica de laboratorio de un hospital; tenía la inteligencia y la penetración psicológica necesarias para beneficiarse con la terapia. En su constitución básica, nada sugería que su caso fuera difícil. Por el contrario: sus antecedentes sugerían un buen pronóstico. Como Catherine tenía un miedo crónico a la sofocación y las arcadas, rechazaba todos los medicamentos y no me era posible utilizar antidepresivos o tranquilizantes, drogas que había aprendido a usar para síntomas como los suyos. Su negativa resultó una bendición disimulada, aunque por entonces no lo comprendí. Por fin Catherine consintió en probar la hipnosis, una forma de concentración enfocada, para recordar su infancia e intentar descubrir los traumas reprimidos u olvidados que, según yo creía, debían de estar provocando sus síntomas actuales. Catherine pudo entrar en un profundo trance hipnótico y comenzó a recordar hechos que no había podido rememorar conscientemente. Recordó que la habían lanzado desde un trampolín y que se había sofocado en el agua. También recordó que la atemorizaba la máscara de gas que el dentista le ponía en la cara; peor aun: recordó que su padre alcohólico la había manoseado a los tres años, poniéndole la manaza contra la boca para mantenerla callada. Tuve la certeza de que ya teníamos las respuestas. También estaba seguro de que ahora mejoraría. Pero sus síntomas siguieron siendo graves.


Eso me sorprendió mucho, porque esperaba una mejor respuesta. Al cavilar sobre ese punto muerto, llegué a la conclusión de que debía de haber más traumas aún sepultados en su subconsciente. Si el padre la había manoseado a los tres años, tal vez lo había hecho en una etapa incluso anterior. Lo intentaríamos de nuevo. A la semana siguiente volví a hipnotizar a Catherine, y la transporté a un plano más profundo. Pero esa vez, sin percatarme, le di una indicación abierta, no directiva: —Vuelva al momento en que se originan sus síntomas —sugerí. Esperaba que Catherine volviera una vez más a su primera infancia. En cambio retrocedió unos cuatro mil años, a una antigua vida en el Cercano Oriente, en la cual había tenido otra cara y otro cuerpo. diferente pelo, diferente nombre. Recordó detalles de la topografía. ropas y artículos cotidianos de esa época. Rememoró hechos de esa vida hasta que, por fin, se ahogó en una inundación o un maremoto, en tanto la fuerza del agua le arrancaba a su bebé de los brazos. Al morir, Catherine flotó por sobre su cuerpo, imitando las experiencias de cuasi-muerte estudiadas por los doctores Elisabeth Kübler-Ross, Raymond Moody, Kenneth Ring y otros, palabra que más adelante analizaremos en detalle. Sin embargo, ella nunca había oído hablar de esas personas ni de sus trabajos. Durante esa sesión de hipnosis, Catherine recordó otras dos vidas. En una era una prostituta española del siglo XVIII; en otra, una griega que había vivido algunos siglos después que la del Cercano Oriente. Yo me sentía espantado y escéptico. En el curso de los años había hipnotizado a Cientos de pacientes sin que eso me ocurriera nunca. En más de un año de psicoterapia intensa había llegado a conocer bien a Catherine. Sabía que ella no era psicópata, no sufría de alucinaciones, no tenía personalidades múltiples, no era muy sugestionable ni abusaba de las drogas o el alcohol. Llegué a la conclusión de que sus “recuerdos” debían de consistir en material de sueños o fantasías. Pero ocurrió algo muy poco habitual: los síntomas de Catherine empezaron a mejorar dramáticamente; yo sabía que un material de fantasía o sueño no podía llevar a una curación clínica tan completa y veloz. Semana a semana desaparecían los síntomas de la paciente, hasta entonces intratables, según ella iba recordando más vidas pasadas. En pocos meses estaba totalmente curada sin empleo de medicamento alguno. Mi considerable escepticismo se erosionaba gradualmente.

