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1914. El ano de la catastrofe – Max Hastings

En 1910, el general de brigada Henry Wilson, por entonces comandante de la escuela militar del Ejército Británico, defendió la probabilidad de que estallase una guerra en Europa y sostuvo que, para Gran Bretaña, la única opción prudente era aliarse con Francia en contra de los alemanes. Un estudiante se aventuró a discutírselo, alegando que solo «una estupidez inconcebible por parte de los hombres de estado» podría precipitar una conϩagración general. Wilson le respondió con sorna: «¡Ja, ja, ja! ¡Una estupidez inconcebible es precisamente lo que se va a encontrar!» [1] . «Nos estamos preparando para entrar en un largo túnel, lleno de sangre y oscuridad». André Gide, 28 de julio de 1914 [2] . El 16 de agosto, un funcionario del ministerio ruso de Asuntos Exteriores le dijo al agregado militar británico, en tono de broma: «Ustedes, los militares, tendrían que estar muy satisfechos de que les hayamos preparado una guerra tan bonita». El oϧcial respondió: «Mejor esperemos a ver si, después de todo, será una guerra tan bonita» [3] . INTRODUCCIÓN Winston Churchill escribió, años más tarde: «Ninguna parte de la Gran Guerra se puede comparar, por su interés, con el principio. La acumulación silenciosa y acompasada de unas fuerzas colosales, la incertidumbre sobre sus movimientos y posiciones, la gran cantidad de hechos desconocidos e incognoscibles hicieron de la primera colisión un drama jamás superado. En la guerra tampoco se dio ningún otro período en el que la batalla general se librase a tan gran escala, en el que la carnicería fuese tan rápida o hubiera tanto en juego. Por añadidura, al principio, nuestras capacidades de asombro, horror y entusiasmo aún no habían quedado cauterizadas e insensibilizadas por los años de hornos en llamas» [1] . Así sucedió, en efecto, aunque entre los compañeros de Churchill que vivieron aquellos sucesos gigantescos, pocos se echaron sobre ellos con tal ansia. En nuestro siglo XXI, la estampa popular de la primera guerra mundial está dominada por imágenes de trincheras, barro, alambradas y poetas. Se tiende a creer que el primer día de la batalla del Somme, de 1916, fue el más sangriento del conϩicto. No es así. En agosto de 1914, el ejército francés avanzaba por entre un bucólico paisaje virginal, bajo un sol radiante, en masas compactas, con sus abrigos azules y sus pantalones rojos, capitaneado por oϧciales en sus monturas de batalla, con banderas al viento y bandas de música; así, libró batallas completamente distintas de las que se vivirían luego, y con un coste diario aún más terrible. Aunque las pérdidas del bando francés son objeto de discusión, los mejores cálculos sugieren que en los cinco meses de guerra de 1914 sufrió bastante más de un millón de bajas [*1] , de las que 329 000 fueron fallecidos. Una compañía que entró en su primera batalla con 82 hombres, a ϧnales de agosto solo contaba con tres hombres vivos e ilesos. Los alemanes sufrieron 800 000 bajas en el mismo período, lo que supuso tres veces más muertes que durante toda la guerra franco-prusiana. Esta cifra también representó un índice de pérdidas superior a cualquier otra fase posterior del conϩicto. En agosto, los británicos se batieron en dos combates, en Mons y en Le Cateau, que se incorporaron a su leyenda nacional. En octubre, su pequeña fuerza se vio sumida en una pesadilla de tres semanas: la primera batalla de Ypres. Lograron mantener la línea a duras penas y con una contribución belga y francesa mayor de lo que los chovinistas admiten; pero buena parte del viejo ejército británico descansa para siempre en los cementerios de la región: en 1914 murieron cuatro veces más soldados del rey que los caídos durante los tres años de la guerra de los bóers. Mientras tanto, en el este, semanas después de haber abandonado sus campos de cosecha, tiendas y tornos, los soldados rusos, austríacos y alemanes, todos recién movilizados, se enfrentaron en grandes combates; la diminuta Serbia inϩigió a los austríacos una serie de derrotas que dejó tambaleante al imperio de los Habsburgo, con un total, en Navidad, de 1,27 millones de bajas a manos serbias y rusas, lo que equivale a una tercera parte de sus soldados movilizados. Muchos libros sobre 1914 se limitan o bien a describir la tormenta política y diplomática que comportó que, en agosto, las tierras se inundaran de ejércitos, o bien ofrecen una historia militar.


Yo he tratado de aunar ambas tendencias para ofrecer a los lectores algunas respuestas, al menos, a la gran pregunta: ¿qué le sucedió a Europa en 1914? Los primeros capítulos describen cómo empezó la guerra. Más adelante, narro los sucesos acaecidos en los campos de batalla y detrás de ellos, hasta que, con la llegada del invierno, el conϩicto quedó en tablas y adquirió el carácter militar que conservaría, en gran medida, hasta la última fase, en 1918. Poner el punto ϧnal en la Navidad de 1914 es arbitrario, pero me gustaría apelar al comentario donde Winston Churchill sostenía que la fase inicial del conϩicto tuvo un carácter único, lo que justiϧca un examen aislado. En el capítulo de conclusión ofrezco algunas reflexiones más amplias. El estallido se ha descrito, con razón, como la serie de acontecimientos más compleja de la historia, mucho más difícil de comprender y explicar que la revolución rusa, el principio de la segunda guerra mundial o la crisis de los misiles de Cuba. Esta parte de la historia es, inevitablemente, la de los hombres de estado y los generales que buscaron la guerra; la de las estratagemas opuestas de la Triple Alianza —Alemania y AustriaHungría, junto con Italia como miembro inactivo— contra la Triple Entente de Rusia, Francia y Gran Bretaña.

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