En la cuarta o quinta sesión de hipnosis ocurrió algo incluso más extraño. Después de revivir una muerte en una vida antigua, Catherine flotó por sobre su cuerpo y fue atraída por la familiar luz espiritual que siempre encontraba en el estado entre dos vidas. —Me dicen que hay muchos dioses, pues Dios está en cada uno de nosotros —me dijo con voz ronca. Luego cambió por completo el resto de mi vida: —Tu padre está aquí, y también tu hijo, que es muy pequeño. Dice tu padre que lo reconocerás, porque se llama Avrom y has dado su nombre a tu hija. Además, su muerte se debió al corazón. El corazón de tu hijo también era importante, pues estaba hacia atrás, como el de un pollo. Hizo un gran sacrificio por ti, por amor. Su alma está muy avanzada. Su muerte satisfizo las deudas de sus padres. También quería demostrarte que la medicina sólo podía llegar hasta cierto punto. que su alcance era muy limitado. Catherine dejó de hablar. Yo permanecí en sobrecogido silencio, en tanto mi mente estupefacta trataba de ordenar las cosas. En el cuarto reinaba un frío gélido. Catherine sabía muy poco de mi vida personal. En mi escritorio había una fotografía de mi hija, que sonreía alegremente por sus dos únicos dientes de leche en una boca por lo demás vacía. Junto a ella, un retrato de mi hijo. Aparte de eso, Catherine lo ignoraba prácticamente todo con respecto a mi familia y mi historia personal. Yo estaba bien adiestrado en las técnicas psicoterapéuticas profesionales. Se supone que el terapeuta debe ser una tabla rasa, en blanco, en la cual el paciente pueda proyectar sus propios sentimientos, sus ideas y sus actitudes. Entonces el terapeuta podrá analizar ese material, ampliando el campo mental del paciente. Yo había mantenido esa distancia terapéutica con respecto a Catherine: ella sólo me conocía en mi condición de psiquiatra; ignorante de mi pasado y de mi vida privada. Ni siquiera mis diplomas estaban colgados en el consultorio. La mayor tragedia de mi vida había sido la inesperada muerte de nuestro primogénito, Adam, que falleció a principios de 1971, a los veintitrés días de edad.

Unos diez días después de que lo trajéramos a casa desde el hospital, comenzó a presentar problemas respiratorios y vómitos de proyectil. El diagnóstico resultó sumamente difícil. “Total anomalía del drenaje venoso pulmonar, con defecto del septum atrial”, se nos dijo. “Se presenta una vez de cada diez millones de nacimientos, aproximadamente.” Las venas pulmonares, que deben llevar la sangre oxigenada de regreso al corazón, estaban incorrectamente dispuestas y entraban al corazón por el lado opuesto. Era como si el corazón estuviera vuelto., hacia atrás. Algo muy, pero muyraro. Una desesperada intervención a corazón abierto no pudo salvar a Adam, quien murió varios días después. Lo lloramos por muchos meses; nuestras esperanzas, nuestros sueños. estaban destrozados. Un año después nació Jordan, nuestro hijo, agradecido bálsamo para nuestras heridas. En la época del fallecimiento de Adam, yo había estado vacilando con respecto a mi temprana elección de la carrera psiquiátrica. Disfrutaba de mi internado en medicina interna y se me había ofrecido un puesto como médico. Tras la muerte de Adam decidí con firmeza hacer de la psiquiatría mi profesión. Me irritaba que la medicina moderna, con todos sus avances y su tecnología, no hubiera podido salvar a mi hijo, ese simple y diminuto bebé. En cuanto a mi padre, había gozado de excelente salud hasta sufrir un fuerte ataque cardíaco en 1979. a la edad de sesenta y un años. Sobrevivió al ataque inicial, pero la pared cardíaca quedó irreparablemente dañada; falleció tres días después. Eso ocurrió unos nueve meses antes de que Catherine se presentara a la primera sesión. Mi padre había sido un hombre religioso, más ritualista que espiritual. Avrom, su nombre hebreo, le sentaba mejor que Alvin, el inglés. Cuatro meses después de su muerte nació Amy, nuestra hija, a la que dimos su nombre. Y ahora, en 1982, en mi tranquilo y penumbroso consultorio, una ensordecedora cascada de verdades ocultas, secretas, caía en torrentes sobre mí. Nadaba en un mar espiritual y me encantaba esa agua.

Tenía piel de gallina en los brazos. Catherinc no podía conocer esa información en modo alguno. Ni siquiera tenía manera de averiguarla. El nombre hebreo de mi padre, el hecho de que un hijo mío hubiera muerto en la primera infancia con un defecto cardíaco que sólo se presenta una vez en diez millones, mis dudas sobre la medicina, la muerte de mi padre y la elección del nombre de mi hija: todo era demasiado, muy específico, excesivamente cierto. Catherine, esa técnica de laboratorio tan poco cultivada, actuaba como conducto de conocimientos trascendentes. Y si podía revelar esas verdades, ¿qué más había allí? Necesitaba saber más. — ¿Quién —balbuceé—, quién está ahí? ¿Quién te dice esas cosas? —Los Maestros —susurró ella—, me lo dicen los Espíritus maestros. Me dicen que he vivido ochenta y seis veces en el estado físico. Yo sabía que Catherine ignoraba y no tenía forma de conocer esos datos. Mi padre murió en Nueva Jersey y fue enterrado en el interior del Estado de Nueva York. Ni siquiera se publicó un obituario. Adam había muerto diez años antes en la ciudad de Nueva York, a mil ochocientos kilómetros de distancia. Entre mis amigos íntimos de florida, muy pocos sabían de él; menos aun eran los que conocían las circunstancias de su muerte. En el hospital, por cierto, todos lo ignoraban. Catherine no tenía modo de conocer parte alguna de esta historia familiar. Sin embargo había dicho “Avrom’”, en vez de utilizar la traducción inglesa Alvin. Pasada la impresión volví a la conducta de un psiquiatra obsesivo-compulsivo. de preparación científica. Encontré algunos trabajos excelentes. como la investigación del doctor lan Stevenson sobre niños pequeños que han demostrado tener recuerdos de tipo reencarnacional, investigación que analizaremos brevemente en este libro. También hallé algunos estudios publicados de clínicos que habían empleado la regresión a vidas pasadas, es decir, el empleo de la hipnosis y otras técnicas relacionadas, que permiten al subconsciente retroceder en el tiempo para recuperar recuerdos de vidas anteriores. Ahora sé que muchos otros clínicos temen hacerlo público, por miedo a las reacciones, preocupaciones por la carrera y la reputación. Catherine, cuya historia se describe en todo detalle en Muchas vidas, muchos sabios, recorrió diez o doce vidas y quedó curada. Sigue llevando una vida más feliz y gozosa, libre de los síntomas paralizantes y de su omnipresente miedo a la muerte. Sabe que una parte de ella, la que contiene su memoria y su personalidad, pero también una perspectiva mucho más amplia que su conciencia, sobrevivirá a la muerte física.

Después de mi experiencia con Catherine, mi perspectiva de la psicoterapia comenzó a cambiar radicalmente. Comprendí que la terapia de vidas pasadas ofrecía un método rápido de tratar síntomas psiquiátricos, los que antes requerían muchos meses o años de costosa terapia para aliviarse. Tenía ante mí una manera mucho más directa de curar el dolor y el miedo. Comencé a utilizar esta terapia en otros pacientes y, una vez más, obtuve excelentes resultados. A la fecha en que escribo esto, he regresado a cientos de pacientes a vidas pasadas, durante sesiones de terapia individual, y a muchos más en talleres grupales. ¿Quiénes son mis pacientes? Son médicos, abogados, ejecutivos de empresa, otros terapeutas, amas de casa, obreros, vendedores, etcétera. Son personas que difieren por su religión, su nivel socioeconómico, su educación y su sistema de creencias. Sin embargo, muchos de ellos han podido recordar detalles de otras vidas y muchos han logrado recordar la supervivencia después de la muerte física. La mayoría de mis pacientes experimentó regresiones a vidas pasadas mediante la hipnosis. Sin embargo, otros recordaron vidas previas a través de la meditación o espontáneamente, mientras experimentaban intensas sensaciones de cosa ya vivida, por medio de sueños vívidos o de otras maneras. Muchos pudieron liberarse de síntomas crónicos que arrastraban desde siempre, como fobias específicas, ataques de pánico, pesadillas recurrentes, miedos sin explicación. Obesidad, relaciones destructivas repetidas, dolores y enfermedades físicas, etcétera. No se trata de un efecto de placebo. En general, estas personas no son sugestionables ni crédulas. Recuerdan nombres, fechas, geografía, detalles. Y después de recordar se curan, como Catherine. Tal vez más importante que la curación de síntomas físicos y emocionales específicos sea el conocimiento de que no morimos cuando lo hace nuestro cuerpo. Somos inmortales. Sobrevivimos a la muerte física. Through Time into Healingregistra lo que he aprendido sobre el potencial curativo de la regresión a vidas pasadas desde que terminé Muchas vidas, muchos sabios. Los casos relatados son todos ciertos. Sólo se han alterado los nombres y la información identificatoria. Hipnosis y regresión LA hipnosis es la técnica que utilizo principalmente para ayudar a los pacientes en el acceso a recuerdos de vidas pasadas. Mucha gente se pregunta qué es la hipnosis y qué ocurre cuando una persona se encuentra en estado hipnótico, pero en realidad no hay misterio. La hipnosis es un estado de concentración enfocada, del tipo que muchos experimentamos todos los días.

Cuando estamos relajados y nuestra concentración es tan intensa que no nos distraen los ruidos exteriores ni otros estímulos, nos encontramos en estado de hipnosis ligera. Toda hipnosis es, en realidad. autohipnosis, en cuanto que el paciente domina el proceso. El terapeuta es sólo un guía. Casi todos entramos en estados hipnóticos todos los días: cuando estamos absortos en un buen libro o una película, cuando conducimos el coche en la parte final del regreso a casa sin saber cómo llegamos allí, hemos estado funcionando con “piloto automático”. Uno de los objetivos de la hipnosis, así como de la meditación, es el acceso al subconsciente. Esta es la parte de nuestra mente que yace bajo la conciencia común, por debajo del constante bombardeo de pensamientos, sensaciones, estímulos exteriores y otros ataques a nuestra atención. La mente subconsciente funciona en un plano más profundo que nuestro plano de conciencia habitual. En el subconsciente los procesos mentales se producen sin que los percibamos de modo consciente. Cuando estos procesos subconscientes cruzan de súbito nuestra conciencia, experimentamos instantes de intuición, sabiduría y creatividad. El subconsciente no está limitado por nuestras fronteras impuestas de lógica, espacio y tiempo. Puede recordarlo todo, cada momento. Puede transmitir soluciones creativas a nuestros problemas. Puede trascender lo ordinario para alcanzar una sabiduría muy superior a nuestra capacidad cotidiana. La hipnosis llega a la sabiduría del subconsciente de un modo concentrado, a fin de lograr la curación. Estamos en hipnosis cada vez que la relación habitual entre conciencia y subconsciente se reconfigura de modo tal que el subconsciente desempeña un papel más dominante. Existe un amplio espectro de técnicas hipnóticas. Han sido ideadas para aprovechar un amplio espectro de estados hipnóticos, desde el ligero a los planos profundos. En cierto modo, la hipnosis es un continuo en el que captamos la mente consciente y la subconsciente en mayor o menor grado. He descubierto que muchas personas pueden ser hipnotizadas en un punto adecuado de la terapia si se les informa sobre la hipnosis y se discuten y allanan sus miedos. La mayoría tiene un concepto equivocado de la hipnosis a causa de la manera en que la han representado la televisión, las películas y los espectáculos teatrales. Estar hipnotizado no es estar dormido. La conciencia sabe siempre lo que uno experimenta mientras está hipnotizado. Pese al profundo contacto subconsciente, la mente puede comentar, criticar y censurar. Tenemos siempre control sobre lo que decimos.

La hipnosis no es un suero de la verdad”. No se entra en una máquina del tiempo para encontrarse súbitamente transportado a otro tiempo y otro lugar. sin noción del presente. Algunas personas, durante la hipnosis, contemplan el pasado como si estuvieran mirando una película. Otros participan más vívidamente, con reacciones más emotivas. Los hay que “sienten” las cosas, más que “verlas”. A veces, la reacción predominante es la de oír y hasta la de oler. Después la persona recuerda todo lo experimentado durante la sesión de hipnosis. Puede parecer que se requiere mucha habilidad para llegar a esos niveles más profundos de hipnosis. Sin embargo todos los experimentamos con facilidad todos los días, cuando pasamos por ese estado intermedio entre la vigilia y el dormir, conocido como “estado hipnagógico”. Un tipo de estado hipnagógico es ese en el que nos encontramos cuando empezamos a despertar y aún recordamos vívidamente nuestros sueños, sin estar aún despiertos totalmente. Es el período anterior al momento en que los recuerdos y las preocupaciones cotidianas nos entran en la mente. Como la hipnosis, el estado hipnagógico es profundamente creativo. Cuando pasamos por él, la mente está completamente vuelta hacia adentro y puede alcanzar la inspiración del subconsciente. Muchos consideran que el estado hipnagógico es un estado “de genio”. sin límites ni fronteras.

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